Una de las partes más deliciosas del libro How Music Works (2012) gira en torno a la evolución en el sonido de los Talking Heads, cuando David Byrne comenzó a preocuparse no sólo por el sonido de la banda en espacios más grandes y con una acústica mucho más demandante, al tiempo que tomaba conciencia sobre las implicaciones de la representación arriba del escenario, el show, la narrativa y el aspecto visual de éste.
El interés de Byrne con el teatro kabuki y el sentido de la interpretación de aquel entonces fueron la génesis del gran disco y gira Stop Making Sense de 1984 y de buena parte de lo que vino después como solista, posicionándose como uno de los artistas más genuinos de su generación.
Con más de cuatro décadas de trayectoria artística, y como parte de su gira y más reciente álbum –American Utopia (Nonesuch)-, David Byrne visitó el siempre elegante Teatro Metropólitan de la Ciudad de México para dar uno de los mejores shows en toda su carrera, en donde la supresión de elementos (cables, una banda convencional estática en el escenario y la parafernalia rock), así como el apoyo teatral y el ingenioso uso de luces son los detonantes principales de un concierto de cerca de dos horas de duración, con una muestra contundente con lo mejor del repertorio del cancionero de Byrne y los Talking Heads.
Una noche húmeda y calurosa fueron la antesala del concierto que David Byrne ofreció ante más de dos mil almas efusivas, en donde jóvenes, fans de hueso colorado y enterados del gran show que trae a cuestas el cantautor británico-americano, se dieron cita para quedar boquiabiertos con el poderío minimalista del autor de algunas de las canciones pop más inteligentes, quien se hizo acompañar de once músicos arriba del escenario, quienes se integraban en una coreografía de altos vuelos; todos descalzos, energéticos y enfundados elegantemente en trajes grises.
Fueron 21 canciones las que David Byrne y su banda interpretaron dentro de una cortina de lazos plateados, haciendo sentir al público dentro de una suerte de choza monumental de bambú, actuando de forma impecable y distintiva cada una de ellas, desde las más clásicas (“This Must Be the Place”, “Once in a Lifetime”, “Burning Down the House”) hasta buena parte de su material nuevo, el cual si bien ya no tiene los bríos y la creatividad de otros tiempos, logran salir avante por la calidad del montaje, la contundencia interpretativa, así como la energía que Byrne mantiene a sus 65 años.
Y es que el autor de “Lazy”, “Bullet” y “I Dance Like This” entiende muy bien el paso del tiempo, décadas en las que Byrne ha sabido abrevar sus intereses sonoros, integrando de forma particularmente hermosa las influencias africanas, orientales y latinas al estilo pop no wave de este artista completo. Ese paso del tiempo hace que el equilibrio entre la disolvencia efímera de las experiencias vueltas imágenes se contrarreste notablemente (o mejor dicho se complemente) con la solvencia de su reinvención creativa a la hora de ofrecer un espectáculo con todas las de la ley.
Sin duda alguna, la del martes 3 de abril de 2018 será una noche que quede labrada en la memoria de todos los asistentes mexicanos, como uno de los grandes conciertos del año y probablemente, fácil, de la última década en la extensa corrida de eventos maravillosos que suceden en nuestra ciudad. Música que transmite brío, interpretación que sorprende y pies ligeros que no dejan de moverse de forma cadenciosa hasta que la imagen vuelva a disolverse. Enorme.
*Fotos: OCESA/Lulú Urdapilleta.