Es viernes 17 de mayo en el Casino Metropolitano del Centro Histórico por la noche. Afuera llueve un poco, unas cuantas personas se encuentran esperando a que los dejen pasar a la jornada de electrónica experimental, tercera fecha de la serie de conciertos de Aural.


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Para los iniciados, el menú extremo de la noche estaba de diez: el noise negrísimo y poderoso del dúo mexicano de los hermanos Fierro, Stalaktos; los bichos pasados de revolución de Kevin Drumm, la introspección hipnótica de Mika Vainio y el glitch dinámico de Oval.

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Afuera llovía, poca gente se juntaba. Dejaron pasar por fin, y ya adentro, el Casino Metropolitano comenzó a verse más nutrido de a poco; los abrazos llegaron, el ambiente se puso festivo: cervezas, ruidísmo, decibeles, caras conocidas, sonrisas, buenos viajes, malos viajes, molestos tratando de escuchar la agresión metálica de Stalaktos, hipnotizados con los ojos cerrados con Vainio, y prendidos con las frecuencias del gran Oval.

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Había casa llena, una noche para recordar. Cada vez son menos los que se van, y otros más son los que disfrutan por primera vez el volumen del ruido a un nivel obsceno: las distorsiones agresivas son el punto de comunión con los amigos, con los que no se adaptan a la abstracción pero que hacen un esfuerzo por comprender la noche. Todos habían llenado la casa, apostaron por el ruido en una noche de caos ordenado, de alto nivel, extrema, envolvente. Caramelos eléctricos para los cerebros inquietos de la ciudad. Un gran puente entre lo que se presenta previo (la noche de la figura del jazz y la noche rock) y posterior (el Nicho Aural). Una de las mejores a la fecha. Agresión y textura, orgánico y frecuencias frías, sierras locas, pedales gruñones, bajos destructores. Computadoras que escupen y hablan de forma atropellada y violenta.