Un año más, quizás uno de los más problemáticos y atribulados y decadentes en la historia del mundo contemporáneo. En México quizás fue uno de los más difíciles, convulsos y agotadores. Y la música también es reflejo de eso, aunque hoy vivamos más a través de géneros y canciones sueltas; la música y el sonido siempre nos está acompañando a quienes escuchamos discos completos de pe a pa, pero también a quienes la ponen de fondo o la guardan allá, con sus demás cosas sin importancia.
El 2019 trajo más consensos que disensos que en otros años, a través de una jornada de doce meses que para algunos significó el final de una década y para otros el preámbulo dé. Numerologías y teorías baladí aparte, este fue un año de descubrimientos asombrosos desde lo viejo, lo nuevo, lo abstracto y lo lineal, un año de certezas y dudas sonoras: ese zumbido es fascinante y va más allá del final de diciembre.
El año pasado, el listado Freim levantó los comentarios de siempre: que si cien discos o un número no cerrado son muchos, que si la falta de criterio y que si el número uno significa realmente algo… o no. Al respecto, una cosa nada más: la música es amplia y se comparte, no sólo se oye y se adhiere a la primera, significa esto y aquello, no sólo es un gusto ahí. Además de eso, otra más: descubrir música nueva y darle valor a las cosas requiere de voluntad, no es forzoso, pero tampoco es una magia.
Los discos son extraños, son viejos y eternos, son cuerpos complejos. Disfrútalos, ignóralos o arráncate lo que te queda de cabello porque el rock ya no figura. Esta lista tiene cien disco que nos volvieron locos, que nos gustaron, que nos dijeron cosas y al final del día se quedaron ahí, por encima de miles y miles igual o más buenos que ellos. Pero la cosa es así.
100. Michael O’ Shea (Allchival)
Los locos, los tímidos y los genuinos. Si comenzaste la lista con este disco sabrás que así como en los botaderos y el mundo digital, los mejores descubrimientos suelen encontrarse hacia atrás, en el pasado más ninguneado. La cosa con Michael O´Shea versa más o menos así: en los albores de los ochenta, Graham Lewis y Bruce Gilbert de la icónica banda Wire -que por cierto nos visitó este año en el festival Marvin- armaron un sello que pretendía hacer una curaduría post no wave con tinturas experimentales. En su travesía se encontraron con un trovador callejero medio enigmático irlandés medio dañado de nombre Micheal O´Shea, quien tocaba un instrumento construido de forma casera, el cual era una suerte de salterio-harpa-sitar, dulce y oscura.
El disco fue grabado, por decirlo de alguna forma, en dos caóticas partes, ya que O´Shea, de quien hay poca información sobre su pasado trotamundo, abandonó el estudio a mitad de la grabación, regresando mucho tiempo a concluirlo para que finalmente saliera en 1982. Un par de conciertos-instalaciones fungieron como testimonio de aquel trabajo homónimo crudo con reminiscencias orientales y celtas, hipnótico y a la vez poseedor de un gancho inmediato, el cual vio la luz de nuevo este 2019, regresándole un poco de la justicia pendiente con este trabajo instrumental de ensueño, aterrizado en la atemporalidad y el misticismo sosegado de honduras abismales un tanto más palpables.
https://www.youtube.com/watch?v=-ka7I2Cbheo
99. Cristo Decapitado – Cristo Decapitado (Avandadoom)
Hace falta leer la descripción del disco homónimo de Cristo Decapitado para darse cuenta de que es una de las grandes sorpresas del año: sus letras giran alrededor de temas blasfemos, añadiendo un toque de ciencia ficción con la aparición de diabólicas legiones extraterrestres cuya misión es abducir a Cristo. A partir de ahí el camino está lleno de canciones de black y death metal, distorsiones llenas de densidad y una atmósfera árida que contrasta a la perfección con todo aquello que su gutural voz arroja. Una extrañeza en un panorama mexicano lleno de extrañezas y una buena carta para entrarle al universo psicodélico de Avandadoom, una de esas disqueras mexicanas de bajo perfil que piden a gritos ser descubiertas.
98. V.A. – Fragments Du Monde Flotant (Bongo Joe)
Hace tantos años que Devendra Banhart no destaca con un disco que parece una especie de milagro que en 2019 lo lograra. Pero no fue con “Ma”, sino con “Fragments du Monde Flotant”. A diferencia del primero, ésta es una extraña compilación que apela al lado menos protagónico de Banhart. La premisa es muy simple: se dio a la tarea de juntar los demos favoritos de sus mejores amigos, ¿el resultado? una acogedora colección de canciones casi olvidadas de gente como Vashti Bunyan, King Tuff, Arthur Russell y Helado Negro, entre otros que acarician el oído con cautela. No mala manera de mantenerse en el mapa.
97. Clairo-Immunity (Fader Label)
Para bien y para mal, a buena parte de las artistas masivas anglosajonas jóvenes (saludos a la Billie Eilish que no figuró en este listado), quienes de pronto se encuentran con una avalancha de fama eruptiva, les corresponde cargar con todo el peso de la ambivalencia y el hartazgo mediático que las precede. Son, de alguna forma, el sustento de su talento y frescura sí, pero también el vehículo del aparente odio de las ideas fijas y de aqu posonas que buscan un sortilegio que las vincule con el presente. Las modas, normal.
Sin embargo, los destellos pop devenidos de la era postinternet, en donde los discos son más un pretexto de venta tardío que el soporte de un fenómeno en redes, pocas veces trascienden su tiempo y su espacio, aunque si uno logra desenmarañar el prejuicio, algo hay. Y le pasa a Grimes y le pasó a las Spice Girls, pese a ellas y pese a sus fans y detractores.
Este año tocó ver el debut discográfico de una cuasilolita lo-fi con algunas canciones melancólicas pasables y todo un background visual que empató a la perfección con el sincretismo neo lounge de la última década, decantado en un bedroom pop contemporáneo medio inconsciente. Intrascendente para algunas personas, sumamente íntima y cercana para otros, Clairo es el soundtrack girly ideal de las tardes lluviosas y los días imperfectos, esos llenos de lugares comunes, juguetes de silicón de librería cool y amores postadolescentes.
Y sin embargo, pese a esa aparente parsimonia estilística y ausencia de sorpresa en el fondo, Immunity es un disco honesto, arriba de agradable y que probablemente pueda reapreciarse con otro cuño en un futuro inmediato, dependiendo del giro de tuerca que la joven norteamericana le quiera dar a su obra y carrera, el cual intuimos es algo más que una impostura de pertenencia detrás de una buena canción como lo es “Flaming Hot Cheetos”, su gran catapulta del año pasado.
96. Whitney – Forever Turned Around (Secretly Canadian)
Después de su desgarrador debut, uno hubiera pensado que Whitney haría un segundo disco más optimista y lleno de luz. “Forever Turned Around” no es todo lo contrario, pero sí se comporta de manera diferente. Si antes el grupo se preocupaba más por el dolor adolescente, ahora lo hace por las lecciones aprendidas. El disco es un animal más educado que su antecesor, las canciones son tan frágiles que parecen hechas a mano y las meditaciones de sus letras sólo pueden venir de un lugar en donde el tiempo ya ha hecho su trabajo. Uno hubiera pensado, también, que un proyecto como Whitney sería algo pasajero y carente de seriedad. Su segundo disco, afortunadamente, prueba que ese pensamiento es todo menos acertado.
95. Marissa Nadler & Stephen Brodsky - Droneflower (Sacred Bones)
Toda la oscuridad del universo guitarrero oscuro de finales de los noventa de Cave In, a cargo de Brodsky, en suma con la sensibilidad folk de corte agreste de la Nadler, cohabitando bajo ese cosmos neodark que envuelve a los mejores lanzamientos del sello Sacred Bones han dado como resultado un disco potente, mareado en la negrura su océano, pero también bello y equilibrado en sus guitarras acústicas, ahí en donde los holanes vampíricos a la Chelsea Wolfe resisten el embate vaquero norteamericano más arraigado.
Sobrado a momentos (ese cover a “Estranged” de Guns and Roses o “In Spite of Me” son píldoras un tanto amargas de tragar, entre la intrascendencia y el calzador), Droneflower es un álbum con momentos líricos muy potentes en su delicadeza, una que no empalaga pero que tampoco alberga trucos bajo la manga, y que en cierto modo viene a refrescar la carrera de Nadler, siendo una suerte de complemento modesto de su maravilloso disco pasado (For My Crimes de 2018), y pone en relieve el talento y contundente sello de Stephen Brodsky.
94. Nivhek – After Its Own Death / Walking In A Spiral Towards The House
Últimamente se ha abusado del ambient; los drones, los paisajes y las field recordings han saturado un poco al escucha al grado de la intrascendencia, haciendo complicada la labor de escapar al preciosismo, el hipnotismo y la contemplación. Sin embargo, la norteamericana Liz Harris, bajo el nombre de Grouper, siempre ha logrado dar la vuelta y añadir una desincronía narrativa entre sensorialidad, conceptualismo y procesamientos inteligentes de fuentes de sonido muchas veces análogas, en resultados memorables, honestos y ricos en texturas, sobresalientes en su intuición y sin echar mano del efectismo o las frecuencias bajas sostenidas.
Este año, Harris aumenta (¿reduce?) la apuesta y se cambia el nombre a Nivhek, para explorar su estancia en lugares gélidos e inhóspitos en Azores, Portugal y Murmansk, Rusia, así como en su casa en Oregon, completa soledad que se decanta en este álbum doble de indecible encanto, en donde la artista echa mano de un equilibrio muy particular de los timbres y los silencios, a cargo de un melotrón, una guitarra, cintas, pedales, efectos rotos y grabaciones de campo, las cuales mantiene, deconstruye e incorpora a las cuatro composiciones que comprenden este disco doble.
93. James Blake-Assume Form (Polydor)
Con el cuarto trabajo de estudio del productor inglés quedó patente su oficio y talento de ensamblaje, el cual evidencia lo que ya sabíamos desde hace una década: Blake es más un productor inteligente, con oído pop soberano y anticipado, que un músico o showman trascendente de su época, el cual eventualmente queda en la planicie. Su tino para hacerse de colaboraciones exitosas y coyunturales es impecable, tiene una idea de la canción muy superior y meticuloso al detalle y eso, de alguna forma, también cubre y sobredimensiona el hype que como músico le precede. En cierto modo, Assume Form es la cúspide de esa verdad, y es la obra maestra discreta y no reconocida que contrastó en su momento el foco de su segundo opus, Overgrown (2013). Este sería un disco mayor si no se sintiera tanto con la urgencia del éxito, con las ganas de conectar la frescura de su debut (2011) y con el recurso de hacer de las colaboraciones coyunturales su máximo pilar. Y sin embargo…
92. V.A. – Cintas Coagula (Cintas Coagula)
Hay algo fascinante en el universo de la experimentación electrónica en México. Son tantos los nombres y tantas las formas que da la impresión de que su productividad es infinita. La primera compilación de Cintas Coagula es una clara muestra de todo aquello. Entre las 12 canciones que aquí se encuentran hay nombres ya conocidos del subterráneo nacional como Oly, Perro Sucio o Dj Chedraui, pero si se escarba un poco más las sorpresas empiezan a brotar. El resto de los artistas como Jags, Reina Sofia o Kamei son apenas un bosquejo de todo lo que se puede encontrar si se escucha con atención. Todavía hay muchas cosas que están esperando a ser descubiertas.
91. Vampire Weekend – Father of the bride (Columbia)
El regreso de Vampire Weekend se antojaba como un rotundo fracaso. No solo porque su último disco había sido su obra maestra, sino porque los proyectos paralelos de sus integrantes miraban hacia otros lugares completamente distintos a lo que solían hacer. “Father Of The Bride” es todo, mucho menos un fracaso. El grupo, además de regresar de manera triunfal con un ambicioso disco doble, lo hace con una representación de todos sus talentos en un solo lugar. La gran cantidad de canciones que hay aquí permiten que cada uno de los integrantes de Vampire Weekend tome el protagonismo. Su duración está perfectamente bien planeada para que todos los recursos, técnicas y fórmulas en las que han triunfado brillen por sí mismas. Hay muchas canciones de inocencia adolescente y muchas otras de narrativa histórica. Hay crónicas y fábulas. “Father of The Bride” es, sorpresivamente, uno de los mejores discos en la carrera de Vampire Weekend y eso, entre una discografía impecable, es mucho ya para decir.
90. Arthur Russell-Iowa Dream
Qué cosa la obra del chelista y compositor Arthur Russell (1950-1992), que entre más le escarba uno (más allá de sus escasos tres discos en vida y sendos sencillos en el camino), más le encuentra. Esta compilación de material que no había visto la luz viene a complementar esas maravillas post mortem de este discreto genio de Iowa, el cual escarbó de forma natural los bordes del folk y el indie gringo noventero con los albores del house, el pop inteligente y las poéticas country con tinturas exploratorias. Un disco esencial para los fans de cepa, pero también para quienes se adentran apenas en la obra de este titán visionario e indispensable.
89. Duster – Capsule Losing Contact (Numero Group)
Seguirle la pista a los grupos de rock que emanan de California es una labor casi imposible, hay hasta debajo de las piedras, uno más pacheco que el otro. Durante los noventa, ese hervidero de guitarras coptado por el indie y el grunge eclipsó un rato a las tinturas stoner y más discretas del primer post rock.
De ahí proviene Duster, banda de San José que viviera de 1996 al 2000, conformada por Canaan Dove Amber, Clay Parton y una participación ocasional del baterista Jason Albertini, más conocido por ser miembro de los hermosos Built to Spill y palomero de los Queens of Stone Age. Esta hermosa y completa compilación de Numero Group los rescata del olvido y le hace justicia a sus guitarras gringas nostalgicosas, sus pasajes mugrosones con distor y su mundanal lleno de pedales y simpleza. Antes la vida era así de simple, mano.
88. Deerhunter – Why Hasn’t Everything Already Disappeared?
Puede ser que sólo baste la pregunta del título para saber que Deerhunter sigue tan vigente como en sus mejores años. Si la avalancha de discos de Bradford Cox nos ha enseñado algo, es que el desafortunado presente es algo que no se puede ignorar. Ya sea con agresivos madrazos de frente a él como en “Monomania”, con lágrimas de ansiedad como en “Microcastle” o con una grisásea nostalgia como en “Fading Frontier” y “Halcyon Digest”, el aquí y el ahora debe abrazarse. En este disco Deerhunter lo hace con todos los recursos que ya ha explorado con cautela: aquí hay puentes hipnóticos, frenéticas guitarras, pop de alto calibre y mucha melancolía. Cualquier entusiasta sabe que la pregunta del título se responde con la simple existencia del grupo.
87. Maharadja Sweets – Something’s Been Lost (Orange Milk Records)
Orange Milk Records es un sello la mar de hippie, medio new age, que le juega al post internet pero también a las frecuencias dulces, ya sea de inventados calmos y exploratorios o de músicos bien armados en su belleza melódica. Sin miedo y con un corazón world music-folkish bien abierto llega este disco sentido y de una hermosura indecible, a cargo de Maharadja Sweets, el alias del músico neoyorquino Richard Exelbert, un híbrido discreto y contemporáneo que nos recuerda al Robert Wyatt más desnudo e infante, a través de un disco que toca fácil, conmueve y nos pone en un mood de amor y dulzura, siempre necesario pero pocas veces logrado con tal soltura, apoyado en buena medida por el trabajo al piano y la guitarra acústica.
86. V.A. – High & Low Vol. 3 (Lowers)
No importa que la producción de Lowers haya bajado considerablemente conforme han pasado los años, mientras el colectivo más célebre del norte de México siga dándole luz a su serie “High & Low”, vale la pena la espera. El volúmen tres fue editado en 2019 y continúa con una tradición que está garantizada para no fallar. Es una fiesta llena de locura y densidad, con los bajos de la casa como protagonistas principales. Por momentos hay invitados que se muestran con brío, pero el verdadero tesoro está en aquellos que pertenecen a Lowers con el corazón. A tantos años de su fundación es palpable el recorrido que han hecho para llegar hasta aquí. Cada nuevo volumen de “High & Low” es mejor que el anterior, hay unas ansias indomables de escuchar lo que viene después.
85. Jens Lekman & Annika Norlin – Correspondence (Secretly Canadian)
Primero fue un disco hecho a partir de historias regaladas por extraños, después vino una canción por semana durante un año de puro stream of consciousness y ahora una colección de canciones que nacen a partir de un intercambio de cartas con Annika Norlin. El trabajo de Jens Lekman entre su discografía formal es tan encantador que es imposible de ignorar y “Correspondence” no es la excepción. El resultado son doce canciones tan cálidas que resulta difícil no sentirse en medio de la conversación. Cada una es una respuesta de la otra y cada una, también, una reflexión de su alrededor. Norlin y Lekman son unos extraordinarios penpals y cada una de las notas de este disco lo resalta a la perfección.
84. Animal Collective – Ballet Slippers (Domino)
A la distancia, “Merriweather Post Pavillion” de Animal Collective luce como uno de esos discos que parecen estancados en su tiempo y espacio. Es difícil no escuchar alguna de sus canciones y de inmediato situarlo en aquel contexto de liberación cibernética, blogspots celebrando la ilegalidad y de contenido digital encaminado a extraños lugares. Después de diez años el grupo tampoco es el mismo, todos con carreras brillantes paralelas y todos, también, con un aparente distinto entendimiento de su vida en conjunto. “Ballet Slippers” sabe todo lo anterior y en lugar de lamentar el paso del tiempo, lo celebra. Escuchar “Merriweather Post Pavillion” en vivo es verlo liberarse de ese tiempo y ese espacio, es sentirlo más vivo y mutante que nunca y es verlo respirar de una manera especial. “Ballet Slippers” es un disco que le hace toda la justicia en esta década a uno de los más importantes de la pasada. Nada mal.
83. Bill Callahan-Shepherd In A Sheepskin Vest (Drag City)
Contrario a otros cantautores sumamente prolíficos de su generación que se robustecieron tras una larga trayectoria grupal, ponle tú un Mark Kozelek o hasta el Will Oldham, Bill Callahan ha logrado seguir haciendo canciones memorables de cabo a rabo, moviéndole casi nada a su estilo y sorprendiendo por la constancia de su músculo artístico, muy en la veta de otros titanes exploradores prolíficos del folk anómalo, llámese Michael Chapman, Bill Orcutt, o Richard Youngs.
El último disco del ex Smog es un trabajo de largo aliento, que a primera de oídas pudiera parecer cansino y a ratos desatinado, pero basta un trago largo y un segundo play para quedar enganchado y comprender que estamos ante un disco de canciones potentes, en donde las ínfulas folk acústicas se funden bien con el acompañamiento eléctrico, los silencios y esa voz que sólo Callahan puede controlar de forma magistral, ahí en donde la gravedad no es un imposte chocoso de la hombría gringa y sí un ejercicio del corazón y el ingenio. Brutal.
82. Seekers International – The Guncontrolla (ICS Library Records)
Postdub experimental de un combo prolífico (y sumamente grifo aunque sofisticado) y pluricultural (anglofilipino), que no se cansan de sacar discos, armar fiestas, torcer el dancehall al derecho y al revés y volver a la raíz para tronar las bocinas. Acá se avientan un tour de force antibélico, compuesto justamente de dos piezas, en donde la grabación directa del armado y desarmado de armas de fuego, a partir de una grabadora Tascam ochentera y su respectivo proceso. La narrativa es oscura, el dub prácticamente inexistente, la fiesta queda para después. En su lugar, ningún tiro llega a su culminación y la inmersión nos somete a un viaje adictivo.
81. Raymix – Fake Lover (Fonovisa)
2019 fue el año en el que Raymix fue conocido más por haber sido “el astronauta que dejó la NASA por la cumbia” que por un fino arquitecto musical. Antes de la noticia, la influencia de Raymix ya era importante y con su “Oye Mujer” logró llegar a todos los rincones en donde la cumbia hiciera presencia. “Fake Lover” se siente casi como una negación a los grandes titulares y como una reafirmación de su auténtico amor a la cumbia, su poder y su atemporalidad. Menos ambicioso que su antecesor pero mucho mejor estructurado, el disco está lleno de imaginación. Hace falta escuchar el inicio para darse cuenta que el encanto de Raymix permanece intacto, pero hace falta oír más allá para saber que es más fuerte que nunca. En “Fake Lover” hay electrobanda de alta manufactura, homenajes genuinos a clásicos inamovibles de la cumbia, tributos a sonideros y hasta explosiones pop que, en un mundo más justo, también serían escuchados con entusiasmo. A la verga la NASA, Raymix es un emblema de la cumbia.
80. Sarah Davachi – Pale Bloom (W. 25th)
Este año, el trabajo de la artista electroacústica canadiense radicada en Los Ángeles estuvo en primer plano junto al de otras de sus contemporáneas que han logrado fundir la experimentación sosegada y contemplativa con los guiños pop (Atkinson, Hval, Barbieri, etc.). Los últimos dos años han representado en cierto modo la expansión y madurez en el sonido de Davachi, en donde Pale Bloom aterriza en un drone de reminiscencias olfativas, recordándonos el inagotable cuño de lo sutil, lo infraleve y la delicadeza infinita de lo silente.
Si bien el trabajo de Davachi pudiera parecer menor respecto a otros de su prolífica obra, acá deja de patente su mano firme y ausencia de miedo a sonar más musical sin llegar a serlo. Oficio, inteligencia, intuición y un universo particular logran sostener esta obra magnética y casi mínima.
79. JPEGMAFIA – All My Heroes Are Cornballs (EQT Recordings)
Barrington Hendricks le juega de repente a la inventada postinternet y de repente a ser un trapero más del montón, proveniente de las filas cuestionables del microcosmos de los Death Grips. A veces lo logra y a veces no, pero lo cierto es que el prestigio que le precede a “Peggy”, en buena medida se sustenta con solvencia desde su acto en vivo e inventiva para mostrarnos con precisión un hip hop contemporáneo que expone la faceta más detestable del ser humano. También una de las más puntuales y directas.
Su más reciente producción se queda un tanto corta respecta a ese ingenio retratista y poderío visceral que son los pilares de su prestigio, sin embargo, cuando logra conectar el pico con el valle sin engolosinarse, este puede ser un disco muy superior, el cual posee más capas de las que en realidad parece exponer. Ahí en donde la tripa, la ironía, la producción gandalla y la lírica logran una goma difícil de mascar, el nuevo trabajo de Hendricks asoma una evolución muy distinta al de su camada, que tal vez cuesta reconocer pero que sin duda está ahí.
78. Tim Hecker-Anoyo (Kranky)
Otro viejo lobo de mar experimental y electrónico que lleva años explorando el lado humano de los unos y los ceros y los procesos ambientales, y que en fechas recientes a descomplejizado un tanto su trabajo para incursionar en terrenos mucho más inmediatos y cercanos, es Tim Hecker, quien desde 2012, más o menos, ha venido virando la abstracción por el timbre y las tinturas reflexivas, implementando incluso frecuencias mucho más coloridas, vivas y hasta “bonitas” por así decirlo, haciendo patente un trabajo más cercano digamos, a Sakamoto o Eno, que a Lopatin, Fullerton, o Vainio, con quien llegó a compartir escenario y similitudes estilísticas.
Desde el Love Streams de 2016, Hecker hizo más evidente su inclinación hacia un ambient mucho más pop, pero sin dejar de impregnarle sustancia dislocada, ruidos sosegados y rugosidades mucho más asimilables. Este Anoyo es la continuación de Konoyo, su álbum pasado que precedió a Love Streams, en donde Hecker ha estado colaborando con músicos japoneses tradicionales para explorar los terrenos orientales de la vida, la muerte y sus alternos cosmogónicos.
77. Tyler, The Creator – Igor (Columbia)
A ratos cansa y tras una década de prolongar sus chistes, el personaje del prodigio de los Odd Future logra lo que se presume como un giro de tuerca refrescante en su discografía, uno que nos atreveríamos a suponer como un regreso a los discos interesantes y consistentes, el más notable desde aquel fantástico Wolf de 2013 pero también el más pop. Acá hay ganas de hacer una obra mayor, aunque no se logra del todo. En su lugar hay ínfulas de incursionar más en la canción y el resultado es muy bueno.
Por ahí alguien hizo el chiste estético de la portada con algunos trabajos de Ariel Pink, y en cierto modo hay algo ahí; una suerte de nostalgia por lo ajeno, por lo no vivido, la postura de la impostura, pero que de algún modo resulta y refresca la obra del rapero-comediante-geniecillo para bien. Tyler tuvo que bajarle al chistín sin soltarlo del todo para que la credibilidad de su concepto y personaje tuvieran una cohesión un tanto más sofisticada (es un decir). En el camino, Igor consigue ser un buen compendio de canciones tiradas al R&B diluido, complaciente y minuciosamente diseñado, pero que se queda corto en la evidencia de su pretensión. El disco nos habla de que el autor de Are we Still Friends? y Earfquake, desde su comedia y hambre de hit, puede darle batalla solvente a un Childish Gambino con un sólo un poco de foco, aunque quizás esa no sea su intención. Ahora, imaginemos que alguno de estos locos busca más un disco bien consistente y no sólo facturar en automático por estar en todos los anaqueles de Urban Outfitters. Habrá que esperar a que se quiten la caspa.
76. Attarazat Addahabia & Faradjallah – Al Hadaoui (Habibi Funk)
Si uno le da play a “Al Hadaoui” mientras escucha la descripción oficial y sincera de Habibi Funk, puede sentir un entusiasmo especial que suele no suceder con muchas otras ediciones de música perdida ahí afuera. Hay una parte del texto en donde confiesan que no sabían nada de la banda, solo que la música era increíble. Y a partir de ahí no hace falta saber mucho más, sin embargo, es una historia fascinante que vale la pena conocer y que le da un valor todavía más cabrón a esta colección de canciones. “Al Adaoui” es una especie de música árabe que no lo parece del todo, construida a partir de muchos otros recursos que se sienten lejanos a su contexto. El resultado es un disco fascinante de inicio a fin, lleno de sorpresas que se van revelando con cada nueva vuelta. Una buena puerta de entrada al mundo de Habibi Funk, uno de esos sellos discográficos que le hacen un bien mayor al resto del mundo.
75. Bon Iver – i, i (Jagjaguwar)
Antes de “i.i”, Justin Vernon le dio vida a un disco que parecía más alienígena que otra cosa y que, a su vez, seguía una discreta carrera dedicada a la modesta experimentación. A la distancia, ver cómo Vernon ha pasado de ser el cavernario que hacía música con sartenes a convertirse en un interesantísimo manipulador de sonidos y discursos es algo sorprendente. Y es en “i,i” en donde encuentra su máximo potencial, en donde crea un punto medio perfecto entre el lejano mundo de su disco anterior y el cálido bosque de sus primeros años. Lo hace con una maestría que habla de lo bien que le ha ido la sobriedad y la limitación de sus ambiciones. Aquí Bon Iver se escucha mejor que nunca, con experimentos llenos de coherencia y una nostalgia perfectamente bien manoseada para no ahogarse en sí misma. Hay palabras inventadas y poemas escondidos. Esto sí es un gran disco de Bon Iver.
74. Black Midi – Schlagenheim (Rough Trade)
En una época en la que la perfección se busca constantemente en un puñado de grupos que miran hacia la gloria social, “Schlagenheim” se siente como una pequeña revolución. Como Tonstartssbandht antes que ellos, black midi es un grupo preocupado por la vida propia que sus canciones pueden tener. Probablemente la más grande virtud de estas canciones sea que cada una de ellas es un indomable animal que parece no saber concretamente cuál es su destino final. Por momentos parece que el disco se va a derrumbar por completo, pero en un pestañeo toma una nueva forma solo para poder mutar una vez más. “Schlagenheim” es desobediente, majadero, vale verguista y uno de esos discos en los que uno encuentra siempre una nueva perspectiva para verlos.
73. Richard Dawson – 2020 (Weird World)
Richard Dawson es una persona que no deja de reflexionar y que usa todo lo que tiene a su alcance para hacer que esas reflexiones sean todo menos profundas. Su música es épica, pero sus letras están llenas de un humor particular que crea un contraste bellísimo al oído. En “2020”, Dawson parece seguir un camino a través de la vida moderna y sus artilugios tecnológicos, sociales y políticos de la mano de recursos que van desde firmes declaraciones hasta las fábulas más divertidas. Todo está perfectamente acompañado con un montón de instrumentos que, a oídos ajenos, parecerían formar parte de un ambicioso ensamble que conoce a la perfección cada plan de su director. “2020” es uno de esos discos extrañísimos que uno nunca termina de explorar por completo.
72. These new puritans – Inside The Rose (BMG)
Si se escucha con atención, hay una constante en la carrera de los These New Puritans que pareciera no estar ahí. Cada uno de sus discos es más complejo que el anterior y en cada uno de ellos el grupo pisa terrenos particulares con una firmeza sorprendente. “Inside The Rose” es el disco en el que parecen querer explorar las bondades del silencio y las armonías en el vacío. Atrás quedaron los días en los que el grupo conjugaba un rock inglés genérico y se han convertido más bien en todo lo contrario. Si en “Hidden” se comportaban como un ejército terrorista del post-punk, en “Inside The Rose” llevan ese temor palpitante a un sitio más desolador. El disco se escucha vacío y lejano, siempre con un aura de oscuridad sobre las canciones que complementa perfecto una serie de manifiestos dedicados a la decadencia y la resignación. En un año en el que la década murió anunciando un final cercano, este disco es una buena cosa para empezar a sentirlo.
71. Tayhana-Tierra del Fuego (NAAFI)
Si bien desde 2012 los lanzamientos del colectivo NAAFI han venido marcando una impronta selecta y espaciada de contundencia presente en los mejores trabajos de los últimos años (Imaabs en 2016, Kali Mutsa e Imaabs en 2017, Debit en 2018), los discos confeccionados por su talento femenino han sido los que realmente han empujado su sonido e identidad hacia linderos mucho más fascinantes y potentes. Tanto Animus de Debit el año pasado como Tierra del Fuego de este 2019 han logrado prender la vela que guíe al colectivo hacia nuevos linderos desde aquel aún poderoso e inquietante EP2 de Siete Catorce en 2013.
Tierra del Fuego es en cierto modo la consagración y madurez iniciática de una productora poderosa, que trabaja a la contra de los atavíos y pasos que le parece marcar la tendencia imperante, incluso los que puedan llegar a marcar los propios colegas y colectivos, redimensionando su propio juego y el sentir de una música realmente latinoamericana, todo desde una actitud valiente, divertida y sumamente efectiva para los linderos de los cuerpos desarmados de sus propios límites.
Un disco frenético, nervioso y cambiante, que sabe mostrar sus raíces sin hacer un escarnio de obviedad de las mismas, empujando las cadencias y su narrativa hacia un horizonte completamente digno y frontal.
70. Frankie Cosmos – Close It Quietly (Sub Pop)
No se necesita más que un poco de imaginación para que las canciones de Frankie Cosmos sean tan efectivas como lo son. Mientras la complejidad, la experimentación y la ambición se han convertido en el eje de acción de muchos de los grupos de los últimos años, la música de Frankie Cosmos permanece estática en sus pequeñas viñetas llenas de color. Para Greta Kline la ambición es intercambiada por una genuina sinceridad y la experimentación por una simplicidad que es esencial para su efectividad. A veces “Close It Quietly” suena como un pequeño lamento adolescente que bien podría musicalizar cualquier película de Greta Gerwig y otras lo hace como un auténtico diario del que el escucha se siente parte. Dicen por ahí que los pequeños detalles son aquellos que hacen las cosas grandes, la economía musical de Frankie Cosmos lleva comprobándolo por años y aquí, con su mejor disco, tiene su muestra más poderosa.
69. Gianluca – Yin Yang (Quemasaucabeza)
Al mirar hacia atrás en la década que termina es claro ver que la música en Latinoamérica tuvo dos claros ejes sobre los que se creó la mejor música de esos diez años. El primero es la delicadeza del pop sudamericano que le debe su epicentro a personajes chilenos como Alex Anwandter y Javiera Mena y del que emergieron un sin fin de proyectos que parecen haberse ido muriendo conforme ha pasado el tiempo. El segundo -el de la última parte de la década de los 2010’s- es la adopción del trap y el reggaetón.
A partir de innovaciones como las de Fuete Billete o Whitest Taino Alive, el underground latino miró directamente hacia allá y se vino una avalancha de nombres que intentaron pertenecer. Gianluca es el eslabón que une a las dos épocas y “Yin Yang” su obra maestra. Con solo ver los nombres listados como invitados uno puede darse cuenta: de Pedro Ladroga a Gepe y de Javiera Mena a Pablo Chill-E. Sin embargo la intención no queda ahí, sino que está impregnada en el sonido de todo el disco. Es un universo lleno de humo y bajos entre el que se esconde un sentimiento adolescente eterno de inseguridades e inmediatez. Hay estrofas que bien podrían haber sido himnos de la revolución blogger y hay versos de calle, todo perfectamente bien equilibrado y empaquetado en un personaje que conoce ambos lados con precisión. Hay tanto rap y tanto pop que un disco que manosea a ambos sin discreción es de agradecerse.
68. Gong Gong Gong 工工工 – Phantom Rhythm 幽靈節奏 (幽霊リズム)
En “The Man In The High Castle” de Philip K. Dick hay un personaje japonés que tiene una tienda de antigüedades americanas en donde se venden artilugios de la cultura estadounidense producidos antes de perder la guerra contra los Nazis. En la novela, las producciones de entretenimiento gringas no son otra cosa más que vestigios de algo que fue olvidado y después atesorado por el Japón. Un acercamiento, también, a la manía de oriente por archivar e influenciarse de la occidentalidad a su menester. Gong Gong Gong 工工工 parece hacer juego perfecto con aquel personaje del universo de K. Dick, su música es un conjunto de -según su bandcamp- culturas musicales con inspiración en el blues africano, el drone, la música electrónica y la ópera cantonesa.
En términos más simples, es una explosión de furia performática que se ayuda solo de una guitarra, un bajo y -también según su bandcamp, porque no podemos entenderle nada- cuentos abstractos de absurdez, duda, deseo y calentura. El resultado es Phantom Rhythm 幽靈節奏 (幽霊リズム), un disco debut de apenas cuarenta minutos que no suelta al oído en ninguno de ellos. Un madrazo al cerebro, un impacto de adrenalina y un par de huevos que se sienten más que necesarios para estos tiempos.
67. Caterina Barbieri-Ecstatic Computation (Editions Megos)
La joven italiana ha desafiado a sus detractores y a los puristas que hasta hace poco seguían viendo a los sintetizadores análogos como unos grandes automasturbatorios fálicos y ultrasolemntes. En su lugar, Barbieri ha hecho una música emotiva, sumamente intuitiva y espaciada, con identidad propia pero que además no le rinde concesión alguna ni a los medios, críticos o incluso a los festivales en los que toca.
Dura y clara en sus declaraciones, a veces severa y diva en sus actitudes frente a quienes quieren verla como un genio de su cancha, Caterina ha logrado más allá de su personaje mediático un segundo opus que flirtea de forma suprema con el pop y el exceso de su propio universo, haciendo que esos desbordes funcionen y emocionen todavía, dejándonos con la golosina de más, algo que parecía poco probable tras el magnetismo y poderío de sus trabajos pasados. Ecstatic Computation es flotar, caída libre de sentimientos transfigurados por el mundo electrónico y un disco que engancha con fuerza.
https://www.youtube.com/watch?v=Bjjc0N3-sNo
66. Debit – System (NAAFI)
El término “deconstrucción” ha perdido mucho de su sentido durante los últimos años. Se ha convertido en una salida fácil para hacer referencia a la otredad, a la diferencia y a la mutación. Por eso parece casi un milagro que un disco como “System” de Debit haga un esfuerzo por devolverle el sentido. Es sencillo notarlo desde fuera, al escuchar un tribal destazado, acompañado de un montón de recursos que van desde la música industrial, el ambient y el techno. Pero es un poco más complicado hacerlo desde dentro, al tratar de hilar toda esa serie de decisiones sonoras a partir de un concepto: la lectura de libros en Tzotzil, un lenguaje maya que ayuda a Delia a crear una obra que exige cuestionamientos sociales familiares y que invita a ver más allá de la realidad. Con eso en mente, el disco se convierte en una “deconstrucción” que crea algo enteramente nuevo al oído y a la mente, en una colección de canciones llenas de una historia que pide a gritos ser explorada a través del sonido. Una cosa así no puede pasar desapercibida, algo así necesita escucharse por años.
65. Charli XCX – Charli (Atlantic Records)
En un mundo más justo, Charli XCX sería una superestrella del pop global. Pero este mundo no es justo y es temeroso a la valentía y el atrevimiento. Como en “S1M0ne” de Andrew Niccol, la música de Charli está tan llena de texturas digitales que el mito de la femmebot parece extrañamente acertado. Sin embargo también está llena de humanidad y puede pasar en un parpadeo de ser una imagen de holograma a una adolescente con sentimientos poderosos. “Charli” es la culminación de todos esos experimentos que la llevaron a convertirse en un icono de la libertad (sexual, creativa, escénica, performática).
Es el disco en el que mejor muestra todas sus virtudes y sus ambiciones, en el que sus capacidades las sostienen y en el que su personaje por fin se establece como un imprescindible de nuestros tiempos. Puede sonar como una obviedad que la digitalidad se ha convertido en el apéndice más importante del humano, pero no lo es tanto cuando a partir de ella nacen cosas como Charli XCX, alguien a quien los tiempos modernos la han pisoteado y la han alabado sin pestañear. Es casi un objeto de estudio de Byung Chul Han y un disco que se escucha increíble a todo momento.
64. Teresa Cienfuegos y las Cobras – Duras vacaciones
Una de las cosas más emocionantes que le pasó al rock mexicano en este último año es, sin mucho pensarle, el nacimiento de NEL, una sociedad de camaradería y creatividad del que forman parte actos tan queridos como Meelt o Belafonte Sensacional. Teresa Cienfuegos y las Cobras están ahí (y de hecho comparten integrantes) como un pequeño tesoro listo para ser descubierto. Su música es fugaz pero está manchada del aceitoso asfalto de la Ciudad de México.
Las apenas seis canciones que conforman el disco bien podrían ser descritas como encantadoras crónicas de la ciudad con la precisión de Novo pero la astucia de Armando Ramírez, todo enmarcado en poderosas melodías llenas de guitarras desesperadas, bajos hipnóticos y baterías sedientas. Cada canción se vive como un día en la capital mexicana: a prisa, sin tiempo que perder, con sorpresas en cada esquina y con un calor de la chingada. El disco es muchísimo mejor de lo que la descripción pudiera sugerir.
63. Ana Roxanne – ~ ~ ~ (Leaving Records)
Ana Roxanne es uno de esos guiños-anomalías en el sistema y la tradición, que no busca la eclosión incesante de sobresalir en un gremio tan erosionado como lo es el de la música experimental o las tendencias “arty” de cualquier hijo de vecino. Más bien, lo que An Roxanne trae a la mesa es una exploración íntima y muy intuitiva de lo que deja ser hija de padres inmigrantes (asiáticos en Estados Unidos), influida por la colecciones de CDs pop y R&B de su madre.
Ese camino llevó a Ana a explorar sobre su voz y universo íntimo, pero también sobre su pasado. En 2013 comenzó a educar sus capacidades vocales apoyada en procesos y reminiscencias ancestrales, pero también en un field recording que echa mano de la nostalgia inmediata, creando un trabajo dulce, enigmático y precioso, editado primero en cinta y posteriormente en vinil. Un trabajo que es en apariencia un detalle mínimo pero que va creciendo en interés, revelando sus secretos y expandiendo su sensibilidad en cada escucha, desde su discreción e hipnótica belleza.
62. Marinero – Trópico de Cáncer (Needle to the Groove)
A botepronto, el nombre de Jess Sylvester podría no decir mucho, pero su carrera habla por sí misma. Él ha formado parte de grupos como Violent Change, Tiger Uppercut y es una de las dos mitades que conforman Francisco y Madero, uno de los duetos más emocionantes que tiene la música mexicana actualmente. Con Marinero, Jess hace música muy distante de los proyectos antes mencionados. “Trópico de Cáncer” es una fotografía en serpia, un recuerdo lleno de nostalgia y una postal de alguien a quien el corazón extraña todos los días. Las canciones del disco están en un limbo entre la tropicalia brasileña, la música latinoamericana de los años sesenta y el espíritu chicano de su creador, es una mezcla de amores que cautivan al oído de inmediato. Su dulzura es tal que Jess la cubre de una psicodelia especial, el disco se siente como un vinyl olvidado pero se escucha tan fresco que es imposible no sorprenderse. “Trópico de Cáncer” es uno de los discos más cálidos que dio el año que termina, uno de esos tesoros que hay que tener cerca para cuando sea necesario.
61. Milton James – Pretemporada
La década que termina tuvo su punto más alto en cuanto a pop latinoamericano se refiere con Dënver, un grupo que encontró su punto más alto al inicio de los 2010s y que murió con ellos dignamente. Con una discografía impecable detrás, el esfuerzo como solista de Milton James es todo menos improvisado. “Pretemporada” es varias cosas y quizá la más importante sería la reafirmación del genio detrás de las producciones de aquel dueto de sus amores. El disco no parece ser un acercamiento al sonido que él y Mariana Montenegro lograron perfeccionar a través de los años, sino más bien un fino complemento a un legado que se mantiene fuerte como roble al paso del tiempo. Aquí hay mucho pop de alta manufactura, confesiones adolescentes, romanticismo ingenuo y una sensibilidad constante para poner todo aquello en una armonía especial. “Pretemporada” es un disco que conmueve, que fluye como un río con cause y que acaricia al oído con un expertise incuestionable. No mala forma de comenzar un nuevo episodio musical.
60. Blood Orange – Angel’s Pulse (Domino)
Uno bien podría decir que Dev Hynes lo hace mejor con cada nueva cosa que arroja. El tipo no solamente es un perfecto arquitecto del mejor pop de los últimos años, también se ha convertido en un emblema de la otredad. Su música, sus producciones, sus colaboraciones y todo aquello en lo que se involucra tienen una clara constante: son pequeños manifiestos a la libertad sexual, a la negritud, a la diferencia. Si su monumental “Negro Swan” parecía haber dejado la vara muy alta, “Angel’s Pulse” comprueba que tal cosa no existe para alguien como Hynes. Escuchar el disco es una reafirmación de que ha sabido perfeccionar una técnica que mezcla con maestría la manufactura musical a merced de los sampleos con profundidad.
No importa que apenas sea una canción la que se comporte como tal en “Angel’s Pulse” porque el resto del disco funciona como un todo que no deja de mutar frente a los oídos. Es aquí, también, en donde Blood Orange encuentra una alineación de ensueño para colaborar y, si esto apenas es una muestra de lo que puede hacer con tantito tiempo libre, el futuro definitivamente luce más brillante todavía.
59. Panda Bear – Buoys
Para alguien como Panda Bear acostumbrado a la pesadez de los samplers, a la monumentalidad de los pasajes sonoros y a la contundencia del sonido, hacer un disco como “Buoys” podría parecer una locura. Sin embargo es todo lo contrario. Se trata de una colección de canciones que regresan a Noah Lennox a una época de austeridad en donde los valores de producción son poco menos importantes que la inteligencia para utilizarlos. “Buoys” se siente libre en su carencia de adornos, desnudo como su antecesor “Young Prayer” pero mucho más consciente de todo lo que ha dejado detrás.
La guitarra regresa a las manos de Lennox y aquella experimentación se dirigió por completo hacia sus letras, unas que van desde el amor hasta el lamento y saltan de un lado a otro con maestría. Todo el tiempo pareciera que a “Buoys” le hace falta algo y es ese mismo vacío el que lo hace escucharse espectacular. Lennox tiene sobre los hombros una carrera que sólo podría describirse como épica y este disco es todo lo contrario. Después de todas las decisiones que ha tomado, el dejar de ser monumental fue la mejor que pudo encontrar.
58. Sandro Perri – Soft Landing (Constellation)
Hay algo especial en la música de Sandro Perri que la hace flotar entre el tiempo y el espacio en el que se escucha. Sus experimentos pueden ser extremadamente largos pero están dotados de una paciencia que los hace sentirse fugaces, como si apenas fueran una porción de su duración total. Se podría decir que Perri se ha encargado de desarrollar una poderosa fórmula que bien podría comenzar a sentar las bases de algo que solo se puede describir como música infinita. Los minutos pasan sin sensación alguna del tiempo entre la cadencia de su eterna guitarra y la timidez de las percusiones y sintetizadores que la acompañan. Su voz, tan omnipresente como cualquier otra cosa divina, apenas acaricia el oído con una dulzura particular. “Soft Landing” es un disco que está lleno de todo aquello, una oda a la paciencia en tiempos de inmediatez y una colección de canciones que exigen ser escuchadas con atención y detalle en una época en la que las canciones lo son todo.
57. Pharmakon – Devour (Sacred Bones)
Pharmakon se ha encargado por años de hacer del horror sonoro una especie de arte. O por lo menos ha logrado que el temor provocado por su música se aprecie como posiblemente ningún otro ahí afuera. “Devour” no es el body horror de “Bestial Burden” pero es algo igual de aterrador. Es un disco que explora la desesperación, la ansiedad, el pánico, la claustrofobia y el encierro. Según su descripción, está dedicado a quien se ha perdido en su propia mente y a aquellos que han sido institucionalizados de alguna otra forma (en una cárcel, en un hospital psiquiátrico, en una rehabilitación de adicciones). El resultado son cinco canciones que no solamente retratan a la perfección esa ira incontrolable que provoca el pensar de más y perderse en el cerebro, sino que también rasga las vestiduras de la cordura y altera la sensibilidad de la coherencia. “Devour” es un grito al vacío, el grito más fuerte que se puede escuchar ahí abajo.
56. PUP – Morbid Stuff (Rise)
Decir que “Morbid Stuff” es un disco enojado es casi un pleonasmo cuando se trata de un grupo como PUP, unos canadienses que son expertos en canalizar la ira a través de un punk tan ligero como efectivo. Pero sí, “Morbud Stuff” es el momento más enojado de toda su carrera. Están hartos de todo lo que sucede a su alrededor pero, más importantemente, están hartos de ellos mismos: de sus sentimientos y de sus vidas. Son un grupo enojado con lo que son, con lo que piensan y con lo que los demás piensan de ellos. Pero no son un grupo torpe, lo demuestran a través de fugaces y divertidas canciones que a veces pueden ser una historia entretenidísima y otras veces una muy profunda reflexión. Por momentos suenan como la banda más desilusionada del mundo y por otros como la más experimentada.
Sin embargo, el disco todo el tiempo está bañado de un sentimiento derrotista que no puede sino ser perfectamente ajustado a nuestros tiempos. Ellos entienden que el futuro no es nada comparado con la porquería del presente y el siempre lejano recuerdo de un pasado distorsionado a placer. “Morbid Stuff” es la gran mentada de madre que nos dejó el 2019.
55. Omar Montes – La Vida Mártir (Zamara Music)
De unos años para acá, pareciera que España se está convirtiendo en el epicentro de la innovación de la urbanidad. Mientras del otro lado del océano el éxito se encuentra en la fórmula probada y comprobada, allá se esfuerzan por romper con toda norma. Omar Montes se inserta en un mismo apartado que otras gemas del viejo continente como la Pxxr Gvng, los Takers o Dellafuente.
Es un tipo que conoce perfecto la tradición de la música española y no teme en demostrarlo en cada una de sus canciones. Esas canciones son poderosos experimentos de reggaetón que dejan al pop de los Balvins y los Malumas en una posición muy lejana. Por otro lado, también es alguien a quien le es fácil opacar a los C. Tanganas, los Pimp Flacos y los Kinder Malos por igual. “La Vida Mártir” es la obra maestra de Omar Montes, alguien que podría funcionar perfecto en el mainstream si éste fuera más justo de lo que en realidad es y que, al mismo tiempo, puede ser efectivo en las ligas más periféricas. En el disco hay canciones que suenan como un éxito inmediato y otras que bien podrían formar parte de una compilación de flamenco de la nueva era al lado de personas como Rosalía o el Niño de Elche. De inicio a fin, “La Vida Mártir” lo tiene todo y Omar Montes también. La crisis del reggaetón está alcanzando niveles insospechados y escuchar a alguien como Omar Montes en medio de la catástrofe es una pequeña luz de esperanza que vale la pena mantener encendida.
54. V.A. – Body Beat: Soca-Dub and Electronic Calypso (1979-98) (Soundway Records)
La labor de Soundway Records no se puede echar en saco roto. Sus esfuerzos por darle reflectores a obras olvidadas del viejo mundo no pueden pasar desapercibidos en un mundo en el que las influencias son cada vez menos importantes. Para entender el presente siempre hay que voltear a ver el pasado y para hablar de la música de hoy es imprescindible hacerlo de la que vino antes que ella. “Body beat” es una compilación que reúne canciones clave que trazan la historia de la soca a través del mundo: de su explosión en la década de los setenta hasta finales de los noventa, cuando el género alcanzó el punto de la normalidad. A lo largo de todo el disco se rompe el mito de que la soca es un género que se niega a mutar y carente de imaginación.
Con cada una de las canciones que aquí se encuentran se confirma que se trata de uno de los géneros más interesantes y menos explorados del caribe. Un sonido que lo mismo es influencia para actos de reggaetón contemporáneos que para experimentadores profesionales como El Guincho. Las diecisiete pistas de “Body Beat”, también, develan el alma de la soca por completo: la fiesta y el goce como escaparate principal de la vida. Es soca influenciada por dub, disco, boogie, reggae, soul y hasta house; un recorrido por sus diferentes tiempos y sus diferentes formas. Es la gran compilación de Soundway de este año, sin pedos.
53. Orihuela M.S.S. – Música Para Antes de Morir (Caballito Netlabel)
Muy discretamente, Orihuela M.S.S. ha hecho varias de las grandes canciones de cumbia de los últimos años. Si la cumbia es un género que “da orgullo a ser hombre”, como Dick Verdult alguna vez la describió, entonces Orihuela es un tipo al que el orgullo no le cabe en el pecho. Desde su trinchera en Puebla se ha esforzado tanto por romper los límites coherentes del género que se ha convertido en una especie de culto para sus adoradores. Ha sido descubierto por otros grandes dedicados a este amor como Regional en Sudamérica, Rebajado en México y ahora Caballito Netlabel de España con una colección de canciones que no pasan desapercibidas. Aquí Orihuela desafía todas las reglas de la cumbia al mismo tiempo que se acata a sus tradiciones: hay un intro, un homenaje a una leyenda, un remix de una sensación moderna, lamentos cumbieros y locuras que parecen imposibles. En sus manos la cumbia es tan maleable como la plastilina y tan mutante como los límites de la imaginación lo permitan.
“Música para antes de morir” es diferente a sus antecesores gracias a su capacidad para mostrar todas las virtudes de Orihuela en un solo disco. Aquí no hay conceptos, ni tampoco narrativa. Lo de aquí es un fenómeno de transformación constante, la observación de la cumbia en su estado más salvaje e inquieto. No importa si Orihuela nunca alcanza la gloria social, la música que ha hecho hasta ahora es un legado impecable al que siempre se podrá regresar.
52. Jenny Lewis – On The Line (Warner Bros)
Se necesitaron muchos años y cuatro discos para que el genio de Jenny Lewis saliera a relucir en todo su esplendor después de haber abandonado Rilo kiley, pero la espera valió completamente la pena. “On The Line” es un disco construido por la experiencia que solo los años pueden brindar. La voz de Lewis se escucha como nunca, porque se encuentra en el momento de su vida más poderoso y con el peso del tiempo sobre los hombros. Su historia no ha sido un cuento de hadas y en cada una de las canciones lo demuestra a la perfección. Lo hace de la mano de una narrativa especial y digna de reconocimiento, sus versos no son simples metáforas que riman, sino toda una labor de desnudez que la lleva a confesar momentos que incluso ella nunca creyó capaz. Todo eso está enmarcado con una maestría para la creación de armonías: su guitarra siempre está en el momento indicado a la hora indicada, el piano parece saber exactamente cuándo aparecer y las percusiones están al servicio de las historias. “On The Line” es el disco de Jenny Lewis que el mundo esperó por años y, afortunadamente, a nadie decepciona lo que logró.
51. Thee Oh Sees – Face Stabber (Castle Faces)
Lo malo de la música, obvio es un decir, es que se vale de todo, desde hacer una obra trascendente y vital para su tiempo histórico, pero también tres kilos de tortillas psicodélicas sin concesión ni reparo al año. Los californianos Thee Oh Sees pertenecen a esa familia de pachecos rocanroleros flaquitos colgados que ya no sabe uno en qué momento de su discografía están, generando obras más como registros plenos de su pasión que como discurso o algo más sustancioso.
Thee Oh Sees tiene la impronta de sonar más relajados y menos que impostados que, digamos, los australianos King Gizzard And The Lizard Wizard, echando mano de una lisergia setentera que no suena tan demodé y amarra bien tanto en el disco como en vivo. Face Stabber es uno de sus discos más vivarachos, lúdicos y que remiten al Zappa de Hot Rats sin parecer un pastiche chocoso y con más malilla roquera. Cuando uno no anda de exigente, lo que necesita a veces viene en forma de un buen disco para pasarla suave y ya.
50. Varios-Jambú E Os Míticos Sons Da Amazonia 1974-1986 (Analog Africa)
Algunos han criticado la labor de sellos como Soundway Records, Ostinato, Souljazz, Honest Jones y Aalog Africa, a quien concierne esta estupenda compilación de frecuencias brasileñas del Amazonas de la mitad de los setenta a la primera mitad de los ochenta, haciendo notar el hecho de que ese trabajo antropológico de rescate deviene a su vez en una suerte de saqueo cultural, en donde los ganones son varios jugadores europeos y norteamericanos, pero menos sus protagonistas.
Y amén de que el señalamiento tenga una incómoda porción de verdad, también podríamos decir a su favor que no es un compilado con fines de café o world music ramplón (saludos al legado Putumayo y anexos). Más aún, en el caso de Jambú, la música se sostiene por sí mismo, además de su tratamiento, curación y difusión, convirtiéndolo en uno de los discos indispensables para comprender y ampliar la memoria sonora olvidada de América Latina. Esta compilación ha resultado en una refrescante vitalidad musical incluso para la tradición misma de la cultura brasileña. Una joya que se baila, se siente, se baila y resiste a morir pese a todo.
49. Meelt-Triunfos Pasados (independientote)
Meelt no tiene pedos, Meelt son unos mocos embarrados debajo del pupitre mientras estás pensando en él o ella durante la última clase del viernes. Meelt es una embarrada de bajo y batería a la chilanga sobre tu pan quebrado (como tu corazón), una ecuación de 10 por vía chicharronera o un golpe de calor en el cuerpo pero una brisa de frescura en las bragas.
Hace rato que no escuchábamos un dueto así de desacomplejado, tan de dos velocidades y que nos hiciera sonreir y bailar el rock sin sentir una impostura o pretensión mayor en la ciudad. Triunfos Pasados es un trabajo muy disfrutable que habla de cosas gruesas de forma ligera y al revés, nos hace encancharnos en nuestra ciudad sin hacernos los muy barrios o los fresillas que nunca seremos. Si el rock quiere seguir aferrándose a no morir, que lo haga más así, de favor.
48. Maxo Kream – Brandon Banks (Big Persona)
Brandon Banks es el nombre de un criminal y, también, es el nombre del padre de Maxo Kream, un rapero que por años ha llevado la tragedia familiar a niveles insospechados en cada una de sus letras. En este disco, dedicado enteramente a contar las historias que su padre le ha proporcionado a la largo de la vida y la manera en cómo han afectado su propia vida, Kream explora a la familia desde un punto de vista que solo puede ser descrito como la versión sonora de la primera temporada de “The Wire”. Al igual que en la obra maestra de David Simon, la perspectiva de Kream es la de alguien quien ha vivido toda su vida en la podridez de la delincuencia y en la esperanza del bienestar.
No se trata, sin embargo, de una avalancha de supremacía, mucho menos de un puñado de quejas al sistema o la sociedad. Todo es mucho más humano. En sus manos, la oscuridad de su historia se convierte en una especie de fábula que mantiene atento al escucha hasta el último momento, con sus sampleos y sus interludes. Con sus tragedias y sus éxitos. Escuchar el disco es una experiencia parecida a muy pocas cosas ahí afuera, con una atención a los detalles que acentúa una cruda narrativa que es difícil abandonar. Uno de los mejores discos de rap que vieron la luz este año.
47. Carla dal Forno-Look Up Sharp (Kallista Records)
Después del ambient, el pop femenino de tinturas etéreas ha sido una de las vetas musicales más desgastadas y pasteurizadas del último lustro, por lo que encontrar un disco que no pase desapercibido es difícil. En este tenor, el tercer trabajo de la australiana Carla dal Forno amarra perfecto, develando su complejidad tras segundas y terceras escuchas. Y es que los diez temas contenidos en Look Up Sharp brillan y conectan sin mayor pretensión, de forma preciosa mas no empalagosa, ya que no es un disco para nada grandilocuente.
La experimentación está incrustada en pos de un pop lo-fi de gran oficio y factura, sosegado y discreto pero con suficientes giros de tuerca como para no perder nuestra atención, además de edificar una obra mucho más consistente (su mejor trabajo a la fecha), alejada de las orientaciones synth pop de su debut You Know What It’s Like de 2016 o los devaneos indies de sus primeros proyectos. En definitiva este es el portal firme al corpus creativo de una artista que ya tiene voz propia, pero también un alma y un corazón maduros y únicos transpolados en canciones hermosas. Qué gran disco.
46. Lafawndah-Ancestor Boy (Concordia)
Si bien en 2016 ya habíamos conocido una breve prueba de esta artista afincada en Nueva York, quien maneja unas mancuernas bien bajadas de pop electrónico experimental incrustadas en sendos pasajes de ínfulas ancestrales de gran calado, el álbum debut de Lafawandah ha destacado sobremanera entre las listas mainstream y underground de lo mejor del año, gracias a su frescura y sentido épico sin echar mano de una ambición demasiado enmarcada en los lugares de siempre.
Ancestor Boy recuerda a la Björk primera sin el sentido lúdico a lo pop-Broadway de la islandesa. En este disco hay cambios narrativos pero no una abstracción demasiado atribulada, una intensidad y misticismo pero no en función de una coreografía conceptual demasiado obvia o recurrente. En su lugar, Ancestor Boy es un disco que deja que los pasajes sonoros de las antípodas geográficas hablen por sí solas, que la naturaleza dialogue con un ente contemporáneo lo suficientemente claro de miras y armado de oficio artístico como para detonar un disco sólido y contundente sin dejar de ser de un contacto muy inmediato.
45. Aldous Harding – Designer (4AD)
Al igual que con Carla del Forno, 2019 encontró a la neozelandesa con un tercer disco completamente redondo, maduro y hermoso de su pop, aunque en el caso de Harding implicó un tránsito del folk oscuro y el rock alternativo convencional a un folk-pop muy sólido y lleno de inventiva, que además posee el trabajo de estudio suficiente como para que la sencillez y lo común sean una extravagancia más sugerida. Se agradece que una artista no tenga que empujarse a la estridencia para ser quien quiere ser, al tiempo que factura un disco que no teme ser grande sin tener que gritarlo. Canciones, lírica y oficio con una elegancia innata, todo con el corazón en la mano y las emociones domadas, además de ser una obra muy ligera, poseedora de una sentido sentido femenino muy divertido e ingenioso.
44. Joanna Sternberg – Then I Try Some More (Team Love)
El disco debut de Joanna Sternberg es una oda a la decepción. Es una oración contundente y parece no hacerle justicia del todo. “Then I Try Some More” es un disco derrotista, la descripción sonora de verse al espejo y no sentirse bien. La construcción de sus canciones es tan frágil como la estabilidad emocional de su autora, como si se tratara de una versión edulcorada de los momentos más confrontacionales de Melissa Broder. Su voz, tan llena de ternura como de resignación, se da a la tarea de hacer todo lo posible por exorcizar sus demonios más profundos, pero no lo hace con ira o despeseración, sino más bien con una dulzura especial.
El disco está lleno de contrastes y, a primera escucha, uno podría pensar que se trata de una colección de canciones llenas de romance, pero al profundizar en las letras el resultado es todo lo contrario. La constante son una tímida guitarra y un valiente piano que se encargan de diluir la depresión y los pensamientos suicidas en una especie de luminosidad que hace percibir todo de una manera mucho más humana. En menos de media hora el disco toca fondo y, en sus momentos finales, brinda una esperanza que abraza con fuerza al escucha para no soltarlo nunca más.
43. Kaydy Cain & Marko Italia – NBA
Los tiempos de gloria del rap y el reggaetón español parecen estarse quedando atrás conforme pasa el tiempo. Mientras más culto se creaba alrededor de gente como la Pxxr Gvng o los Takers, más personajes comenzaron a surgir para unirse al movimiento, resultado en un superávit que eventualmente se convirtió en una crisis que parece no tener remedio. Por suerte, aquellos pioneros todavía permanecen tan vigentes como en aquel entonces y todavía se dan el tiempo de crear obras para no olvidar que lo están. Con “NBA” -también “Never Broke Again”- Kaydy Cain y Marko Italia regresaron los reflectores a los tiempos de gloria de los Takers, quizá el colectivo al que menos justicia le ha hecho todo el movimiento hasta el día de hoy.
El disco es una fiesta de personajes y un armario de máscaras. Sus invitados son todos aquellos que crearon el mito (desde El Mini hasta Israel B) y sus canciones son la reafirmación de que ahí estaba el epicentro de esta nueva revolución. Aquí hay reggaetón de la más alta manufactura y rap con una tradición envidiable. “NBA” es el disco que todos estábamos esperando en medio del caos, la luz en medio de toda la oscuridad del género. Eso, se sabe, vale la pena aplaudirlo.
42. Mabe Fratti-Pies Sobre la Tierra (Hole Records)
Si con el breve EP de 2018, Aprendiendo a Hablar, la guatemalteca afincada en la Ciudad de México ya había afincado una impronta sonora genuina y vital, en donde su universo personal fluía de forma hermosa, inmediata y compleja, con Pies Sobre la Tierra afianza un terreno sonoro que la reconoce y desdobla como una artista urgente, necesaria e incluso sorpresivamente refrescante. Es este un compendio de ocho cortes sumamente evocativos, hilvanados sí con la piel y el corazón, en un devaneo con la experimentación y las figuras mentales que los títulos y el mismo oleaje de los sonidos detonan, pero también con una libertad arrebatada y emociones contenidas (o domadas u orientadas) por el cuidado en la textura y el viaje de su narrativa personalísima. Mabe Fratti consigue patinar sobre el borde del sentimiento sin sobreexponerlo, sin abusar, pero tampoco plantando imposturas que a veces pudieran parecer el traste de los discos locales grandilocuentes. Aquí hay un viaje de altos vuelos desde la discreción y el intimismo; un paisaje imponente que impone desde el detalle mínimo, canciones-flor que se abren conforme van escuchándose y creciendo en nosotros.
41. Chúpame el dedo – No te metas con Satán (Discrepant Records)
De entre todos los proyectos que salen de las manos de Eblis Álvarez y Pedro Ojeda, Chúpame el Dedo es de los más emocionantes. Descrito inicialmente como una fusión destructora de hardcore, punk, grindcore y cumbia, el grupo se ha dado a la tarea de crear el rostro más violento de todo su mar de creatividad. “No te metas con Satán” es, posiblemente, lo mejor que han hecho hasta ahora. Es un disco que no solamente se acerca al satanismo sin cautela, sino que lo hace de la mano de las mejores canciones que el grupo ha creado hasta hoy. La esencia de Chúpame el Dedo está en cada una de las canciones, están llenas de energía y destrucción, de blasfemias, de mucho pinche ruido y de mucha tropicalidad. Por momentos puede ser una versión latinoamericana de las absurdamente divertidas películas de Richard Elfman y por otros una perfecta sinfonía dedicada al caos. Puede ser muchas cosas, pero todas perfectamente bien estructuradas y tremendamente bien estudiadas. Este disco es una fascinación, una locura que nunca deja en paz al cerebro.
40. Burna Boy – African Giant (Atlantic Records)
Al final de “African Giant”, la madre de Burna Boy dice una verdad indiscutible: “the message from Burna would be that every black person should please remember that you were africans, before you become anything else”. Se podría decir que esa frase, que cierra el disco de manera espectacular, es la base de todo el disco y la clausura perfecta para todo lo que se escuchó antes de ella. El título no es en vano, Burna Boy se asume como el encargado de hacer regresar la mirada a la raíz del mundo. Al escuchar a personas como YG, Future o Jeremih es claro que se trata de un intencional regreso a la madre tierra a partir de una revaloración de su historia y al escuchar a otros como Angelique Kidjo o Damian Marley es claro, también, que es una reafirmación de la la influencia de la música negra en el sonido del mundo. En medio está Burna cumpliendo una misión con todos los recursos que tiene a su alcance: canta en diferentes idiomas, se apoya de diferentes géneros que van desde el afropop al dancehall y al rap. “African Giant” es una especie de historia negra en los oídos, un esfuerzo aplaudible en una crisis racial mundial. No solo las personas negras deben recordarlo, todos debemos tener a África bien presentes.
39. Solange-When I Get Home (Columbia)
Parece una regla no escrita, pero la impronta de la parentela de los más famosos conlleva casi siempre un doble esfuerzo por destacar y tratar de no vivir a la sombra del referente. Algunos parecen ocuparla como una suerte de cobijo estilístico del que no podrán escapar (Sean Lennon) y otros tantos, como es el caso de Solange, lo revierten y refrescan a su paso, construyendo discos cada vez más interesantes y con carne.
Con sus dos discos recientes, Solange ha podido desprenderse del peso mediático de ser la hermana de Beyonce, aunque de cierta forma incorporando los mejores trucos vocales y estilísticos permeados por la ex Destiny’s Child’s. En When I Get Home, Solange logra un disco sólido casi sin saberlo, divirtiéndose, tomando licencias de todos lados pero siempre con la calidad y calidez de las buenas canciones al frente, lo cual es toda una frescura que se sostiene por sí sola.
38. Los Pirañas – Historia Natural (Glitterbeat Records)
En alguna entrevista que dio Eblis Álvarez a la extinta Panamérika aseguraba que la dinámica de Los Pirañas está tan perfeccionada que sus integrantes ya no necesitan hablarse para darle forma a sus canciones. En la improvisación, aseguró, encuentran la armonía a través de simples miradas porque cada uno de ellos se conoce tan bien que es todo lo que hace falta para complementarse. En “Historia Natural” esto es más palpable que nunca, porque es también su mejor disco hasta la fecha. Si sus antecesores eran una explosión de ideas volando a través de toda la habitación, entonces éste es el lugar en donde todas caen perfectamente bien ensambladas. Nunca antes se habían escuchado como aquí: el caos al que el grupo está acostumbrado permanece intacto, pero crea una armonía perfecta que lo hace escucharse extrañamente familiar. La mayor virtud de “Historia Natural” radica en su capacidad para explorar la tradición de una forma que no puede pertenecer a este planeta y, sin embargo, mostrarse genuinamente local. Poco hay que discutir: Los Pirañas son la mejor banda que hay en América hoy en día.
37. Romeo Santos – Utopía (Sony)
Un vistazo al tracklist de “Utopía” es suficiente para poder notar que se trata del esfuerzo más grande que ha hecho Romeo Santos por regresar la atención a la República Dominicana como un epicentro de talento e influencias. En una época en la que todo el mundo centró la atención en el reggaetón de Puerto Rico y Colombia, la herencia a la música popular de Dominicana quedó un poco en el olvido. Nadie recuerda que fue una región crucial para la evolución del género como lo conocemos actualmente y mucho menos tienen en la mente la historia de un país de raza negra que ha tenido por años actividad importante en el desarrollo musical del mundo. En este disco Romeo Santos intenta que todos ahí afuera lo sepan a través de lo que mejor sabe hacer: bachata de alta calidad. Su “Utopía” no es otra que la justicia. Aquí le brinda reflectores a leyendas de la bachata que parecían brillar solo de manera local y los lleva a interactuar de una manera tan brillante que parece más un director de orquesta que un músico operativo. El disco está lleno de canciones que conocen su tradición y no titubean para demostrarlo, es desfile de iconos y un poderoso recordatorio de su talento. Probablemente el mejor disco que haya hecho hasta el día de hoy.
36. Ariel Pink’s Haunted Graffiti – Loverboy / Underground / Oddities Sodomies Vol. 2 (Mexican Summer)
El mito de Ariel Pink nunca se va a terminar. Dicen, los que dicen que saben, que la cantidad de música que ha grabado desde que comenzó su carrera musical en un pequeño departamento de California hace más de veinte años es industrial, casi incontable. Lo que Ariel demuestra al público, por otro lado, es también una gigantesca cantidad de música nueva de manera constante. Su catálogo se ha convertido en un tesoro de los exploradores musicales del mundo, de todos aquellos que pedían una labor en forma como la que Mexican Summer comenzó en 2019. Las nuevas reediciones del sello es la obra más ambiciosa que hayan maquilado hasta hoy. Consta de diez discos que verán la luz en varias partes, la primera de ellas conformada por “Loverboy” (uno de los discos más emblemáticos de la primera fase del Haunted Graffiti), “Underground” (el primero de ellos) y “Oddities Sodomies Vol.2”, una especie de compilación que une diferentes etapas de su carrera y les brinda una coherencia que parecía imposible. El esfuerzo no culmina solamente en ediciones con una fidelidad impresionante, sino que ofrece pequeños ensayos que ayudan a entender el funcionamiento de la mente de Ariel hacia la producción de su música. Es un tesoro fascinante, un objeto de colección invaluable y, tal vez, el punto más alto de la Ariel Pink manía, una que parece -igual que su música- flotar entre tiempo y espacio.
35. Juan Wauters-La Onda de Juan Pablo (Captured Tracks)
El trovador uruguayo más querido de Nueva York ha logrado dar con ese fenómeno que sucede con relativa frecuencia, cuando los artistas se bajan de la recomendación turística revistera de ocasión y comienzan a vivir y caminar una ciudad desde su realidad. La Onda de Juan Pablo, quinto trabajo dentro de la sexteta de producciones que Wauters tiene en una década de carrera, es, por decirlo de algún modo, su “disco más mexicano” y también el que se percibe más desnudo, lúdico y fluido.
El oficio de Wauters para hacer canciones emotivas, bellas e inteligentes desde su simpleza o su aparente careta tontitierna es impresionante cuando se comprueba a su vez el oficio, calado y honestidad con la que el uruguayo logra hilvanar lo que percibe a su paso inmediato; un ejercicio que retrata la Ciudad de México con suma precisión, gracias al poder de observación y abstracción natural de Juan.
34. Los Wemblers de Iquitos – Visión del Ayahuasca (Barbés Records)
Los nuevos escuchas de la chicha tal vez tienen el recuerdo reciente de aquella declaración oficial de Animal Collective en donde incluían una emblemática canción de Los Hijos del Sol como parte importante de las influencias para su infravalorado “Centipede Hz”. Los viejos escuchas del género tienen el nacimiento de su amor por ella en aquella icónica compilación que Barbés Records lanzó al mundo hace algunos años y que se convirtió en el punto de partida oficial para comenzar a descubrir su universo. Muchos años después y muchos grupos inspirados en ella después, la misma Barbés editó un nuevo disco de Los Wemblers de Iquitos, posiblemente el grupo que más aportó a la creación de la chicha como género musical en el Amazonas del siglo pasado. “Visión del Ayahuasca” es, entonces, una pieza invaluable desde el hecho de existir.
Más allá, es un disco que comprueba la atemporalidad de la cumbia amazónica con brío. Sus integrantes, todos miembros de la tercera edad, tienen perfectamente bien aprendidas las notas de cada una de las canciones y tienen, además, toda su historia sobre los hombros. El disco no se siente como una novedad, sino como un clásico desempolvado de años mejores. Es toda una sorpresa escucharlos tan vigentes como en sus primeros años, sentirlos tan apasionados por un género que representa a una minoría que ha luchado por años por visibilidad y que, todavía, lo sigue haciendo. “Visión del Ayahuasca” es una de esas gemas que pocas veces se encuentra uno en tiempos de esa innovación que hace todo menos innovar. Este disco va para los libros de historia.
33. Jazz Bandana – Música Para Llegar a Marte
Es una pena que Jazz Bandana no se haya convertido en uno de los personajes que gozan de las glorias de los nuevos tiempos del rap en Latinoamérica. Entre todo el montón de nombres que maquilan rimas genéricas y producciones empeñadas en sobresalir, Jazz es una extrañeza. Su manera de entender el rap como un lienzo listo para ser llenado es envidiable y el catálogo de influencias que convergen en su música es digna de una valiosa exploración. Jazz Bandana hace olvidar la constante actual, esa que dicta que el rap debe ser denso y majadero, también hace decirle adiós a la otra constante actual, la que dice que las rimas siempre deben tener punchlines para ser más efectivas. Él va por otro camino, uno más cadencioso e inteligente, más ligero y definitivamente lejano al planeta Tierra. En “Música Para Llegar A Marte” traza el camino que conecta su mundo y el nuestro. Es tan hábil como para samplear a Bad Bunny y es tan listo como para envolver el más puro romance en una alucinación. El disco está lleno de canciones memorables, de experimentos que van desde el ambient más profundo hasta el hip hop más tradicional. Es aquí en donde logra exponer todas esas virtudes y todos esos recursos como, probablemente, no lo había hecho. Es un disco que respira pasión, astucia y maestría en cada una de sus partes. Es el disco ideal para entrarle a Jazz Bandana, vale la pena no dejarlo ir.
32. Angel Olsen – All Mirrors (Jagjaguwar)
Decir que “All Mirrors” se escucha monumental no es ninguna exageración. De hecho, es casi técnicamente correcto, pues la desnudez de su concepto está acompañado por instrumentos orquestales que no hacen otra cosa más que acentuar su sensibilidad. Antes de este disco, Angel Olsen había pavimentado perfectamente una carrera dedicada al barroco que pedía a gritos tener todos los recursos con los que ahora cuenta para poder liberarse y sentirse épico. “All Mirrors” lo es. Es la culminación de una búsqueda eterna, la máxima representación de alguien a quien siempre se le ha conocido por una dramaturgia especial en sus letras.
Aquí hay mucho de lo que hace de Angel Olsen una de las compositoras más emocionantes de nuestros días: declaraciones de romance, reflexiones personales, desesperación emocional y un puñado de sentimientos que cobran vida en una voz especial, siempre poderosa y siempre dedicada a su alma. En manos de Olsen -y en las canciones de “All Mirrors”- la felicidad está a solo un paso de la desgracia y la nostalgia es combustible para vivir. Este disco es un enorme recordatorio de que, en realidad, nunca nos terminamos de conocer.
31. Yung Beef – Perreo de la Muerte 2 (La Vendición Records)
Así como los Takers regresaron a su forma más emocionante con “NBA”, Yung Beef lo hace con “Perreo de la Muerte 2”. Lo valioso de este disco -como mucho de su carrera- va más allá de la presencia del personaje y de su desfile de invitados que complementan perfecto una personalidad dedicada enteramente a la perdición. Lo que hace Yung Beef por la producción es todavía más aplaudible. Para él, la figura de las voces no es otra cosa más que simple complemento para todo lo que está detrás. “Perreo de la Muerte 2” está construido a partir de esa premisa y el resultado son poderosas producciones que hacen varias cosas. La más valiosa de ellas es dirigir los reflectores a varios de los mejores artesanos del nuevo reguetón que han permanecido con bajo perfil a pesar de su genio. El disco es la fiesta de Kiid Favelas (probablemente el mejor productor del género que hay en el mundo actualmente y el personaje que opaca a contemporáneos más celebrados como Tainy o Sky), Pipo Beatz (un talento esperando a ser explotado), Marvin Cruz y Paul Marmota. Ellos son los responsables de que la reimaginación de la obra de Dante sea el tesoro que es. Lo demás es cortesía de la casa. Fernando está de regreso, es hora de celebrar.
30. Nilüfer Yanya – Miss Universe (ATO Records)
Si somos sinceros, hacía muchísimos años que el rock de Inglaterra se escuchaba tan bien como lo hace ahora. Parte del proceso se debe a que por fin han muerto los ídolos del viejo continente en el subconsciente colectivo para dejar atrás esas cadenas de tradición que no le hacían bien a nadie. Nilüfer Yanya es uno de los más grandes ejemplos. Su disco debut es una de las cosas más emocionantes que dejó el 2019 y no porque se trata de una chica tras una guitarra, sino porque es alguien quien conoce perfecto el significado del riesgo y el atrevimiento.
“Miss Universe” está construido casi de la misma forma que otros discos como “Música de Capsulón” de Fuete Billete o “Electric Lady” de Janelle Monáe, con un concepto que celebra el ser ajeno a la obra. Mientras los otros dos utilizaban la emisora de radio como fuente principal, Nilüfer usa una operadora telefónica. A partir de ahí arroja canciones que tienen todo menos la cadencia para la clásica espera por teléfono. A través del concepto logra complementar la ansiedad y la ira de sus canciones de manera perfecta. Todo ello lo hace con una maestría en su instrumento principal que podría poner a Annie Clark a aplaudir del orgullo. “Miss Universe” es un disco que corre a través del tiempo, que no tiene tiempo de detenerse para reflexionar y que actúa conforme su instinto lo marca. Un lugar en donde la prisa es la más grande virtud. Entre línea es, también, uno de los manifiestos a la feminidad que mejor cuajaron en todo el año.
29. Choosey & Exile – Black Beans
Estamos en tiempos en donde el mundo entero tiene a Cuco como la máxima referencia de la música chicana contemporánea. Es fácil de entenderlo, pero es complicado quedarse ahí sin explorar todo lo que aquella cultura tiene que ofrecer a los oídos del mundo. Choosey es un gran punto de partida y, con la ayuda de Exile en la producción “Black Beans”, es uno de los discos ideales para empezar la labor. El disco es el primero rapero de los experimentos electrónicos de Helado Negro y el superlativo de la música de habitación de Cuco.
Las canciones que Choosey y Exile maquilan son brutales viñetas de la vida multicultural de nuestros días. El disco se encuentra en un limbo especial entre el hip hop de la vieja escuela, el cholo rap más tradicional y la música clásica mexicana. Las producciones están teñidas de un gis que hace pensar de inmediato en un vinyl viejo en una tornamesa moderna, por momentos con sampleos de una cotidianeidad que también invade las letras y por otros con mezclas de ruidos que van desde mariachis hasta lowrides en camino. Los versos que Choosey recita están llenos de orgullo, de una pertenencia que se siente palpable en cada frase. A veces, como en la portada, son historias de vivencias llenas de nostalgia y otras son artilugios propios de la cultura chicana, siempre con un tono de voz que lo hace sonar más como un narrador que como un personaje de rap. Al final es una oda a todo lo que un color de piel puede representar: “Brown & Beautiful”, dice y lo dice bien.
28. Danny Brown – uknowhatimsayin¿ (Warp)
Ha pasado tanto tiempo desde la primera vez que el mundo conoció a Danny Brown que parece tratarse de una persona completamente diferente. Su aspecto ya no es el mismo, pero su música mantiene toda la astucia que lo llevó al éxito. En su nuevo disco, el increíble “uknowhatimsayin¿” deja toda la seriedad que pudo tener en sus anteriores para centrarse en algo que parece uno más de sus talentos: la comedia.
Las rimas de Brown en este disco están diseñadas para comportarse como una especie de extraño especial de stand-up en el que caben tantas cosas que por momentos es imposible seguirle el paso. Su show está amenizado por las producciones de Q-tip, uno de los arquitectos del rap más importantes de los últimos años, y él entiende a la perfección las intenciones de Brown. Ambos le dan vida a uno de los discos más divertidos de los últimos tiempos, con versos que pueden pasar de sombríos a luminosos en un par de segundos y con rimas que en papel parecerían imposibles, pero en sus manos se sienten tremendamente naturales. Toda la discografía de Danny Brown es valiosa, pero este disco guarda un lugar especial al que uno no puede dejar de regresar.
27. Underworld-Drift Series 1 (Caroline International)
Cada que toca cambio de estafeta en la música electrónica y corresponde el olvido y la jubilación, Underworld logra escaparse del tema sin tocar modas ni cambiarle demasiado a su techno. Y aunque pareciera que a poco más de tres décadas de historia musical, los mejores días del dueto inglés ya han quedado atrás, eventualmente siempre llega un disco elegante, sustancioso y a la altura del calado creativo que Rick Smith y Karl Hyde nos tiene acostumbrados.
Si bien la realidad ubica al Beaucoup Fish de hace dos décadas como la obra cumbre de Underworld, los discos que le han sucedido, ya sean incluso reworks, colaboraciones o trabajos sueltos, siempre tienen algo digno para el anuario; temas que no siempre están como para encender la pista de tu festival electrónico favorito, pero que de alguna manera siguen expandiendo ese horizonte sonoro que ellos mismos han desarrollado como canon.
Es así como prácticamente todo el 2019 llevó al dueto de Romford a subir las cosas de nivel, girar las tuercas necesarias y producir un megaproyecto colaborativo de corte multidisciplinario y trasatlántico, que en un inicio fueron canciones sueltas, para a la postre convertirse en un mamotreto de 7 discos con momentos prácticamente memorables e hiperhipnóticos.
The Drift es una suerte de cierre de ciclo no dicho en la carrera de uno de los combos más queridos del techno y la música electrónica ligada a la movida de hace dos décadas que catapultó a The Orb, The Chemical Brothers, Moby y varios más al status de superestrellas. Vaya forma de reflejar toda una carrera con el oficio bien afilado.
26. Grupo jejeje-Grupo jejeje
El disco debut del Grupo Jejeje es un emblema desde todas las perspectivas. El arte, hecho por Jaime Ruelas, es una declaración de amor a la cultura sonidera, pues se trata de uno de sus ilustradores más importantes y pieza clave en el arte de Polymarchs a través de los años. Sus integrantes son dos personajes que han formado parte del subterráneo digital desde hace años y que conviven a través del amor por la cumbia, son también dos personajes de culturas diferentes que convergen en una tercera para encontrarse y complementarse: Arrabalero, Dj europeo y Turbo Sonidero, mexicano radicado en Estados Unidos, ambos unidos por la cumbia sonidera mexicana. La música es una convivencia generacional y un viaje al tiempo a través del género, una combinación que pondría orgullosos a visionarios de la digitalidad revolucionaria como William Gibson o Bruce Sterling. “Grupo Jejeje” es un encuentro de tradiciones e innovaciones, un universo en donde la cumbia sonidera converge con la música electrónica como nunca antes lo había hecho. En una época en la que la cumbia se ha convertido en mero pretexto para que grupos ajenos se alimenten de su reputación, una exploración tan genuina de sus alcances como la del Grupo Jejeje parece casi un milagro. En el disco caben tantas cosas que parece imposible que apenas rebase la media hora de duración, pero en cada una de las canciones deja un legado claro en donde lo mismo caben las humildes ideas de organizaciones como Kumbiamberoz Internacionales que las locuras ácidas de Orihuela M.S.S.
25. Sun Runners 女神の恋人達 – Lust For Life (Apron Records)
Sun Runners 女神の恋人達 es el sueño más vaporoso tirado hacia el soul cortesía de Triumph Allah, mejor conocido como Lord Tusk y a quien es difícil seguirle la pista, gracias a su extensa y prolija megaproducción llena de devaneos y zappings sonoros postinternet. Desde hace cuatro años, Sun Runners 女神の恋人達 encarna la faceta exploratoria hacia el funk, el synthwave, así como a las dislocaciones disco de Ibz Sun Runner, a quien ubicamos mejor por ser parte de ese combo terrorista comandado por Dean Blunt llamado Babyfather.
Este es un disco (mejor dicho, un cassette, agotado ya en formato físico) sensual, frito, enigmático, cadencioso y oscuro a ratos, sumamente adictivo y con los ingredientes necesarios para regresar a él en loops infinitos.
24. Jessica Pratt – Quiet Signs (Mexican Summer)
La primera vez que Jessica Pratt grabó en un estudio formal fue hasta su tercer disco, el bellísimo “Quiet Signs”. La decisión se antojaba difícil, pues su música siempre se ha caracterizado por ser una fina y frágil pieza que en cualquier momento se podía quebrar. Lo que hizo fue una sorpresa, porque “Quiet Signs” es un disco que no intercambia honestidad por monumentalidad y que no sacrifica su desnudez por la ambición. Siguiendo una tradición especial, Jessica Pratt utilizó los grandes recursos del estudio para acentuar sus más grandes virtudes, esas que permanecían ocultas entre la carencia de una buena fidelidad.
Su voz, antes que nada, se escucha mejor que nunca y acaricia el oído con tanta fuerza que cada una de sus declaraciones están dotadas de una intimidad encantadora. Su guitarra, por otro lado, se siente tan omnipresente como siempre pero está dotada de un volumen que la convierte en la guía principal por un camino de dulce catarsis. El resto es el corazón de Pratt en la mano, sus letras están bañadas de una nostalgia que no hace otra cosa más que enamorar el oído a través de sus historias surreales que se presentan como un rayo de luz a través de la ventana. “Quiet Signs” es uno de los discos más bellos que nos dio el 2019.
23. Fuerza Nueva-Fuerza Nueva (El Ejército Rojo)
Por ahí alguien dijo con sorna y mucha puntilla que Fuerza Nueva, colaboración entre Los Planetas y Niño de Elche, era una suerte de Alejandro Sanz meets Scott Walker. Y aunque el referente pudiera parecer un parangón fácil, no le resta verdad a la hora de ponerse serios para bien y para mal, ya que el trabajo de estos dos figurones españoles logran nutrirse el uno del otro para poder escapar a cualquier intento de sobreinterpretación o crítica acérrima, a través de una obra que es lágrimas y risas, golpe y caricia simultánea, e incluso localismo con ínfulas universales.
Las ocho canciones que dan vida a Fuerza Nueva son una gran meada sobre la tradición española, génesis del corazón nacionalista, pero a su vez es un disco prominentemente clásico y sumamente español, por lo que sus alcances trasatlánticos probablemente queden a medio camino.
Sin embargo, esto no es un obstáculo para poder apreciar una obra que retoma, reincorpora y encara esos símbolos y valores perniciosos y demodé que tanto solemos aquilatar como valores nacionales. Un disco de rock flamenco que no tiene que echar mano de falsetes clásicos ni palos arrebatados para poner el dedo en la llaga del purismo, pero que a su vez le da un descanso al eterno desgaste indie de los granadinos. Cuando los encumbrados y las bandas de senda trayectoria le pegan por este lado, todo cobra una sustancia mayor.
22. Romperayo – Qué jue (Discrepant Records)
“Qué Jue” vio la luz a finales de 2018, pero no hay forma de que quede en el olvido, pues se trata del mejor disco de Romperayo hasta la fecha. De la máxima trinidad de la nueva música colombiana, Pedro Ojeda es el patriarca de un grupo que maximiza lo que mejor sabe hacer. Pueden haber homenajes directos a grandes nombres de la música colombiana como Andrés Landero o Anibal Velásquez o armonías de instrumentos y sampleos que transportan por completo a otro mundo más verde. Sin embargo lo que más sobresale en este disco -y en realidad en toda la carrera de Romperayo- es una fascinación para las poderosas percusiones. Si Pedro Ojeda es uno de los más grandes bateristas que toda Latinoamérica haya visto en los últimos años, entonces Romperayo es su más grande obra. Porque la discografía del grupo no se puede ver de otra forma que no sea una sola cosa que se divide en varias ambiciosas partes. “Qué Jue” es el volumen más reciente de una serie que ojalá sea infinita, una que exhibe una capacidad de las percusiones que causaría sorpresa a Alejo Carpentier y que parece no tener límites. Este de aquí es uno de los discos más inquietos, divertidos, furiosos e imaginativos que han salido en los últimos años y eso es razón justa para no dejarlo caer en el olvido.
21. J Balvin & Bad Bunny-Oasis
La coyuntura, el algoritmo o la moda. Llámalo como quieras, pero Oasis es uno de los grandes discos de la última década en las filas pop, la fiesta y el mainstream; la cúspide y la apoteosis de Balvin y Bunny como figurones de la llamada “cultura” urbana devenida en reggaetón rebajado. Canciones pegadizas, bien cuadradas al calce, beats y referencias de precisión. Lograr el consenso de propios y extraños, entre las dicotomías cansinas y hoy (ay, qué bueno) prácticamente intrascendentes, así como el momento de mayor foco mediático, no es poca cosa.
Oasis es un compendio de himnos divertidos, un cómic colorido de la Latinoamérica contemporánea y una foto generacional que muestra cómo el ladino más entrañable de tu colonia se cuela a la cesta con el tiro decisivo, justo para ganar el partido y poner una bandera firme en la cúspide anglo.
20. Mort Garson-Mother Earth’s Plantasia (Sacred Bones)
Guardado celosamente por coleccionistas que tratan como joyas incunables a sus discos por décadas sin siquiera tocarlos, ésta es quizás una de las reediciones más esperadas de la década y un disco bellísimo que merecía estar al alcance de un público mayor.
Sintetizadores, amor por las plantas y viajes sonoros supremos. La cosa no tiene mayor ciencia y sin embargo posee toda la ciencia del mundo. Un disco para los remansos, para sonreir, para calmar caballos pero también para entrarle a la lisergia suave, los verdes más refrescantes y la clorofila musical de máximo cuño. Una de las mejores ideas que ha tenido la Sacred Bones en toda su historia.
19. FKA Twigs – Magdalene (Young Turks)
Tuvo que pasar un merecido tiempo de introspección para que FKA Twigs regresara a hacer música. Ese tiempo sirvió para muchas cosas pero quizá la más importante sea el haberse dado cuenta de que la espectacularidad de su voz no necesita de muchos artilugios para mostrarse. Antes de aquí, FKA colaboró con productores que entendían a la perfección su fascinación por los sonidos alienígenas al servicio de una humanidad tan transparente como todo lo que tenía que decir.
En “Magdalene” todo eso parece haber quedado atrás y, con Nicolas Jaar como uno de los productores principales, la música de Twigs se convirtió completamente en un puñado de lamentos con vida propia. Su voz, tan hermosa y tan letal como nunca, es la máxima representación de un corazón roto que está luchando por sanar. Cada una de las canciones está dotada con apenas una tímida producción que ya no sirve como protagonista, sino que funciona como simple marco a todos los talentos de su voz principal. En todo este tiempo, también, Twigs se dedicó a entender el performance como un recurso para la expresión de emociones y, aunque al escuchar el disco el ingrediente visual esté carente, es fácil imaginar una coreografía que haga juego perfecto con todo lo que recita. “Magdalene” es un monólogo conmovedor, una puesta en escena de una sola persona que toca las fibras más profundas de cualquier espectador. Es uno de los discos más emocionantes de los últimos años porque es uno de los discos que más emociones conjuga en un solo lugar. Es el lamento más grande y también el más lindo que vamos a poder encontrar.
18. Madlib & Freddie Gibbs – Bandana (RCA)
Los mundos de Madlib y Freddie Gibbs no podrían ser más diferentes. Por un lado está el genio de la producción, un tipo dedicado a la exploración de la música del mundo al servicio de la maleabilidad de sus componentes, alguien quien también está lleno de máscaras y siempre guarda una sorpresa bajo la manga. Por el otro está un rapero duro de la calle, con rimas tan letales como el balazo de un rifle en la cabeza y con una preocupación más cercana a la narrativa que a la propia armonía de una canción. Sin embargo ambos han sabido cómo encontrar un lugar en donde se sientan cómodos y puedan exhibir sus manías sin ningún tipo de empacho. Su segundo disco juntos, el adictivo “Bandana”, es una continuación -y un superlativo- de lo que “Piñata” fue hace algunos años. La fusión de ambos mundos nunca se había escuchado tan bien como ahora. Parece que cada uno conoce a la perfección las virtudes del otro y las abraza con un afecto especial.
El disco está lleno de mortales líneas cortesía de Gibbs, de poderosas anécdotas de una urbanidad que se mantiene estática al paso del tiempo. También está lleno de texturas bajo aquellas voces, de música de oriente, de música negra y de sampleos que parecen sacados del disco duro más olvidado de blaxploitation que Madlib pudiera tener. Como “Dolemite Is My Name” en el cine, “Bandana” es un ejercicio de pasión al servicio de la cultura negra, un esfuerzo por exprimir todas sus bondades sin importar las reacciones y una demostración de talento sin igual.
17. Sandy (Alex G) – House of Sugar (Domino)
Proporciones guardadas, la carrera de Sandy (Alex G) podría equipararse a la de Ariel PInk. Un tipo con un hambre insaciable de hacer música que, con la ayuda del internet, ha creado una discografía que luce emocionante de explorar. Ambos podrían intersecarse en sus intenciones: siempre al servicio de la música y de sus manías. Pink con su eterna fascinación por el pop de mejores tiempos y Sandy (Alex G) por el rock derrotista que parece atemporal de la misma manera. “House of Sugar” bien podría ser, entonces, el Before Today de Sandy (Alex G), un disco en donde presenta todos sus talentos. Aquí se pueden escuchar todas y cada una de las cosas que hacen de la música de Sandy (Alex G) algo emocionante: los puentes que conectan perfecto dos poderosas canciones, la guitarra acústica que acentúa su rostro más humano, la eléctrica poderosa que lo hace convertirse en alguien completamente diferente y el eterno homenaje a Elliot Smith en cada una de ellas. Se siente siempre cubierto por una tristeza particular. No importa si está hablando sobre la muerte de uno de sus mejores amigos o sobre las últimas horas en un horrible bar que está a punto de cerrar, el sentimiento es el mismo: es un disco que enaltece la decadencia como “Galveston” de Pizzolatto, que disfruta sus confusiones y que, milagrosamente, brinda compañía a un mundo que cada vez se percibe peor.
https://www.youtube.com/watch?v=54JGWrSMavs&feature=youtu.be
16. Big Thief – U.F.O.F. / Two Hands (4AD)
Es difícil creer que Big Thief lanzó dos discos en 2019, pero es más difícil todavía imaginar que ambos son casi perfectos y tremendamente distintos uno del otro. “U.F.O.F.”, el primero de ellos, es una monumental puesta en escena folk en la que el surrealismo convive a la perfección con una verde naturaleza siempre presente en cada una de las canciones. Es un disco que, pese a la amplia imaginación de sus letras, parece estar matemáticamente bien calculado en cada una de sus partes. Sus instrumentos saben muy bien cuando aparecer y cuando desaparecer y parece no haber un solo segundo perdido.
El segundo, “Two Hands”, es la contraparte más viva de su antecesor. En donde el primero se percibía como una omnipresencia con atmósferas imposibles, el segundo se muestra como un animal furioso, lleno de dolor y dispuesto a ser liberado en cada una de sus notas. El contraste es casi mágico, una dualidad que bien podría describir a la perfección el sentir social de los últimos años. En la cabeza de Big Thief, una cosa y la otra no son sino la conformación de la humanidad moderna. Son dos discos de una belleza incuestionable, de un grupo que se veía lejano a los estándares y que logró convertirse en la mejor banda que el año pudo arrojar. Esa no es una tarea sencilla y estos dos discos, con sus respectivos rostros, son la prueba de la perfección en su labor.
15. Belafonte Sensacional-Soy Piedra (Discos Cuchillo)
En cierto modo, a Belafonte Sensacional le sucede lo que le pasó a Sonic Youth a finales de los noventa, en pleno estertor de la oleada grunge, cuando su sello discográfico (Geffen Records) sólo veía una leyenda del movimiento que hacía disminuir los números de la casa (“No quiero volver a escuchar lo importante que es la banda” se dice que explotó un día el presidente de la quebrada compañía).
A saber: Soy Piedra es casi de forma indiscutible el mejor disco de rock mexicano del año y, probablemente, de la última década. Se ha hablado de él prácticamente todo el año, sus canciones ya están en boca de la gente y de alguna forma el ecosistema en el que se mueven y permean son un sueño colectivo viviente, una camaradería sin fronteras y una foto generacional que ha logrado construir una choza habitable para los de mueca partida, chicanos de sus sentimientos y dictadores de su incongruencia.
Y sin embargo Belafonte Sensacional parece seguir ahí abajo, en el subterráneo, todo canceladote por los canales que se hacen de la vista gorda, por los festivales culeros que mueren por empotrar de la peor forma al próximo sabor del mes. Y qué bueno, y qué malo, y la ansiedad de saber que los que ponen el balón no son los mismos que los que meten el gol. Soy Piedra caga y enamora, encanta y escuece, duele y alivia. Se reconoce en ti cuando lo escuchas y también te suena como de un futuro que ya pasó. Así son los discos chingones. Que ya no se hable más y dejemos que esa piedra ruede y se queme hasta donde tope.
14. Amantes del Futuro – Sabor Sónico
Tuvieron que pasar más de diez años para que la justicia alcanzara a Immanuel Miralda. Su labor en el nacimiento y desarrollo de la emblemática Super Cumbia Futurista es admirable: no solo se encargó de darle vida a muchos de los mejores proyectos que navegaron bajo esa bandera, sino que también hizo posible que ésta se mantuviera vigente al paso de los años. Cuando el mundo volteaba a ver los frutos de lo que él y el resto de la palomilla construyeron, Miralda continuaba con una cruzada personal, la de brindarle su vida entera a la cumbia, a sus alcances y a sus oportunidades. Como Amantes del Futuro nunca había tenido un disco en forma hasta el día de hoy y la espera (de muchísimo tiempo) valió la pena. “Sabor Sónico” es muchas cosas.
Se trata de un disco que cierra un círculo del que cada vez menos personas tienen conocimiento, el de un colectivo que sentó las bases para la normalización de la cumbia en la década pasada con ambiciosas muestras de experimentación y pasión. También es un disco que exhibe de manera perfecta los talentos de su creador, que demuestra que todo este tiempo no pasó en vano pues la música de Amantes del Futuro se escucha mejor que nunca: mucho más consciente de su posición en el tiempo y espacio y con una fuerza que parecía no tener en sus primeros años. En la última canción, Imma hace un shout out a varios productores de cumbia en el mundo y demuestra que la comunidad cumbiera es enorme. Sólo alguien con genuino amor por la cumbia podría hacer algo así.
13. Felicia Atkinson-The Flower and the Vessel (Shelter Press)
Resulta congruente el hecho de que la artista multidisciplinaria y experimentalista francesa Felicia Atkinson haya publicado sus últimos cinco registros sonoros bajo el sello editorial Shelter Press, quien pone especial cuidado en ediciones y objetos artísticos de una sutileza y belleza notables.
Enfocada en la expansión de los detalles mínimos y los gestos pequeños de vida más sublimes, amén de la inspiración en el Ikebana, o el arreglo japonés enfocado a envasar flores, Atkinson consigue un disco hermoso desde lo casi invisible, por lo opaco y la difuminación, que sin querer escapa al spoken word, al ambient y a la exploración sonora de largo aliento, aunque echando mano de sus elementos más sólidos para construir una oda vital y hermosa que habita como preguntas. Ahí donde la oscuridad y lo lúgubre se convierten en cobertores y la duda es una vela que sonríe, The Flower and the Vessel se erige como un disco importante, necesario y acogedor.
12. Hospital de México-Descanse en Pants
Cada tanto, Esteban Alderete echa por la borda lo cosechado con sus proyectos para levantar otra cosa. Esos proyectos y participaciones han figurado entre lo más conciso e importante del cochambre musical mexicano sin estar en una palestra demasiado expuesta o chocosa: Las Brisas, Nicolás, Soledad, Las Cobijas Negras, etc.
Letras lúgubres y melodías que viran de un rock básico decadente hacia una narrativa ponzoñosa, coqueteando con el urbano más agreste pero a través de una articulación única y poderosa, Hospital de México es quizás el proyecto que nos ha dejado ver de forma más clara el ecosistema del cual Alderete echa mano y con el cual se planta frente a un público que no siempre alcanza a cachar de qué va el pedo: referentes prehispánicos, escenarios apocalípticos, enfermedad, sangre y podredumbre humana, incluso punk cotorrón con un leve ácido de pila todo corrosivo sobre tus patas.
Sin concesiones ni florituras modernas, Descanse en Pants es un trabajo que luce importante y necesario, una estampa fiel e incómoda que muchos quieren lograr, pero que sólo Alderete puede dar forma para luego aplastarlo de un tajo.
11. Avey Tare – Cows on Hourglass Pond (Domino)
“Cows on Hourglass Pond” bien podría ser el mejor disco de Avey Tare como solista. Eso, incluso, contando sus colaboraciones de ensueño con Kria Brekkan y su banda Slasher Flicks. Dave Portner ha pasado estos últimos años buscando el punto medio perfecto entre su mítica carrera con Animal Collective y las alucinaciones de su propia música. Al parecer ya lo encontró. Este disco es distinto a todos los demás sencillamente porque es el que mejor se sabe comportar. Aquí no hay extremos que pueden llevar a Portner de la meditación más profunda a la locura más desenfrenada, todo está en equilibrio, de la misma manera que lo estaban otros discos del viejo Animal Collective como Sung Tongs o Campfire Songs. “Cows”, sin embargo no suena tampoco a ninguno de ellos.
El disco toma su posición en medio de una naturaleza pero a partir de ahí se convierte en una cosa muy distinta. Es una oda al sentido del humor extraño de su creador. Si las canciones están dotadas de elementos naturales, estos son cortados por artefactos digitales, una declaración simbiótica parecida a su “Tangerine Reef” del año pasado con Geologist. En sus letras también hay mucho humor, la música de Portner puede escucharse como salida de un sueño etéreo pero en realidad es un experimento lleno de imágenes muy divertidas. “Cows on Hourglass Pond” es un gran disco entre una discografía impecable, hay que abrazarlo bien para no soltarlo.
10. Cate Le Bon – Reward (Mexican Summer)
https://www.youtube.com/watch?v=VzijFpUJZUo&feature=youtu.be
9. Kali Malone – The Sacrificial Code (iDEAL Recordings)
Si con el paso de los años Brian Eno logró evolucionar el ambient para darle un tinte mucho más accesible y masivo, rozando incluso con las postrimerías pop, no es de extrañar entonces que las exploraciones sonoras de la última década, especialmente las que han estado comandadas por jóvenes mujeres enfocadas en la búsqueda electrónica, nos estén dando hoy en día algunos de los trabajos más destacados y refrescantes del presente.
Disco triple que encarna un drone espeso y de tinturas melancólicas apoyado en la modulación del órgano de pipas, The Sacrifical Code es la obra con la que la experimentalista sueca Kali Malone se sitúa en un ecosistema que es lenguaje propio y que le da la razón al tiempo, ceñiéndose a lo que la frecuencia y el tono va imponiendo, apenas tocando y apenas viendo lo que sucede, en un resultado que engancha, que imanta y que huye a su vez de cualquier complejidad demasiado elaborada al momento de su descripción.
Pareciera que el tercer opus de Malone es un nuevo pop, elucubrado desde las utopías clásicas modernas, proveniente del centro mismo de una indecible contención. Un disco que muy en el fondo es un tour de force ritualístico de hermosura pop, en el mejor sentido de la palabra.
8. Spellling – Mazy Fly (Sacred Bones)
Si el John Carpenter de los años ochenta hubiera hecho una película de horror con las mismas intenciones raciales que las de Jordan Peele en la actualidad, probablemente el soundtrack sería algo muy parecido a “Mazy Fly”, el increíble nuevo disco de Spellling. El segundo disco de Tia Cabral parece nacido de un cementerio, lo cual es muy lógico después de uno llamado “Pantheon of Me”. Pero, a diferencia de ese, aquí sus ambiciones son más insólitas. Si la discografía de Pharmakon está dedicada al impacto que produce el horror, entonces este disco de Spellling trata de mostrar lo encantador que puede ser cuando se enfrenta con resignación. En sus manos, la cotidianeidad y las reflexiones más comunes se convierten en el horror de una humanidad que está destinada a terminar hecha polvo, enterrada en el mismo cementerio. “Mazy Fly” es un encantamiento lleno de terror, increíblemente bien hecho como para no dejarse seducir por él.
7. Niño de Elche-Colombiana (Sony Music)
Este tipo de encuentros musicales que son exploraciones antropológicas oblicuas, cuando fluyen de forma natural, nos entregan obras importantes y completamente fascinantes. El guerrero incómodo del flamenco se aventó este año un doblete de altura, aprovechando la ola que aún resuena de su disco anterior, para seguir facturando discos importantes que desdibujan los bordes de las tradiciones.
Colombiana es un disco único, forzado y genuino que nos habla de ese intercambio Europa-América del que prácticamente nadie se atreve a hablar, mucho menos tocar, sin ser una impostura moderna flamencoide pero tampoco un aprovechar el talento de Eblis Álvarez y compañía para hermanar con la riqueza sonora de Colombia. Este disco dice con emocionalidad lo que era y será, lo que pudo ser y lo que callamos los que históricamente nos resulta más cómodo ponernos en la silla de los colonizados. Una brutalidad de disco que merece ser escuchado de forma más detallada.
6. Purple Mountains – Purple Mountains (Drag City)
Este año fue brutal. Hubo dos formas muy distintas de escuchar el primer disco de “Purple Mountains” y ambas son tan distintas una de la otra que pareciera no tener ningún sentido. La primera de ellas fue con un dejo de esperanza: escuchar las letras de David Berman en un nuevo contexto era como ver una luz al final de un túnel lleno de oscuridad. Las estrofas derrotistas seguían ahí, pero eran tratadas con un sentido del humor tan especial que parecían salidas directamente de su otra faceta como poeta infravalorado. La segunda de ellas, esa que se estableció en el cerebro del mundo después de su repentino suicidio a tan solo unas semanas de que el disco vio la luz, está llena de una tristeza indescriptible. No sólo eso, sino que bajo ese contexto da la impresión de que todo lo que dice Berman en el disco no es sino una especie de carta desde el más allá. Como si todo el tiempo estuviera consciente de que se trataría de la última vez que le escupiría al mundo. Lamentablemente es esa segunda forma de escuchar el disco la que prevalecerá a través del tiempo y la que le brinda un sentido todavía más importante al mito. Si la vida es tan corta, como dicen los optimistas que no se cansan de fracasar, por qué pareciera que dura toda una eternidad. “Purple Mountans” es el disco que contesta esa pregunta con la declaración más rotunda y, probablemente, la más cierta también. No es poca cosa, es un disco que va directo a la construcción de una vida que queda por vivir.
5. Bad Bunny – x100Pre (Rimas)
De entre los factores que convergen para que X100Pre sea uno de los discos más importantes de los últimos años, la constante mirada al pasado es, tal vez, el punto más importante de todos. Es en el pasado en donde se encuentra el corazón del disco y, tal vez, la razón por la que resulta infalible. En un mundo en el que la viralidad parece estar marcada por el recuerdo (#TBT, #10YearsChallenge, #UndíaComoHoy, etcétera), un ejercicio que la trate con tanta dedicación no puede pasar desapercibido.
“X100Pre” es Bad Bunny representando a una generación sin fronteras, unida por el lazo de la memoria. Su intención está lejos de limitaciones como regiones geográficas, sexualidad, raza o géneros musicales. Su música, sin embargo, está en contacto con todas ellas, interactúa con ellas y se genera a partir de un imaginario propio producto de su formación. El tiempo es aquello que es universal.
Si la teoría de Juan Flores sobre la cultura popular es correcta, “X100Pre”, el debut de Bad Bunny, tiene todo para permanecer en el subconsciente colectivo como una parte fundamental de ella. Es un disco con una incrustación importante en su tradición y su pasado histórico que se siente fresco, presente, contemporáneo. Una innegable representación del ahora, nuestro ahora.
4. Holly Herndon-Proto (4AD)
Si con su anterior disco, Platform de 2015, Holly Herndon había construido una voz sólida y consistente dentro de la experimentación electrónica y las ráfagas dislocadas de beats y programaciones, con Proto eleva la apuesta hacia linderos vocales, colaborativos y autogenerativos todavía más maduros y de mayor alcance, logrando en el paso no sólo un disco congruente, inteligente y poderoso, sino además de una suma cálida y humana notables.
Herndon consigue dar en el clavo sobre lo que a la mayoría de los experimentos sobre algoritmos, exploraciones biotecnológicas e investigaciones científicas que hermanan con la creación sonora terminan por ser un mero registro limitado sobre las posibilidades de la música, sin hacer que este suene a mera pretensión abstracta de bichos sonoros y trasfondo sobreintelectualizado.
Proto es de alguna forma uno de los primeros trabajos bien logrados, si no es que el primero en el ámbito popular, con inteligencia artificial, análisis de datos y una autogeneración interpretativa que entra en contacto con el discurso artístico complejo, político y hermosamente dislocado de Holly Herndon.
3. Jenny Hval-The Practice of Love (Sacred Bones)
Con cada disco que lanza la artista multidisciplinaria noruega Jenny Hval pareciera que sus alcances creativos se fortalecen con creces, su visión se fortalece y su relevancia dentro del arte contemporáneo se afianza. Hval logra discos mucho más maduros, enfocados y complejos, al tiempo que su sonido se moldea hacia una accesibilidad que no sacrifica un ápice de voz propia, una en donde habita el sentido femenino, el esoterismo, la abstracción y la multicolaboración, dando como resultado obras ambiciosas y honestas a tandas iguales.
The Practice of love puede ser un parteaguas en la carrera de Hval, una vara alta que la consagra como una compositora que puede sumergirse entre la dulzura, el dolor y el misticismo de forma totalmente natural, incorporando todos los elementos a su alcance: el tarotl, la biología y su anatomía misma, así como una visión demasiado profusa y peculiar sobre el acontecer humano. Jenny Hval da voz al mundo y las personas que le afectan y atraviesan y eso, en nuestros días, es digno de mención y sorpresa dadas las formas y ánimos con las que la noruega logra articularlas. Enorme.
2. Weyes Blood-Titanic Rising (Sub Pop)
En la memoria colectiva popular, el ajuste de cuentas al final del camino es una pesadilla, pero no para Natalie Merling, quien entiende de forma distinta el Apocalipsis en “Titanic Rising”, su más reciente disco y probablemente el mejor de toda su carrera hasta el día de hoy. En su cabeza, el fin del mundo es el presente. El disco, compuesto por diez canciones, pisa diferentes terrenos que lo demuestran. Ahí pone sobre la mesa temas como el calentamiento global, la explotación de los recursos naturales, el poder de la tecnología en la sociedad y otras tantas cosas más que pavimentan el camino a los últimos días. Su mirada, sin embargo, es de alguien que no le teme al final.
Lejos de las gráficas representaciones a las que el público pudiera estar acostumbrado, Mering dibuja lindas viñetas que se acompañan de dulces melodías épicas al oído. Un perfecto matrimonio entre forma y fondo. “Ttanic Rising” está construido con poderosas orquestaciones: hay violines, hay piano, tenues guitarras, sintetizadores ominosos y una voz que completa algo que en todo momento se percibe monumental. Es un escape ideal al Apocalipsis del día a día. Es un disco bañado en esperanza, un poderoso recordatorio de que hay mucho por hacer y que, desde una perspectiva enteramente pop, el primer paso es aceptar que no estamos solos en el proceso. No son buenos tiempos, pero el soundtrack del Apocalipsis no podría ser mejor.
1. Helado Negro-This is How You Smile (Rvng Intl.)
Tomó cerca de una década que Roberto Carlos Lange lograra un disco tan sutil, de fácil acceso y prístino en su pop más edulcorado. Y aunque de buenas a primeras aquello podría parecer un despido de los retruécanos interespaciales y abstracciones más interesantes del universo de Helado Negro, This is How You Smile es quizás la cúspide de una búsqueda íntima y oblicua emprendida desde siempre, pero que al escucha le puede resultar más clara desde el Invisible Life de 2013 y con mayor claridad durante el pasado y maravilloso Private Energy de 2016.
Las canciones que habitan ese breve pero poderoso trayecto en This is How You Smile, edifican sutilezas sonoras apenas tocadas por la luz, fantasmas vueltos canción y otras tantas intersticios decontextualizados que cobran sentido en la suma. Un disco del sentimiento, de las imposibilidades humanas y de las urgencias del alma. Un disco que abraza y que sin mayor complejidad, pretensión o ínfulas creativas proyecta su luz sobre la bandera más alta del corpus creativo de Lange, el cual dista de ser poca cosa.
Quizás venga un disco con mucha más inventiva, producción y grandes canciones, como ha sido la impronta de Helado Negro, pero es probable que uno así de hermoso no se vuelva a repetir. Tal vez el mundo necesite una empatía como respuesta, o una sonrisa franca como pregunta. Eso es This is How You Smile.
* Por Joan Escutia y Ricardo Pineda