La noche del lunes 18 de febrero en El Plaza Condesa se dividió en dos tipos de público: los que agradecíamos en su totalidad la calidad del nuevo disco de Nick Cave & The Bad Seeds, Push The Sky Away, los que esperábamos que tocara lo que fuera debido al culto que se le rinde al flaco. Y el otro público estaba conformado por los escépticos, los que querían escuchar los clásicos, exquisitos que saben que los mejores discos de la carrera de Cave ya pasaron. Sin embargo, todos estábamos ahí juntos, contentos de que la larga espera había llegado a su final. Por fin: Nick y su troupe de barbados elegantemente desfachatados decidieron arrancar la gira y lanzamiento de su más reciente disco a nivel mundial en nuestro país, con una noche que de antemano se sabría inolvidable.
Inolvidable por el lanzamiento de Push The Sky Away en México y en el mundo entero, por ser la primera vez que Cave y sus semillas se presentaban en nuestro país, porque se conoce la calidad del australiano, porque hay una base de fans furiosos que profesan su culto y esperaban esta noche como quien espera el ocaso de un lunes caótico, con la certeza de que siempre estará ahí.
Para ser precisos, la noche del 18 de febrero no fue en sentido estricto la primera presentación de Push The Sky Away, sino la tercera, ya que apenas me había tocado leer una reseña de su concierto que dio en París hace escasos 5 o 6 días, cuando arrancó la gira. La reseña dejaba una suerte de sinsabor, con una evaluación francamente dudosa: la división en dos del show, una dedicada a tocar en su totalidad y orden el nuevo álbum y la otra a intercalar viejos clásicos del amplio repertorio de las malas semillas. La crítica al nuevo disco y a la presentación fue severa, tildándola de fácil, de convencional y sumamente complaciente. Las dudas estaban ahí.
Sin embargo, la noche del estreno en México fue complaciente, sí, pero también fue una pistola que dio en todos los blancos posibles: desde el principio se intercaló casi todo el disco con temas clásicos de poder inmediato como “Jack The Ripper”, el casi himno “From Here to Eternity” y las conmovedoras “God is in The House” e “Into my Arms”. No hubo quejas, desde la abridora del disco y el concierto en El Plaza, “We No Who U R”, Cave y compañía ya tenían al público en la bolsa, embelesado por los despliegues de histrionismo de la figura escuálida y elegante de Cave, por su voz seductora, a ratos violenta, siempre dramática y en momentos francamente conmovedora.
Una noche de certezas sublimes, las canciones nuevas fueron recibidas con igual gratitud que los viejos clásicos, sin embargo ahí estábamos también los insaciables que esperábamos canciones como “Moonlands” o más temas del Murder Ballads, del Nocturama o de otros discos pasados. También estaban los inocentes que pensaron que escucharían algún coqueteo a Grinderman o The Birthday Party. Nada de eso, fue una noche sólo y exclusivamente de The Bad Seeds, muy corta para muchos, pese a que el recital duró la hora y media de rigor que suele durar un concierto. De lo bueno, poco, dicen por ahí.
Apenas quince temas bastaron para que el público se quedara completamente picado, con ganas de más clásicos, sin tregua gritaron por un encore que nunca llegó. Puede que Push The Sky Away no sea el mejor disco de Cave a la fecha, pero tiene la impronta del refinamiento musical y la madurez letrística del australiano, y uno ya sabía eso desde el principio y hasta el final del concierto del 18 de febrero. Se agradece el despliegue de calidad en el escenario, pero a veces uno quisiera más; una sorpresa no viene mal de vez en vez. Fue un concierto enorme, brutal, y conmovedor, sin duda, como esos fenómenos astrológicos que sólo suceden cada cierto periodo largo de tiempo.
¿Cuánto más faltará para volver a ver a Nick Cave en vivo tocando esas piezas que quedó a deber? No se sabe, tal vez no vuelva a pasar nunca o quizás lo veremos dentro de un par de años, quién sabe. Tal vez se necesitan otras dos noches adicionales de conciertos como las que vino a ofrecer al DF. Entre tanto, queda la sonrisa de satisfacción que parece mueca de los asistentes al Plaza Condesa, queda la insoportable ligereza de ir a un gran concierto y corroborar el punto, reafirmar porqué Cave es uno de los grandes de la música contemporánea. De lo bueno, poco, dicen por ahí, y a uno le incomoda un poco eso, sólo un poco. Muy poco, la verdad. A veces, sólo basta eso para volarnos la mente: poco.