Fotos cortesía: Lulú Urdapilleta / OCESA

 

Hubo un tiempo en que Blur era sinónimo de lo más moderno en la escena musical de su momento, estamos hablando de más de quince años de distancia. En ese entonces, Damon Albarn tenían esa actitud de segurata britpopero en el escenario, una distancia de quien se sabe guapo, talentoso y exitoso: el mundo a sus pies.

Tras pausas, separaciones y reuniones sospechosas, es decir hace otros poco más de diez años, Damon, Graham, Alex y Dave hicieron que el hype valiera la pena y sacaron un portento de disco (“The Magin Whip”) y una consecuente gira para hacer patente una cosa: nunca han dejado de ser increíbles, ya sea con los temas nuevos o con los macanazos. Los fabricantes británicos de himnos nostálgicos han enriquecido con arrugas y colmillo sus éxitos de siempre, que no son pocos y pudieron colocar con elegancia y tino las nuevas rolas en sus sets en vivo, el cual pudimos gozar gota a gota la noche del jueves 15 de octubre pasado en el Palacio de Los Deportes.

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Blur está acostumbrado a surfear multitudes, domar estadios y hacer brincar cada dos por dos a sus fans más exigentes. Jueves 15, jueves de quincena y caos en el DF, desde las 19:00 horas la gente ya andaba rondando el coloso de cobre de Río Churubusco, la mayoría treintañeros y veinteañeros ya entrados en años, era una noche de unos ya viejos lobos que demostraron durante dos horas que el ser viejo y seguir haciendo pop no les resta frescura, intensidad y diversión.

Fueron 22 temas los que le tomó a Blur sintetizar lo mejor de sí ante un público mexicano entusiasta y atento al grupo y a los músicos que los acompañaban: un coro y una sección de metales para robustecer “Parklife”, “Tender”, “Stereotypes” o hasta una reversión a “Coffee and TV” que todo el mundo coreó al unísono sin falsear a las indicaciones de un Damon conmovido, prendido y a ratos adolescente. Las rolas de Blur siguen hablando de lo mismo: de gente que se quiere, de curar, de comenzar otra vez, de la cotidianeidad pueril, de ellos. Pese a que la estructura coro-verso-coro inglesísima sigue ahí, a los amos del “woo-hoo!” se les nota su oído para saber incorporar las influencias africanas, el funk o la pista de baile electrónica sin que deje de ser un pop refinado y digerible, sin que digerible tenga una connotación adversa.

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Desde la abridora “Go out”, Damon se metió en el papel de maestro de ceremonias, tirando agua a la menor provocación, exigiendo la bulla y los coros. La gente callaba en los temas nuevos, la mayoría sosegados y más cuidados en el detalle, pero escuchaban contentos, ante un cantante que parece haber recobrado su carisma y borrado a ese Damon fastidiado y triste de la gira del “Think Tank (2003)”. Ver a Blur por quinta o sexta vez en nuestro país, al menos anoche, fue ver a una versión renovada, fresca y a la vez madura de sí mismos.

Todos parecen tener resguardado su papel de siempre, pero con la complicidad de quienes supieron hacer bello y extraordinario lo que para ellos es moneda común: hacer canciones de primerísimo nivel emotivo, musical y de ejecución. Se nota el cayo y lo siguen disfrutando. Graham Coxon ya no es tímido pero decide seguir haciendo maravillas discretas en la lira, Alex James al bajo ya no fantochea ni le hace al guapo, pero aún mantiene la pose que recuerda eso, mientras toca el bajo sutilmente, casi invisible. Y Dave Rowntree cumpliendo de forma solvente, elegante y precisa en la batería.

¿Éxitos? Los que quieran y desde el principio: “There’s no other way”, “Out of time”, “Beetlebum”, “For Tomorrow”, “Parklife” con todo y mexicanos saltarines en el escenario (gran jugada hacer los himnos más recalcitrantes en posesión de la gente), “Song 2”, “To the end” y “This is a low”. ¿Faltaron? Varias, Blur da para eso y un poquito más sin sacrificar las rolas nuevas, que para nuestra fortuna y la noche llena de los hexagramas del I-Ching y las bolas disco, son fantásticas.

Muchos fans de hueso colorado recuerdan aquella primera vez en la Blur visitó nuestro país en el Teatro Metropólitan, cuando estaba en pleno apogeo su gran disco “13” (1997) y en donde les abrió una banda que comenzaba a subir llamada Zoé. Sin embargo y tras excelentes conciertos de Blur y de los proyectos de Damon Albarn en nuestra ciudad, la de anoche va por mucho como la de más emotividad, calidez y contundencia. El amarre final del encore con “Stereotypes”, “Girls and boys” y “The Universal” selló una visita que siempre fue bienvenida, tan normal como extraordinaria. Y de paso nos hizo emocionarnos como pocas veces en los conciertos que van del año en México. No importa el tiempo y no hay más distancia que recorrer. En realidad, Blur nunca se fue.

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