Hasta cierto punto, resulta gratificante y liberador el hecho de vivir un momento histórico en cuanto a la música y la diversidad de ofertas musicales se refiere, en donde el pop y las propuestas de cuño femenino se encuentran a la par -tanto estética como discursivamente- de cualquier postrimería rock-avant, que en el pasado ostentaba el imperio de aquella abstracción obsoleta llamada underground (cualquier cosa que eso signifique). Hoy, resulta natural que proyectos con menos de una década de trayectoria y una popularidad más bien modesta puedan visitar la ciudad para ofrecer un concierto de dimensiones cálidas, emotivas y poderosas, tal y como Empress Of lo hizo en Galera el pasado viernes 14 de junio.
Ubicado en esa frontera indecible entre la colonia Doctores y la Roma, de a poco, Galera ha venido cosechando ese interés y ruido mediático en el paisaje local como uno de los lugares más recurrentes para conciertos, poniendo manos a la obra a su paso sobre detalles finos que marcan la diferencia y hacen disfrutables los eventos (temperatura, acústica, acceso, comunicación). Y si bien la visita de Lorely Rodríguez no representaba retos mayúsculos en términos de producción (tampoco de convocatoría, habría que apuntarlo) sí fue una oportunidad visible para poner a prueba esos ajustes.
Ilse Hendrix fue la encargada de abrir una noche a la que parecía le costaría definirse desde el aforo (menos del 50% del local), el sonido (un rebote metálico notable casi todo el set) y el estilo de la propuesta, que se percibía aún joven, flat y medianamente parco en la singularidad de su propuesta. El proyecto de Ilse Villarreal posee un sino pop, sensual y prominentemente fresco, aunque aún podría alcanzar otras dimensiones de consistencia.
Sin embargo, la brevedad fue la clave para engancharse a lo mejor del viernes, y justo antes de la media noche ya teníamos a Empress Of arriba del escenario. El proyecto de Lorely Rodriguez regresaba de aquel buen sabor que experimentamos hace ya casi tres años en el festival NRMAL, para enfrentarse a un público novel que acudía sólo a verla a ella y a su poderosa dama de honor (Erin Fein), quien acudía reservado pero presto a presenciar las canciones entrañables con las que la conocimos, pero sobre todo para poner a prueba parte del nuevo material, el sentido y sutil Us (Terrible Records, 2018).
Sin decir agua va, y con un Galera ya un poco arriba de la mitad de su capacidad, se conectó de inmediato con el carisma y despliegue de energía de Lorely, quien tiene una fuerza y solidez artística sobresaliente desde los lugares que la obviedad musical suele desdeñar; en Empress Of, la ligereza, la sonrisa natural y la falta de intención de lo grandilocuente es poderío cercano que toca el corazón. Honestidad pop e inteligente.
Un set corto y casi sin variaciones a como lo ha venido haciendo en su gira, menos de una hora. Uno hermoso, por cierto; sin fisuras, en donde la hondureña-norteamericana construyó castillos y palacios de pies ligeros para poder abrazar nuestras tristezas y dolores a placer, desde el encanto po sublimado en letras que se adhieren fácilmente desde la piel y que llegan al corazón: “Trust Me Baby”, “In Dreams”, “Everything to Me”, “Love for Me”, “Just the Same”… todas ellas canciones que confrontan de forma firme pero no violenta, que invitan a la confianza y al amor sin un edulcoramiento exagerado.
Y es que sea ese prístino y jovial carisma de Rodríguez lo que hace que sus referentes no se sientan impostaciones ni demasiado emposturados: Lorely es una Madonna primera sin los ánimos sexualizados y de fama que caracterizaron en sus inicios a la Ciccone; es una joven aprendiz de sus amigos más avanzados (Dev Hynes aka Blood Orange); una artista con idea y sentimiento pleno que en la luz temprana de sus tres décadas de vida ya ha trazado un iconicismo que conecta desde ese halo místico-sentimental que nos recuerda a una suerte de Kate Bush en plan r&b millennial, con una sensualidad no abyecta que aporta mucho sobre el despliegue vocal e histriónico de Rodríguez, a través de un minimalismo ejecutorio muy propio del pop electrónico diverso (El Guincho, Clubz…). Esto, irremediablemente se convierte en una conexión pura con un público entusiasta, enamorado o con el corazón roto, pero sumamente esperanzador.
Una hora breve, en donde el audio mejoró y la atmósfera fue a más, con celebridad trend incluída (saludos a Ezra Miller), y un set de poco más de una docena de temas redondos, sin fisuras, hermosamente pop. Empress Of demostró no sólo que es más que un temazo inolvidable (Woman is a Word), también es una voz prístina, múltiple y sumamente entregada; es un universo letrístico personal que hace eco con su audiencia. Es un corazón que late fuerte en noches que no prometen y resultan más especiales de lo que uno cree.