La música independiente en México siempre ha encontrado formas de dialogar con lo sagrado. Desde los garajes del oriente capitalino hasta los escenarios de festivales autogestionados, el ruido ha servido como ofrenda: una manera de recordar, de resistir y de volver a habitar la pérdida con ritmo y distorsión.
Este 8 de noviembre, Los Blenders llevan esa idea al siguiente nivel con Muertos de Día, un concierto que convierte el Pabellón Oeste en un altar sonoro donde la energía punk y la memoria colectiva se funden bajo un mismo pulso.

Ruido y memoria: la estética de la ofrenda

El cartel de Muertos de Día no es casualidad. Los nombres convocados —Belafonte Sensacional, Margarita Siempre Viva, The Red Pears, Sgt. Papers, Aiko, El Grupo y los propios Los Blenders— parecen elegidos más por afinidad espiritual que por mercado. Cada banda trae una forma particular de enfrentar la fugacidad: letras que giran en torno a la nostalgia, el desamor y la identidad, pero siempre con un ritmo que empuja hacia adelante.

La estética del garage y el indie latinoamericano, en este contexto, funciona como una reinterpretación de la ofrenda tradicional. Si el altar se compone de fotos, flores y comida para los que ya no están, este cartel propone guitarras reverberadas, sintetizadores melancólicos y coros compartidos como símbolos de vida. La distorsión, aquí, no es ruido: es rezo.

Los Blenders y la alquimia del caos

Desde sus primeros EPs, Los Blenders convirtieron el caos adolescente en un lenguaje emocional reconocible. Su sonido, mezcla de surf, punk y melodías pop brillantes, siempre se ha movido entre lo efímero y lo eterno: canciones sobre fiestas, amores que se desmoronan y resacas que también son revelaciones.
Con Muertos de Día, el grupo propone un salto conceptual: transformar esa energía juvenil en un rito colectivo. No se trata sólo de tocar, sino de celebrar lo que la música ha mantenido vivo —amistades, foros, giras, y esa necesidad constante de tocar aunque el mundo se caiga alrededor—.

Entre la vida y la distorsión: un rito contemporáneo

El nombre del evento contiene su propio oxímoron: “Muertos de Día”. Es una paradoja luminosa, que invierte el mito del Día de Muertos —ya no son los vivos quienes recuerdan a los muertos, sino los muertos quienes bajan a festejar con nosotros a plena luz.
El Pabellón Oeste se convierte así en un espacio liminal: un punto intermedio entre el garage y el altar, entre la sala de ensayo y el panteón. Cada acorde funciona como una flor de cempasúchil eléctrica, guiando el regreso de quienes habitaron antes estas canciones.

La nueva mística del rock independiente

Hay algo profundamente espiritual en lo que proponen Los Blenders y compañía. No en el sentido religioso, sino en esa comunión que sólo se produce cuando una multitud canta lo mismo sin haberse puesto de acuerdo.
Muertos de Día no pretende competir con los festivales masivos ni con los carteles de marcas globales. Su fuerza está en lo simbólico: en la posibilidad de resignificar la música como un acto de encuentro, de reparación y de memoria.

En tiempos donde el streaming disuelve la experiencia colectiva, estos rituales presenciales recuerdan que el ruido sigue siendo una forma de fe.

Cuando el garage se vuelve altar: la contracultura celebra el Día de Muertos

El 8 de noviembre, cuando el público se reúna en el Pabellón Oeste, no habrá flores ni velas, pero sí guitarras afinadas para conjurar el mismo misterio: la vida que insiste.
Muertos de Día es más que un concierto —es una misa distorsionada donde lo sagrado se dice en tres acordes y un coro compartido.
Y en ese eco final, cuando los amplificadores callen, quizá quede claro que la música también es una forma de permanecer.