Fotos: María Fernanda Sánchez-Armáss
La Ciudad de México llevaba días con nata en el cielo, con caos en las venas, ruidosa… insoportable. Ir a Bahidorá prometía ser una opción pese a todo: pese a la distancia, pese a ser un carnaval que si se piensa sólo como festival y no como experiencia es el más caro de los que hay en México, amén de lo variopinto del cartel en esta emisión… Con todo y todo, Bahidorá no tiene falla en cuanto a montar una bacanal en calzones se refiere, y uno se la termina pasando delicioso, sobre todo si se es adepto a la nadada, los lugares naturales y la fiesta monumental.
Nada más, nada menos. Del viernes 17 de febrero hasta la tarde del domingo 19, lo que imperó una vez más durante la quinta emisión de Bahidorá fue la convivencia, la charla, el baile, el calor y las ropa escasa entre tragos y un ejército nutrido de activaciones de marca, parte ya vital e integrada al único festival boutique de México con una impronta de sustentabilidad, comunidad y sentido social.
Un festival en un lugar increíble (Las Estacas), fiesta que históricamente ha apostado más por la calidad de la experiencia que por la solidez de su selección sonora, misma que sirve de telón de fondo mientras están sucediendo un sinfín de cosas de forma simultánea: los conciertos increíbles ocurren sin duda, pero la también la gente nada un montón, bebe en exceso, se droga duro, se asolea a niveles insanos, juegan y bailan muchísimo. Bahidorá es cansado y divertido, pero de vez en cuando, si uno aguza el oído y enfoca la mirada, se puede disfrutar de algunas pequeñas cosas, diminutas si se quiere, insulsas, casi imperceptibles, las cuales sirven de pretexto perfecto para volverlas entrañables y considerar volver el año entrante por más.
Una pareja peleaba, luego se reponía bien y veía el atardecer como si aquello fuera único. Lo era. Por allá, en la noche, un montón de amigos cantaba a pie de la fogata mientras tocaban sus tambores. Un tipo dormía contento, como un capullo de mariposa en su zarape fosforescente, lánguido y reposado, listo para revivir en la batalla de la noche.
Pocos parecían apreciar la panoplia sonora del Bahidorá, la cual estaba como que en segundo plano, sin embargo, la atención y la exigencia de un selecto público se percibía levemente desde los actos más potentes y afortunados (Mala, Princess Nokia, Matanza y RJD2), pasando por los cumplidores (Mad Professor, Alí Gua Gua, Frente Cumbiero, Rroxymore, Jessy Lanza o Lawrence), o hasta los francos bajones que entraron sin pena ni gloria (Kali Uchis).
Pocos se dieron a la tarea de enriquecer su experiencia con un camino alterno, los que vieron a Trillones el domingo al amanecer, por ejemplo, saben que el bajón delicioso existe, o los que tuvieron la paciencia de ver el set de viniles de Tropicaza ya a punto de terminar el festival, notaron que Carlos es increíblemente chingón en las tornas (ya dejen de trollearle su set) y que su set lleno de brasileñadas y otras perlas cada vez son mejores.
Bahidorá es una fiesta que la gente activa, a la que se le da la personalidad que se le quiere dar pero también que convive con la que las marcas imponen, y eso sigue escociendo un poco. Bajo esa luz sí, en el carnaval hay buena música y fiesta, baile, pero también un desconecte tremendo y notable, una inconsciencia de cosas pasando de forma vertiginosa, y eso vuelve a apuntar en muchas aristas, como el impacto sobre el lugar, que pese a los esfuerzos de la organización por llevar a avante la parte ecológica, la gente sigue comportándose de forma errática, en mayor o menor medida.
¿Negrito en el arroz? Varios, todos perfectibles. Este año a Bahidorá se le notó un tanto saturado en sus servicios; filas largas, procesos burocráticos (muchas terminales para cargar dinero en la pulsera, una para el reembolso. “Lo sentimos, se nos acabó el efectivo”), salida caótica de autos al finalizar el evento, etc. Sabemos que los errores suceden y se pueden tipificar por ser imprevistos (Juan Atkins canceló, era clave), por necesitar refuerzos (basura y comportamiento por consumo de sustancias), o por una mala planeación (caos vial y de flujo).
Por otra parte, 2017 es un año especialmente complicado en términos financieros para todos, eso se percibe en casi todos los conciertos que han sucedido en lo que va del año y en la mayoría de los que se vienen, sin embargo esa parte no exime de forma alguna esas fisuras mencionadas, dado el crecimiento del carnaval en cuanto a calidad y cantidad con relación al costo de la experiencia.
Parece que Bahidorá seguirá dividiendo públicos, en tanto unos van a una peda monumental y otros a disfrutar de buena música en un lugar que es precioso. Lo que sí, es que su próxima edición será un reto titánico por pulir, sorprender y subir las cosas de nivel. Bien por el crew del festival que saca a buen puerto la mucha operación con pocas manos, pero una alerta a sus orquestadores principales, a los que se les puede recomendar un mayor equilibrio en la propuesta sin sacrificar la rentabilidad y calidad de un festival con identidad propia, uno que estuvo bien a secas con sus bemoles incómodos.