Fotos Cortesía: OCESA / Liliana Estrada
Con apenas poco más de un año de haberse lanzado al ruedo de forma oficial, el proyecto alterno de los dos integrantes principales de Radiohead parece haber logrado el “side project” más interesante en su historia.
Paralelamente al colapso que vivimos en la Ciudad de México, con una contaminación en cantidades ingentes, un tránsito imposible, un sol que lacera y una sobrepoblación obscena, la oferta de conciertos sigue ensanchándose de forma sorprendente. La industria musical en el mundo post pandemia, al lado del mal llamado súper peso y la cripto economía parecen estimular uno de los años más nutridos de conciertos en la historia de esta ciudad. Unas por otras dirían.
O sonrisita nerviosa; goce ahora y pague después. Ir a un concierto al Auditorio Nacional de avenida Reforma, entre semana, miércoles 21 de junio de 2023 por ejemplo, puede ser toda una faena necesaria para el espíritu pero también con cierto grado de complejidad.
Mueca de traslado por llegar a tiempo y no perderse a Robert Stillman, quien además de ser un músico increíble, acompaña al plato fuerte de la noche: The Smile, el trío conformado por los dos pilares de Radiohead, Johnny Greenwood y Thom Yorke (a quienes no veíamos por acá desde hace poco más de seis años), además del excelente percusionista Tom Skinner.
La precisión horaria de los ingleses se hizo patente y nos perdimos a Stillman, pero llegamos a tiempo para ver el que por mucho, y para sorpresa de muchos, sería uno de los mejores conciertos en lo que va del año en la ciudad, ya que si bien ya habíamos presenciado con anterioridad algunos de los proyectos alternos de Yorke acá y sabemos de la calidad musical de Greenwood y Skinner, no esperábamos algo más allá de lo calado en su álbum debut de 2022.
De pronto un rayo que cruza y confunde, pero no sorprende. Dentro de este calor insondable y antinatural existen lugares comunes. El primero de ellos dicta que la música, en su universalidad, une y expande, abraza y hermana. Pero escuchando a The Smile pasan otras cosas: se fragmenta, se compunge y se confunde. Hablamos de una base rock semitrasnochada y afincada en décadas pasadas. Pero algo cruje.
Algo cruje y la sonrisa puede ser una mueca de dolor.
En la historia del poeta inglés Ted Hughes (1930-1998), la obra Crow (Cuervo) es conocida como un parteaguas notable en la carrera del escritor, quien a partir de ese momento deja un poco la poesía comprometida con la naturaleza y se decanta un tanto por la oscuridad más sórdida del alma. Sin embargo Crow es, aparentemente de forma contradictoria, uno de los trabajos más célebres y “accesibles” del autor. Yorke ha dicho en más de una ocasión que el nombre del trío proviene de ahí y que, contrario a lo que se piensa, esa sonrisa no es una sonrisa de placer, sino más bien como la de un tipo que miente todos los días.
¿Acaso es la mueca de terror cuando la vida se aleja como dijera el cantautor chileno Álvaro Enríquez? Chance no. O chance estás a punto de presenciar un concierto impecable sin saberlo y sin pensar que mañana (al rato, más bien) tienes que levantarte a las siete de la mañana para ir a trabajar.
Algo cruje, algo te duele, algo te hace sudar y estar de malas pese a que ves a tus amigos, un Auditorio Nacional adecuado para una de las dos fechas de The Smile, en donde la capacidad habitual del recinto se prediseñó para una experiencia mucho más íntima y casi perfecta a nivel sonido.
En vivo, había más de lo que esperábamos. Un Yorke y un Greenwood que lucieron y se dejaron apreciar como nunca los habíamos visto acá, dejando que las melodías no fueran respaldadas por un marasmo de canto multitudinario o un griterío afectado por el culto a la personalidad. Un concierto de música, a eso nos referimos. Casi un concierto de jazz.
¿De jazz? Sí, puede que el estilo y el currículum de Skinner ayude a apreciarlo así (alguien dijo por ahí que era como ver una suerte de Medeski, Martin and Wood sin groove y con más rock). Y aunque en el papel pudiera sonar a una cosa ahí toda bofa, lo cierto es que desde el primer tema de la noche (“The Same”), pudimos constatar que en vivo The Smile suena y se aprecia diez veces mejor que en su disco debut.
Hablábamos de la universalidad de la música, pero lo cierto es que el lenguaje musical desarrollado por más de tres décadas a cargo de la mancuerna Greenwood-Yorke si bien es genuina y sorprendente, tiende a las acotaciones. Esto en The Smile es más una virtud que un defecto, ya que ahí donde algunos asistentes se aferraron a querer ver un Radiohead con pata coja, encima cayeron cristales coloridos de melodías adultas bien colocadas, progresiones fragmentadas y escalas rock tamizadas en un flow jazzeado, sin caer nunca en la grandilocuencia, hipervirtuosismo o vicios del género en su fase más accesible.
Algo cruje y Yorke, si bien sigue su personalidad de siempre -medio hacia adentro, concentrado pero energético y algo cáustico- se percibe más relajado y amigable que de costumbre. Bueno, dentro de lo que puede ser el músico inglés a sus 54 años. Es una banda de jazz sci-fi, que emula la robótica de los sintes análogos sin encharcarse demasiado en el retrofuturismo neón, ni engolosinarse tanto con los momentos de sana improvisación avant (sí, sí, suena trasnochado pero acá sí funciona. Tú confía que hay oficio).
“Thin Thing”, “The Opposite” y especialmente “Speech Bubbles” se encargan de aflojar la primera parte de la noche, una en la que parece haber tregua con un público entregado y apasionado, pero mesurado ante la juventud de las 19 canciones que conformarían esa noche (exceptuando una de Yotke que vendría al cierre). Algo cruje, pero fluye. Alguien trabaja y sonríe frente a la pantalla, pero su corazón y su mente ya están en el aire, con la música.
Oficio, energía y sensibilidad ejercitados con el los años. Eso se requiere para pasar de la potencia y la precisión musical a una belleza melódica y de mechones melancólicos con esa presteza, en tan poco tiempo y con todo el estilo que siguen manteniendo Yorke y Greenwood de forma digna, el primero desconectándose por lapsos sin perder el timón, permitiéndose esguinces leves de imperfección, y el segundo tocando sus hachas como un arpa, recordando que los mejores días aún no son parte del pasado.
Una noche de 90 minutos casi redonda, impecable, contenida y que mantuvo una narrativa inteligente. Estos tres vinieron a trabajar pero también a dar una noche inolvidable para todas partes. Algo cruje. Atrás quedó el culto al “Creep” (aunque un vivillo por ahí la gritó y se apreció tanto el gesto que no trascendió), al Ok Computer y al cantemos todos todas más fuerte que ellos.
The Smile no dio tregua en ningún momento, ni siquiera tras el encore, que fue el cierre de oro de la noche, Pese a que su signo no es el de la impenetrabilidad, el trío no es menos complejo ni consistente que el tronco común que les conforme. La mueca del que extraña a Radiohead pero no se atreve porque la ha pasado increíble con el que quizás sea el mejor “side project” de los de Oxford. Algo cruje. Es un verano insoportable, es el final inminente que ha llegado.
Llegan los paisajes en picada de un corazón compungido. “Open the Floodgates”, “People on Balconies”, “Feeling Pulled Apart by Horses” y “Bending Hectic” amarran una noche perfecta, de gente que miente mientras ama, trabaja y convive. De gente que sonríe mientras llora, muere y ama. De gente que ama mientras ama. Algo cruje. Es el acto de precisión.