Por: Ricardo Pineda / Foto: Toni François. Cortesía Festival Bestia
Nadie sabe a bien cómo fue, el asunto es que llegamos los que pudimos. Los rostros de antaño se reconocían de a poco, la helada noche del 29 de noviembre en el Museo Anahuacalli para ver por tercera ocasión en nuestro país a John Zorn y compañía (los menos avezados aún no sabían que Zorn no estaría en escena prácticamente en todo el concierto).
Pese a que costó llenarse de a poco, sin lograrlo en su totalidad (¿el frío, el costo de los boletos, la polémica previa al evento?), el Anahuacalli acogió de este lado de la barrera a los fans incondicionales: los que vimos a Zorn en el fmx alguna vez, con Cobra, Painkiller, Bellas Artes… ahí estábamos, contentos, menos jóvenes y congelados, esperanzados de ver la brutalidad que es el ensamble Moonchild en vivo.
Pocos minutos después de las 21:00 horas del viernes 29, John Medeski y su órgano mágico y discreto, el baterista más versátil y alegre, Joey Baron, el mounstro del bajo Trevor Dunn y el reptil polimórfico de las cuerdas vocales, el bien querido Mike Patton, se subieron al escenario del patio del Museo Anahuacalli para recetarse un set de 50 minutos de lo que muchos ya conocíamos: brutalidad, oscuridad, satanismo, Artaud y una de las interpretaciones de las obras más equilibradas de Zorn, quien esa noche cerraba su gira de cumpleaños número 60, con el concierto de México, el cual sumaba 60 presentaciones a lo largo de todo 2013.
El embrujo sucedía, la magia estaba presente. Todos atentos, pocos celulares al aire, aunque el fanatismo desbordado por Patton sigue en pie de lucha; basta con que el vocalista de Fantomas y Faith No More suelte una convulsión prolongada y extrema, para que buena parte del público grite al unísono como quinceañera alborotada, como si de Elvis Presley en pleno movimiento pélvico se tratara.
Caras contentas, siseos de disfrute, unos “shh” que callaban a los escasos indiferentes. Esto era otra cosa: el bajo prístino casi la mayor parte del tiempo, Patton no deja de sorprender pese a que se le adivinan ya los trucos al mago (el tiempo y las técnicas no acarician), Joey Baron parece intocado por el tiempo en cambio. Por su parte, John Medeski era el magazo de las teclas discretas, el pintor sutil y silencioso que nadaba en medio de un caos que invocaba el lado más oscuro del ser humano, ese que ha vivido en las tinieblas, a la contra de los convencionalismos.
Moonchild es quizás el proyecto más equilibrado, en cuanto al “sonido Zorn” se refiere, que haya pisado nuestro país: roquero, oscuro, extremo, poco menos abstracto que muchos de los proyectos del compositor y saxofonista neoyorquino. Caras felices… hasta que el set culminó, para muchos de forma abrupta. ¿Qué pasó, cómo llegamos al final tan pronto? ¿Después de esperar años y después meses? ¿Después de haber pagado 700 pesos y no ver ni siquiera a Zorn? Algunos indignados.
Un encore, John Zorn sube a la tarima y dirige una última pieza que amarra casi la hora de un show breve, pero bien inolvidable. Afuera, el caos interminable con el estacionamiento, los cuerpos congelándose en una fría noche que se afilaba in crescendo, un tipo protestando con una guitarra, escupiendo incoherencias y despotricando contra los asistentes. La contundencia es así. Nadie sabe bien cómo fue, el asunto es que llegamos los que pudimos. Ojalá la próxima no dure tanto la espera.