Este pasado fin de semana se llevó a cabo el primer gran festival del año, con un saldo que vale la pena anotar tras el requemón de piel y la sobredosis de buena música desplegada a lo largo de tres jornadas, en uno de los paraísos más cercanos de la ciudad en Las Estacas, Morelos. El Carnaval de Bahidorá volvió a fundir música increíble, activaciones de marcas, entorno natural y trajes de baño como ningún otro festival lo ha sabido hacer en nuestro país.
En menos de diez años, el Carnaval de Bahidorá se ha ido posicionando como una experiencia lo suficientemente atractiva y compleja como para seducir a un público cada vez más amplio y diverso, al tiempo que también se ha ubicado como uno de esos sucesos ambivalentes que hay que disfrutar o padecer por lo menos una vez en la vida.
Bahidorá es uno de esos festivales a los que hay que viajar kilómetros y pasar una buena polvadera para ingresar, al que hay que ir más que listo para el calor, el frío, la intemperie y el agua a partes iguales, al tiempo que se debe preparar un presupuesto un poco mayor al de los festivales habituales para el consumo. Es un agradable monstruo que con el tiempo ha ido mejorando sus aspectos de producción y ejecución; por ejemplo, este años escenarios nuevos y otros ya clásicos como La Estación, así como buena parte de las activaciones de marca se encontraron más enfocados en la gente que en otras emisiones, focalizadas en el disfrute y el descanso, lo cual es de suma importancia dadas las características del Carnaval.
Por otra parte, elementos como el servicio al cliente, los baños, la logística de flujos y accesos, así como la devolución de efectivo en su sistema cashless siguen presentando sensibles fallas y deficiencias que pueden ser atendidas tomando en cuenta la afluencia de un público al que, hay que decirlo también, le queda un buen tramo de aprendizaje cívico y consciencia con el entorno.
Dicho lo anterior, la edición de 2018 también será recordada por ser la que mejor música ha tenido a la fecha. Prueba de ello fue el buen sabor de boca que nos dejó la primera noche, en donde la curaduría del gran sello Fania, que arrancó la noche en el escenario El Umbral, fue un gran tino de baile, sabor, potencia y calidez humana, en particular el set de Kenny Dope, quien demostró ser el poseedor absoluto de la batuta de la noche, dado sus alcances en los controles, desplegando soul, salsa dura, rap, latin funk y un techno de rompe y rasga bastante delicioso. Para la posteridad de quienes saben escuchar mientras bailan y atesoran los momentos de maestría en las tornamesas y la computadora.
Con una sonrisa y clima insuperables, y ya pasados por agua y diversión natural, el medio día comenzó a recetarnos los primeros platos fuertes de música, con un cartel que este año pudo pulsar con mayor precisión el sentir de su público, a través de un programa vasto, enfocado a lo percusivo, lo latino y afrodescendiente (Chancha Vía Circuito, ÍFÉ, La Dame Blanche, Guetto Kumbé), sin descuidar el rock, el rap, la electrónica dura para la pista de baile y hasta el jazz contemporáneo.
Pese a que la diversidad del público y los elementos extramusicales son demasiados como para mantener a una audiencia enfocada la mayor parte del tiempo en lo que pasa en el escenario, este 2018 el Carnaval de Bahidorá pudo sorprender y atender a los escuchas atentos con más tino y equilibrio, todo llevado siempre en módulos, fragmentos, escenarios, actividades y mundos paralelos para ningún alma se sintiera fuera de una festividad que hoy por hoy ya tiene una identidad definida.
Momentos diferentes y atesorables los hubo a raudales, nadando por el río: Nathy Peluso dividió opiniones y sorprendió con su presencia escénica a partes iguales, Eptos Uno pese a su contundencia en el micrófono como uno de los mejores raperos de su generación se percibió un tanto desgarbado para las características del cartel, al igual que Ariel Pink, quien en su actuación en vivo fue todo lo que se esperaba de él para bien y para mal: un freak visionario al que no le importa evadir o ser incomprendido, cargando a cuestas un pop anómalo, inteligente y berrinchudo a partes iguales. Un cerebro creativo al que a algunos les costó pasarlo.
Por otra parte, la decisión unánime nunca había estado tan marcada en un Bahidorá con un artista como lo fue con Kamasi Washington, quien nos llevó de la mano hacia un paseo que visitó la dulzura, la elegancia, la maestría técnica, el universo entero y de regreso con un jazz del presente impresionante, a dos baterías, emotivo, fuerte e impecable. Sin duda de lo mejor de todo el festival, en consonancia con el acto de Shigeto y HVOB en el mismo escenario principal.
En cuanto a la electrónica del escenario Bunker se refiere, el techno tuvo su leyenda y momento cumbre con un solo nombre: E Dancer. Kevin Saunderon es una bestia fina de la pista, generando una narrativa que no dio tregua y que le dio coherencia a es escenario como pocas ocasiones hemos presenciado, hilvanando los momentos más memorables que lo precedieron (Romare, Axel Boman).
Justo esa narrativa y oscura dureza que suele caracterizar la eterna noche electrónica del Bahidorá, que se extiende de forma decadente hasta el amanecer, logra contrastar con el buen mood y delicia de los actos del día siguiente, en especial lo hecho con Awesome Tape from Africa, quien le da calidez humana y sabor con su set lo-fi del gran continente negro; Ramzi y el enorme Gilles Peterson para matar con cerrojo de peso.
Mención especial para La Redada, quien desde un escenario minúsculo y botado en la oscuridad (Isla Picó) dio un show potente y sabroso para una pequeña concurrencia de menos de 50 personas. Seguramente un grupo de este calibre en un festival así merecía una exposición mayor, pero su sabor sigue en la mente de los pocos afortunados que vimos a uno de los mejores combos musicales de México actualmente.
Resulta impresionante y gratificante ver cómo un festival multicolor con un despliegue de logística y trabajo de ese tamaño logra articular un cartel que suena casi impecable en su totalidad, que se ejecuta cada vez con mayor profesionalismo en términos de programación y producción. Al mismo tiempo es curioso ver cómo ese discurso human friendly contemporáneo y de comunidad se percibe levemente desfasado, ante un público fragmentado y controlado, quien impacta directo sobre el ambiente y el control de sí mismos durante la fiesta, y que cada tanto detona el encono contra el personal que lo atiende a veces de forma torpe.
Históricamente, los festivales han generado goce y detonado lazos, disfrute, momentos de felicidad y un candor cultural para las huestes sensibles, haciendo nuestras vidas más especial y llevadera. Ese sentido podría ser un buen punto de partida para futuras ocasiones para un carnaval que puede mejorar siempre sus detalles técnicos y logísticos en el programa de mano o los flujos de su programa de forma suelta. Ese podría ser un buen inicio para un carnaval que busque un sentido de comunidad más contundente. Grande Bahidorá 2018, será interesante ver cómo llega su madurez como uno de los fines de semana más esperado por los mexicanos.
Fotos: Iván Toledo.