Una de las características fundamentales del embrujo y halo que potencia el culto y sentido icónico de Mark Lanegan, se asienta en el hecho de que éste ha sabido cosechar un colmillo que juega todo el tiempo en dos aristas de la industria musical, sin dejar de ser honesta y hasta cierto punto, discreto. Algo que en definitiva se pudo percibir la noche de este miércoles 6 de septiembre en El Plaza Condesa, durante su segunda visita a nuestra Ciudad.
Lanegan es apreciado entre un público notable que ha crecido con él, en buena medida porque éste ha sabido transformar el insoportable corpus mediático del grunge en un estilo propio y enorme, aunque sutil, a punta de arrugas en la voz, letras de cuño introspectivo y un dinamismo creativo incansable, crudo, que lo mismo echa mando del rock desértico, el blues americano más agreste y una sutileza polvosa a la hora de adentrarse en sus demonios internos.
Su experiencia ha sabido envejecer con dignidad y fortaleza. Lanegan es un roble que si bien ha sacrificado a los grandes públicos, en sentido inverso su obra se ha aquilatado con creces por aquellos que saben escuchar atentos, trascendiendo olas y tendencias, pero sobre todo retando a su público a madurar con él, cambiando el set cada tanto.
Así fue que con 53 años bien enchamarrados de mezclilla, un Mark Lanegan más sosegado que en su pasada visita a México, se trepó al escenario frente a una pequeña concurrencia (poco menos del 50% de aforo de El Plaza) para dar un concierto sentido, íntimo, oscuro y a flor de piel, embrujando prácticamente a la totalidad del público que escuchaba atento.
De vuelta al formato de trío eléctrico, Mark Lanegan se hizo acompañar de un dueto mínimo aunque sumamente solvente, devoto y resuelto, conformado por su novia Shelley Brien en los teclados y caja de ritmos, y por el excelso guitarrista Jeff Fielder, quien sabe responder los ataques de Lanegan con sendos pasajes aguerridos en las cuerdas.
Un concierto de entrega y amor. Ya se ha dicho en otras ocasiones, pero el ex vocalista de los Screaming Trees está quizás en un momento estilístico que lo emparenta más aún con Cohen y Waits que con la greñera roquera gringa noventera, empero, su poderío y sofisticación, aunado a su amplitud de rango, no le han restado contundencia letrística, interpretativa e incluso escénica, desde su aparente parquedad.
Kilométrico, sosegado, podría decirse incluso que plano, sin que ello represente forzosamente algo negativo, el setlist de Lanegan sorprendió, complació y fue generoso de cabo a rabo, en donde la tristeza y la belleza imperaron sobre el sentido roquero que también caracteriza a Lanegan.
Cerca de dos horas de show, 25 temas y un repertorio reinventado pasó lista a lo más tranquilo de su carrera: “Low”, “Come to me”, “Sad Lover”, “Deepest shade”, “Sister”, “Nocturne” y más pegada a la noche húmeda ahora las infaltables “I am the wolf”, “On jesus program” y el apoteótico regreso al encore con “Tom red heart”, “Bombed”, “Wildflowers” y el cerrojo de oro oxidado “Halo of ashes”, el guiño final al grunge, de ese que Lanegan es pionero y renegado eterno. Una noche inolvidable para un público que sigue envejeciendo a la par del viejo Mark.
Fotos: Juliana Alvarado