Fotos: Srta. Bang Bang
Alguien escribió en redes sociales que Mudhoney fue la banda que le dijo al grunge “anda ve y hazte famoso, yo te esperaré en el mismo garaje de siempre” (o algo así). Así de nostálgico e inocente parecía lo que veríamos el pasado viernes 5 de diciembre en el Circo Volador. Mudhoney llegaba con relativo retraso a dar un concierto en forma a la Ciudad de México. Habíamos quienes los habíamos esperado décadas (de verdad), otros nos ahorramos aquella incipiente apertura a Pearl Jam en 2005. Pero bien versa el adagio: hay que saber llegar. O más vale tarde, más viejo y con tos, que nunca.
La cita de treintañeros y previos cuarentones enfranelados sería en el coloso de La Viga (el cual muchos no visitábamos desde la primera visita de Sonic Youth en octubre de 2004), y desde la organización hubo pequeños regalos para todos los fans del sonido underground, pero sobre todo de Mark Arm y sus secuaces: el evento sería organizado de forma independiente por Ernesto Fuzz On, quien al lado de su chica, Tere Farfisa han defendido y promovido el garage por décadas, trayendo a México lo más granado de la escena. El primer flyer era muestra más de garra y corazón que de diseño e idea. El lugar, el precio, la organización; todo parecía hecho en pequeño, a escala de pasión guitarrera y tesón con fuzz.
A lo sumo, un par de miles de entendidos nos aferramos al frío viernes. El concierto sería en la parte baja del Circo Volador para mayor intimidad. Los baños eran clásicamente roqueros, camisas negras, olor a orines y cerveza; mucho fan de la primera época. Mudhoney venía con uno de sus mejores discos en años, el flamante Vanishing Point del año pasado, sin embargo el hambre de clásicos se respiraba en el ambiente.
Tras un set machacón de Los Mustang 66 y Yokozuna que pusieron a trabajar a los ingenieros de audio (de verdad, en algunas zonas del recinto ofendía recio los oídos), el plato fuerte de la noche salió para poner a prueba el calor de la gente y superar el “feo pero culero” del sonido previo.
Cerca de las 22:30 Hrs., Mudhoney salió a escena para soltar macanazos, como si más de veinte años no hubieran pasado, y sin decir agua va se pusieron a repasar sus picos altos mezclándolo con cosas nuevas que sonaron increíbles. Desde “broken hands” y “touch me I´m sick”, hasta “The final course” y esa cabronería que es “Chardonnay”. Pese a que los años ya pasaron y se nota evidentemente en el escenario y los cuerpos arriba de la tarima, la mugre energética sigue ahí, la guitarra de Steve Turner sigue sonando pasado de rosca con sus distors y su fuzz a nivel gruñón de tripas.
El nivel de conexión del viernes no se veía hace mucho: slam a la vieja usanza preparatoriana, los de hasta adelante coreando, otro cabrón no se cansó de surfear entre la gente, olor a toque discreto, los rucos de hasta atrás ya se pusieron hasta el huevo de briagos y apenas va la cuarta rola. Era un concierto de rock de los de a deberas, valiendo mucha verga: la calidad del sonido, la voz tronadísima de Arm por una tos que lo vino a chingar, y en general todo lo adverso que logísticamente pudo implicar, todo el esfuerzo que les costó traer a la leyenda de Seattle a los organizadores, todo se deshizo cuando las sonrisas, los coros y los aventones no dieron ni tantita tregua desde abajo hasta los amos el escenario, quienes gustosos se refinaron dos horas de show en un set amplio y sin deudas notables, a lo largo de diecisiete temas que resumieron su larga trayectoria como si de cualquier cosa se tratara.
El rock de verdad sigue siendo así: seco, sin ceremonias rimbombantes ni certezas para las revistas, sin ambages ni desplantes increíbles. Uno, dos, tres y pa´rriba. Arm, Turner, Peters y Madison siguen sonando increíbles, haciendo algo sencillo y machacón que es rock por gusto, interacción con la gente por afinidad. Nada más, nada menos. Mudhoney es y seguirá siendo una de esas pequeñas grandes bandas que trascenderá el gusto, la moda (incluso la del grunge) y los reflectores para anidarse en un cariño que puede parecer nostálgico e inocente, pero que no carece de verdad. De verdad.