@RaiKa83

Hace poco platicaba con un colaborador de Freim! sobre lo rebasadas que resultan a veces las reseñas de conciertos y discos en México, sobre todo partiendo desde la saturación de medios que hay hoy en día; todas giran en torno de la obviedad, el plagio y todo “está bueno, es memorable y digno de destacar”. Mi compañero argumentaba que ya no tenía mucho caso, ya que sin leerlas o asistir al evento, uno podía darse cuenta en tiempo real desde las redes sociales, de qué canciones se tocaron, cuáles fueron los momentos más emotivos y seguir el recital al momento, con fotos, videos y comentarios incluidos.

Resta decir que pese a la obviedad de mi interlocutor, conciertos como el del trío de New Jersey, Yo la Tengo, el pasado viernes 23 de agosto en El Plaza Condesa, hacen que todo ese prejuicio sobre lo que son los conciertos y las audiencias en nuestra ciudad se desvanezca un poco. Y que quien esto escribe discrepe: en el cómo está el qué.

Ante un Plaza Condesa apenas arriba de la mitad de su capacidad, el concierto de Yo la Tengo superó las expectativas de los curiosos y fans aguerridos del trío, convirtiéndolo en uno de los mejores del año, sin duda alguna. No me gustaría ser reiterativo con los datos que veremos y que ya se conocen: dos horas y media de concierto, sutileza, dulzura, noise y rock guitarrero en forma de cátedra suprema y discreta. Todo eso estuvo en su lugar, uno muy hermoso que apenas y se vio perturbado con los indeseables y malacopas de siempre, aunque cabe decir que la audiencia se caracterizó esa noche por estar casi en silencio, hipnotizada, sin demasiados celulares al aire, siempre conectados.

Si hay escritores de renombres que presumen más de los libros que han leído que los que han escrito, en el concierto de Yo la Tengo del viernes pasado, tanto desde la perspectiva de crítico y espectador, podría decirse que lo bueno y memorable que resultó la presentación de Yo la Tengo puede medirse en la cantidad de buenos y viejos amigos que ahí me encontré. Muchas personas entrañables nos dimos cita sin ponernos formalmente de acuerdo.

Podría calcular lo especial que fue para los asistentes el recital por la expresión en sus rostros, por la cantidad de ojos humedecidos y de parejas besándose. Sonrisas y un agradable bienestar se percibía en el ambiente, un extraño halo de que nada podía ir mal suspendía las francas melodías del trío de New Jersey. 

El feedback recio de la guitarra de Ira Kaplan derritió al más duro de corazón, convenció al crítico más exigente, calmó los caballos del fan ansioso de temas específicos, complació sin sacrificar el programa, tocó con entrega, sin exageraciones y con un equilibrio que sorprende por lo natural y fluido de su interpretación.

Ahí en donde la gente requiere de gritos y flashazos, conciertos como fiesta de antro y pasarela social, Yo la Tengo se impone con la idea presente de que los grandes conciertos suceden ante nuestros ojos, sin cámaras ni gritos exacerbados de por medio. Que los buenos amigos se juntan tras años de no verse y vuelven a sonreírse y abrazarse para darse cuenta que no necesitan de vanguardias, ceremonias ni poses. Que las buenas cosas están ahí, flotando en el aire.