Las ediciones del Ceremonia parecieran siempre estar llenas de distintos tipos de infortunios que lucen memorables a la distancia. Y no es que se trate de un festival diseñado para ello, sino que más bien los estragos de la naturaleza siempre habían estado en su contra para que la lluvia, el lodo y el frío permanezcan en la memoria de todos como aquello de lo que se trata el festival. Sin embargo, también siempre ha sido un festival que se encuentra en constante transformación año con año. Basta con voltear a ver sus carteles para darse cuenta, desde aquel que lideraba Animal Collective como un punto de reunión de los sonidos más complejos del mundo contemporáneo hasta ésta, la edición 2016, en donde Disclosure y NAS eran los nombres principales. Ha ido de un lugar a otro la selección, pero parece que siempre aciertan al momento de llevarla a cabo.
Y es que hay que brindarle la justicia que merece el puñado de nombres que conformó esta nueva edición del festival. El target de personas que asistieron poco o nada tienen que ver con aquel de su primera edición, sin embargo pareciera que el segmento del festival está cada vez más estipulado conforme pasan los años. Es un claro punto de reunión para mirreyes que van a Rhodesia cada ocho días, pero también es un espacio para aquellos que se encuentran entre el mundo de las rimas que, aunque parezca algo completamente opuesto a lo anterior, es un complemento casi ideal para ello. Eso, más las carpas y actos de música electrónica experimental que van desde el reggaetón más duro hasta la complejidad más profunda hacen del Ceremonia uno de esos festivales que se disfrutan en cuanto a la música en vivo se refiere.
Sin embargo y a pesar de que actos como la presentación en sociedad de Jesse Baez, el junte tremendo de Finesse Records, el épico regreso de Titán, la reafirmación del trono de Álvaro Díaz, la exposición merecidísima de C. Tangana o la locura de la fiesta de Svnta Mverte y todos aquellos que se presentaron en la carpa de la Ley Seca de Spotify, posiblemente la organización sea, una vez más, el detalle que puede hacer que un festival de música no se disfrute tanto a pesar de la luz de su cartel.
Mucho de lo que se vivió aquel sábado en el Centro Dinámico Pegaso fue un conjunto de esas dos cosas: de un montón de artistas haciendo lo que mejor saben hacer en cada uno de sus contextos musicales arriba del escenario y una serie de inconformidades que se oían por todos lados de parte de los asistentes. No era ninguna sorpresa escuchar algo como “Alemán rompió la carpa del Roswell” seguido de un “Estoy hasta el huevo de hacer filas para todo”. Era una especie de contradicción que sonaba esperanzador en el contexto musical, pero siempre un poco menos alentador en cuanto a su desarrollo organizacional.
Y muchas de esas cosas fueron una realidad. La cantidad de personas que asisten al Ceremonia va en crecimiento constante debido a la transformación de su cartel a lo largo de los años, lo cual trae consigo una especial desventaja dentro de los servicios que se ofrecen. Desde caminar de una carpa de recarga cashless a otra por la falla del sistema que se utilizaba, hasta haber tenido que esperar una hora en una de esas filas o haber salido y entrado de la carpa Roswell perdiendo una cantidad valiosa de tiempo que bien pudo haber sido ocupada por lo artistas que conformaban su cartel. El Ceremonia de este año se llevó a cabo entre esos dos extremos.
Pero al final del día lo que realmente importa y tiene valor -al menos para aquellos que entienden al festival como un lugar para ir a escuchar música en vivo y no como una fiesta sin sentido en medio de la nada- es que se trató de uno que cumplió con todo aquello que prometió al inicio: con hacer bailar y gritar al unísono a miles de personas al presentar momentos inolvidables como Space Chemo de Titán escuchándose como nunca antes, Gessafelstein rompiendo una pista de baile interminable o Dj Rosa Pistola convirtiendo toda una carpa en un perreo memorable lejos de todo lo demás. Fue un año más de ir a ver a artistas increíbles en vivo, gozar de las bondades de la distancia a la ciudad y de guardar recuerdos que nunca se van a ir. Eso sí, gracias al cielo este año no llovió.