Por: Gilberto Garcia
Enero fue eterno y en su mayoría terrible, todos rogábamos por que llegara el final de tan pesado mes del año y por fin sucedió, por supuesto que venía acompañado de algo que nos haría perder esta rutina decembrina.
Patrick Watson nos preparaba una de las noches más mágicas de lo que va del año, el anuncio del concierto meses atrás hacia que fuera un poco impaciente la espera.
El frío fue benevolente, una noche que se sentía fresca pero muy agradable. La cita por supuesto era ya adentrada la noche pero el público se daba cita desde tempranas horas, ya sea para comprar su boleto de último minuto o simplemente para comer algo a los alrededores del siempre espectacular Plaza Condesa, que a pesar de la fuerte ola de inseguridad que vive actualmente la Ciudad de México no es impedimento para que la gente salga tarde a disfrutar. Adentro del lugar ya se encontraban aquellos que habían cobrado la quincena y empezaban a gastar en frías bebidas embriagantes para hacer más amena la espera.
Sobre el escenario llegaba para dar apertura Joaquín García, letras de melancolía, guitarras que ponían en tono la noche y por momentos ritmos más alegres, el recinto estaba a un cuarto tal vez menos de su capacidad pero esto no fue impedimento para que los músicos que acompañaban a Joaquín disfrutaran cada momento que pasaban arriba de la tarima. La despedida llego cuando menos lo esperábamos, dando el tiempo justo para el cambio de instrumentos y la afinación de últimos detalles, aquí la gente fue cuando reconoció con aplausos y un gran alarido los versos y acordes interpretados.
Patrick Watson llegó con su romanticismo y seducción a El Plaza para dar un show totalmente íntimo
La presentación estelar se acercaba, una señora de edad notablemente avanzada se aventuraba a pasar entre un público ansioso de que el show diera inicio, como si estuviera en sus veinte se daba paso a la parte delantera para poder observar y escuchar a gusto sin importar la comodidad, los minutos pasaban las charlas se hacían largas, música de fondo que ambientaba interesantes anécdotas de amigos y familiares que ahí se daban cita. Joaquín García y sus compañeros musicales salían de los camerinos para también tomar lugar y disfrutar de lo que sucedería a continuación.
Pasadas las 9:30 de la noche el momento mágico en el que las luces se desmayan sucedió, en el escenario estaba Patrick Watson y su risa peculiar, un público que solo entre canciones gritaba y vitoreaba, muchas parejas abrazadas y bailando al son de dulces melodías entonadas por un gran compositor y sus músicos que daban a notar su experiencia y conocimiento sobre sus instrumentos más el acompañamiento de una voz femenina que encajaba a la perfección. Como si de una película romántica se tratara al son del baile las luces iluminaban la parte alta del recinto.
La gente seguía pasando, tratando de encontrar un mejor ángulo de vista, para un espectáculo visual bastante bello, mientras ellos se paseaban dejaban a su paso una estela de olor a ron y cerveza, un novio que obligaba a moverse a su pareja, que en su necedad termino viendo el show solo dejando a su acompañante que claramente la estaba pasando muy mal, nosotros nos hacíamos hacia la salida y mientras nos acercamos vimos como aun había gente que seguía ingresando al inmueble que estaba casi a su totalidad en la planta baja, las gradas desiertas, pero Patrick Watson nos seguía dando momentos mágicos, entre chistes, referencias a acciones del publico de otros generas musicales y luces se nos fue la noche.
Una noche que nos pintó un mundo mejor, que por algunas horas nos quitó todos los problemas de encima y simplemente nos maravilló, si bien la música de Patrick Watson no es para todos, en algún momento de nuestra vida una de sus canciones podría retratar algún pasaje de ella. Ojalá vuelva pronto.