Por Miguel Ángel Luján, Leona Sicario y Rodolfo Benavente
“Oye, y con todo el ruido de la música, ¿se escucharán los grillos?”, me pregunta Leona al llegar a la zona de prensa del carnaval de Bahidorá 2019, spot que se encuentra hasta la otra punta del carnaval y al que llegamos casi a punto de que nos cierren. Intento percibir algo, pero la música ya ha arrancado fuerte desde el viernes por la noche. Lo logramos,
pese a que salir de la Ciudad de México ha sido toda una proeza (se hubieran ido en el transporte oficial).
Apenas la lentitud y el hartazgo de la ciudad se nos está despegando de las nalgas, cuando ya estamos en shorts, montando una casita de campaña, quitándonos hormigas del cuerpo y bailando techno con Underground Resistance, crew de la vieja guardia que tallaba bien y bonito a los platos. Resulta chingón darse cuenta que el techno de ayer envejece digno con sus artífices, que se escucha orgánico. Sin embargo, la fiesta estuvo leve.
Leona y yo discurrimos sobre las reseñas de conciertos, las crónicas y lo burgués que resulta el ejercicio en cierto modo. ¿Más burgués que la idea de un festival en sí? “Los festivales están insertos en una economía capitalista, en una dinámica de consumo en donde se equilibra las necesidades comerciales de éstos con su oferta musical”, me dice Leona, quien me propone que este Bahidorá 2019 nos dediquemos a cazar fantasmas.
“¿Fantasmas o monstruos”, le digo yo. De los segundos hay muchos ya bien entrada la madrugada, bailando el techno interminable. Comienza la faena y el sol está en su plena delicia tantito antes de medio día, tiempo suficiente para echarnos un chapuzón en el río y poder alcanzar a ver uno de los imperdibles de la jornada del sábado, los Meridian Brothers, a quienes vimos con gusto, baile y ganas pero con la idea de que les pudo haber correspondido un horario más
adecuado, igual a Romperrayo, ambos colombianos, pero que corrieron con una mejor acogida en el otro escenario pequeño de Pepsi llamado La Estación, en donde a nuestro ver se presentó la oferta más arriesgada y propositiva en términos de curaduría musical de todo el carnaval.
Leona pareció ver un fantasma, me dijo que era un patito negro, nadando en medio del lirio. Intento enfocar mi atención pero algo me mordió en la espalda baja, una hormiga de esas gordas tipo chicatanas que hay en el terreno. Qué hermosas son Las Estacas y qué en chinga está el personal minimizando el impacto ambiental en la zona. El público debería
ponerse más al tiro con el tema: ensuciamos, fumamos, consumimos y tiramos como si no hubiera un mañana. Me da la sensación de que pronto no lo habrá. Un fantasma. No hay un headliner demasiado poderoso, me dice. Le argumento que nunca lo ha habido y que tal vez sea eso la impronta del carnaval, ya que hay muchos distractores para bien y para mal: río, descanso, goce, diversión, actividades, instalaciones y piezas plásticas, activaciones de marca y demás; todos complemento y suma de la música.
Aquí al menos la música es un integrante más de eso que nos ofrecen bajo el erosionado nombre de “experiencias”.
Seguimos y todo luce estable con perspectiva positiva, y se percibe la preocupación y cuidado de la organización desde todas las perspectivas: sorprender sin perder su esquema narrativo, lo cual ya es algo, también reforzar, crecer y mejorar sin pasarse del borde, ya que el terreno y la propuesta de festival mediano impone sus límites. Leona dice que ahí podría haber otro fantasma: “si crece aún más esto, seguro se sacrificará la comodidad y la eventual intimidad de la oferta”. Creo que tiene razón.
Es así como gozamos de actos que son buen sabor de boca pero que, salvo Romperrayo, aún no nos sorprenden duro: Daymé Arocena, The Souljazz Orchestra (gran sección de vientos) y Nightmare on Wax fueron un remanso delicioso para apagar el día. ¿Y el público? Esos fantasmas de la música durante la primera parte del día, aparecieron ya lacios de sus sensuales cuerpos para recibir a quien, para Leona y para mí, fue el gran momento del carnaval: Blood Orange. Qué bruto, qué bárbaro. Otro fantasma: el de la angustia y las certezas.
Desde la vez pasada que vimos a Blood Orange en el NRMAL sabíamos que se encaminaba a ser un grande de la música, pero no hasta qué grado: Hynes tiene ya un control estilístico sobresaliente. Es Jackson Five en plan maduro, es Whitney Houston sin las ínfulas grandilocuentes, un soul de la negritud contemporánea, la Madonna del Danceteria ochentero en negro, un R&B indie con todas las de la ley. Qué músicos, qué juego le da a sus coristas. A Leona y a mí nos dieron ganas de amarnos el doble, de acariciar nuestros corazones y dejar que nuestros fantasmas, las almas quisimos decir en su momento, se fundieran en una sola con las del resto de los asistentes. Que si unos iban a cepillar la resistencia de su salud, otros a bailar y otros a nadar mientras veían cuántos vasos ecológicos podían apilar… eso no importó por un momento: el consenso de todo el festival fue Blood Orange, que no quepa duda.
Leona dice que hay que ir a descansar, Rejjie Snow, los platos de Noche Negra, el sol, la comida… vamos a ponernos pantalones para seguirle. Encontramos otro fantasma, el de los cuerpos descansados. Cada vez son más los resistentes y quienes se entregan a los headliners del escenario principal: Mr. Fingers dando clases de house primario. Un crack.
Luego Acid Arab que nos recordó a un Omar Souleyman más occidentalizado aún, para amarrar con The Field, a quien ya le conocíamos los trucos debajo de su manga, pero que igual funcionaron.
Octo Octa estaba a pleno del otro lado ya, en el llamado Escenario Doritos, el más oscuro, potente y techno de todos, ahí donde los Cuatrocuartos Bestial Crew se presentaron antes bajo ese encomiable esfuerzo tripartita llamado DJ Fiasco, unos capos que supieron tomar la estafeta anterior de los DJ’s Pareja (otros que sentimos tuvieron mala suerte tempranera, fantasmas diría Leona), y que de alguna manera fueron la cama perfecta junto con Project Pablo para que Octo Octa incendiara los pies y la colita de los más entusiastas. A partir de ahí todo fue cuatro cuartos y resistencia, esquivar fantasmas de cordura y diversión enchamarrada rumbo al amanecer. ¿La mejor parte? Ese momento en donde
Louie Fresco le pegó duro a nuestro cuerpo vía un house latino de buena cepa (en este momento Leona apunta sobre otro fantasma, el de el ingenio en algunos de los DJs anteriores que usan “la batucada” de recurso en su set para que se sienta latina la cosa, práctica que sentimos que sólo a Fresco le salió bien).
Sumado al contraste oscuridad latina vs amanecer oscuro de Objekt fue notable, dura, agreste y sin embargo… seguimos
bailando, recibiendo el cielo azul, las hermosas ojeras balnearias y el baile en plenas puntas rubias del amanecer. Delicioso. El fantasma del lunes, ese desgraciado. El amanecer nos trajo fantasmas de sueño pleno, pero también de niveles escasos de serotonina. La sonrisa de saber que Leona pasó un Bahidorá con más fiesta y menos reviente decadente, lo cual, pasados los años, es lo deseable para una jornada al natural y tan de largo aliento como la que propone el carnaval.
Rumbo a la salida y término del festival, ya el domingo 17, supimos de la fatídica noticia, que hasta entonces era un chisme, un fantasma: un asistente había fallecido, encontrado apenas unas horas antes en el río. Hasta el momento desconocemos las causas y el avance sobre las investigaciones, en tanto los organizadores del carnaval han decidido
mantener discreción, en aras de procurar la privacidad y el momento por el que atraviesan los familiares. El fantasma del contraste, y aunque Gilles Peterson ya está soltando sus “killers” vinílicos, el empuje va hacia otra dirección.
Leona y yo regresamos acalorados a desmontar la casa de campaña, con una sensación variopinta, aunque estable con perspectiva positiva, las maletas no cierran igual por lo cargado y el cuerpo comienza a ceder ante el regreso inminente que hay que emprender. El fantasma del balance: sentimos que el Bahidorá tuvo una sólida emisión 2019 pese a todo,
con mucha talacha que superar y una labor “interfase”, en donde los esfuerzos deberán ir dirigido a reforzar al doble lo ya ganado y crecer sin sacrificar las dimensiones que ya no puede sobrepasar, esa conciencia será clave para que siga ratificándose como uno de los festivales más importantes de música en todo el mundo.
Paramos unos segundos antes de arrancar y partir: eso que está cerca entre los árboles y las palmeras es un último fantasma, el de la calma y la quietud. A lo lejos, una cereza de pastel, un sonido quieto, calmo..
Los grillos de la madrugada desvelados hacen su aparición.