Tribus, siempre han sido tribus. La división y los rituales. Ahora a los antropólogos y sociólogos les da prurito la palabra, pero siempre han sido tribus. Para quienes asistimos, el 2012 fue especialmente histórico en la historia de los festivales de México. El NRMAL de Monterrey tuvo uno de sus carteles más consistentes y diversos hasta entonces: Dávila 666, Girls, Bam Bam, Antiguo Autómata Mexicano, Alex Anwandter, Soledad, El Columpio Asesino, Grimes, Ñaka Ñaka… una cosa brutal y poderosa.
Siendo nuestra primera ocasión en un NRMAL, en un festival fuera del aún entonces DF y con un cartel así, la emoción no era menor. Sin embargo, a la entrada, una turba de chavos regios indecisos sobre si entrar o no al festival optó por el regreso ante una frase lapidaria de uno de ellos: “La verga wey, pa´ mí que tu pinche festival no está bueno, ira nomás los escenarios…”. Eran más o menos diez personas que no se animaron a salir de su círculo de confort musical ese año. ¿Qué habrá sido de ellos?
Seis años después, con un NRMAL radicado en la Ciudad de México, hoy por hoy ese mismo festival mantiene un tamaño y una credibilidad lo suficientemente sólidas como para sustentar un line-up diverso, arriesgado y propositivo, que ha llegado ya a un álgido de crecimiento y personalidad. No obstante, el NRMAL sigue siendo ese origen de disimilitudes y discrepancias entre gustos. Por fortuna.
Mientras un grueso del público asistente que en esta emisión llevó al NRMAL al sold out por primera ocasión iba a ver primordialmente a Mac DeMarco, otra más se repartía entre los nombres sólidos de culto (Sleep, Cornelius, Explosions in the Sky), las propuestas arriesgadas (Yves Tumor, Mhysa, Pelada) y los nombres de nuevo cuño que siempre alivian la curiosidad (Mula, Sol Oosel, Miss Garrison).
Y es que la diversidad y complejidad son dos de las virtudes en la esencia que conforma al NRMAL, uno de los pocos festivales en donde la música sigue en primer plano y que invita a conocer, tolerar y discurrir sobre otros tópicos que los estrictamente musicales, haciéndolo genuinamente entrañable por un público fiel, que este año pasó la estafeta a uno más amplio y diverso.
NRMAL es uno de esos festivales a los que llegar temprano es una buena idea (Miss Garrison cosechó las primeras impresiones de gusto y asombro entre el público asistente, que en esta edición aumentó sensiblemente en número), y en donde los viejos lobos de mar saben conquistar nuevas aguas Sol Oosel).
Lo delicioso de un festival con el formato del del pasado sábado 3 de marzo radica en su tamaño, propuesta e invitación honesta con una experiencia completa: todo mundo lo vive de manera distinta, incluso los tres o cuatro asistentes a los que Dub de Gaita les pareció un gesto impostado de diversidad sonora con ínfulas “world music”, o a los que el show de Mac DeMarco se les hizo flojo, complaciente y sobrevalorado, incluso para los asustadizos que no pudieron con la violencia y el volumen de Yves Tumor. Para todos ellos, el NRMAL es un regalo musical que sigue sin tener demasiados símiles en la Ciudad.
¿Momentos épicos? Varios, todos felices y acertados: formato de un solo día, curación razonada y equilibrio con las activaciones de marcas, elementos en donde este año el NRMAL pareció encontrar un punto focal de ejecución.
En particular, todo el festival mejoró respecto a otras ediciones, aunque habría que no es mala idea recordar que volver a apretar tornillos en la calidad del audio es prioridad, sobre todo cuando los artistas arrancan.
Por ejemplo, el lapsus que corrió de las 17:45 con unos fabulosos y consistentes Essaie Pas, pasando por la increíble musicalidad colombiana de Los Gaiteros de San Jacinto (Dub de Gaita) y Felix Kubin, fue el ejemplo perfecto de cómo la electrónica puede transmutar en cosas aparentemente opuestas, aunque igual de fascinantes.
Of Montreal dio certezas a los fans de cepa y dio un respiro para que los puntos focales se dispersaran entre el arriesgue (Yves Tumor) y la certeza (Mac DeMarco). Los primeros fueron despachados rápidamente con la que quizá sea la presentación más potente, oscura y violenta de todo el festival. Y los segundos tuvieron un delicioso aterrizaje con las rolas ricas y desparpajadas de un Mac DeMarco que parece estar llegando a un punto de inflección importante, en el que habrá que reconfigurar varios elementos.
La recta final nos dio presentaciones de altísimo nivel a partes iguales para que ninguno de los gustos quedara volando: mientras Sleep repartió óxido ferroso y espesura guitarrera para los greñudos stoner más exigentes, Cornelius repatrió a los exiliados del infierno con un pop ultra fino, bello y preciso en su ejecución. Altísimos momentos, ambos.
Por su parte, Álvaro Díaz demostró por qué sus arrestos son suficientes para ser un consentido de casa, con rimas que ablandan corazones jóvenes y le dan al punto justo de la sensibilidad contemporánea, playera de Luis Miguel incluída.
El broche de oro llegó para una concurrencia que quería sacar la espina post rock con una de sus bandas favoritas: Explosions in The Sky, quienes dieron un show con todas las de la ley, como era esperado: precioso, preciso, cálido y poderoso. Todo ante una temprana madrugada de domingo que comenzaba a enfriar, en evidente contraste del estado de los miles de cuerpos satisfechos que aún sonreían en el Deportivo Lomas Altas, aquellos que se vieron a sí mismos no como los otros sino como parte de un ente complejo, diverso y con gustos y pensamientos aparentemente disímbolos, pero que de vez en cuando alzan la mirada, se ven y sonríen pensando con sorna “Sí, el festival no está bueno, no vengas”. La madurez del NRMAL llegó este año, ¿y la de las tribus?
(Texto: Ricardo Pineda y Fernanda Sánchez-Armáss. Fotos: Gerardo Ordóñez).