En una época donde los festivales se consumen con el mismo gesto con el que se hace scroll, el cartel ha dejado de ser una promesa para convertirse en un archivo: una imagen que se guarda, se comparte y se olvida. Sin embargo, hay line ups que no funcionan como lista, sino como cartografía. El de Bahidorá es uno de ellos. No ordena artistas: traza rutas.

El cartel como mapa: cómo leer el line up de Bahidorá 2026

Leer este cartel de arriba hacia abajo —como si fuera una jerarquía— sería perderse la mitad del viaje. Bahidorá no propone una narrativa basada en headliners, sino un ecosistema de afinidades donde los proyectos dialogan entre sí por texturas, intenciones y estados de ánimo. Aquí, la música no se agrupa por géneros, sino por pulsiones.

No hay una sola escena dominando el discurso, sino múltiples aproximaciones que conviven sin competir. En este contexto, el baile deja de ser una descarga inmediata y se convierte en un proceso: algo que se construye con el tiempo, con la escucha y con la paciencia del cuerpo.

Electrónica como exploración

Por un lado, está la electrónica entendida como espacio de exploración más que como herramienta de euforia inmediata. Nombres como Four Tet, Daphni, Roza Terenzi o Wata Igarashi no representan una sola escena, sino distintas formas de pensar el ritmo: desde el loop orgánico hasta la abstracción hipnótica. No compiten entre sí; se complementan como estaciones de un mismo trayecto.

Ritmo con territorio: electrónica y raíz latinoamericana

En otra coordenada aparece la electrónica con raíz latinoamericana, aquella que no reniega del cuerpo ni del territorio. Proyectos como Ela Minus, Sonido La Changa, Los Pirañas o Crudo Means Raw habitan una zona donde el beat convive con la memoria colectiva, con el pulso de lo popular y con una historia que se filtra en cada repetición.

Aquí, la pista de baile se cruza con lo popular, con la historia y con una sensibilidad latinoamericana que no necesita presentarse como discurso. No es una apropiación ni una reinterpretación folclórica: es música hecha desde el presente, con el cuerpo y el contexto como punto de partida.

Pausas necesarias: cuando la emoción guía el recorrido

El mapa también incluye un corredor más introspectivo, donde la emoción se impone al BPM. Ahí se cruzan propuestas como RY X, Kings of Convenience, Kid Francescoli o Paloma Morphy, que funcionan como pausas necesarias dentro del recorrido. No bajan la intensidad del festival; la transforman.

Lejos de funcionar como momentos de transición, estas propuestas introducen otra forma de intensidad: una que se manifiesta en la cercanía, en la melancolía y en la escucha atenta. Son pausas que no detienen el viaje, sino que lo profundizan.

El bajo como columna vertebral: sound system y comunidad

Y luego está el eje del sound system, del dub, de la cultura que entiende al bajo como columna vertebral y al baile como acto colectivo. La presencia de figuras como Mad Professor junto a Sister Nancy o colectivos invitados no es anecdótica: refuerza la idea de Bahidorá como un lugar donde la pista no es solo entretenimiento, sino territorio compartido.

Aquí, la pista no es un espacio individual, sino un lugar de encuentro. El sonido no se consume: se habita.

Un mapa abierto: elegir, perderse, conectar

Leído así, el cartel deja de ser un inventario y se vuelve una herramienta de orientación. Permite elegir caminos, perderse a propósito, cruzar escenas que normalmente no conviven en un mismo espacio. No obliga a verlo todo; invita a escucharlo distinto.

Tal vez ahí esté la clave del festival: en asumir que un buen line up no es el que grita más fuerte, sino el que sugiere conexiones. Bahidorá no te dice a quién ver. Te propone un mapa y confía en que sabrás encontrar tu propio recorrido.

Bahidorá 2026: un mapa sonoro para bailar sin prisa

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