“Lo bueno es que el NRMAL es el único festival en el que los haters, los odiosos que sólo vienen a beber y a escenear, así como los clavados con el pedo musical pueden convivir en sana paz por unas buenas horas sin arrancarse la cabeza. Hasta a un ex que me odiaba vi en la entrada y nos saludamos y todo”.

La chava entusiasmada e impaciente, le decía lo anterior a su amiga (a quien llevaba por primera vez al NRMAL), mientras esperaban formadas en la entrada del festival, allá en el Deportivo Lomas Altas, en donde los soldados presidenciales sacan de onda y el terreno oficial nos cuadran por dentro por algunos minutos, al menos. Pero más allá del detalle de la entrada, el lugar es adecuado para el tamaño del evento y sirvió de marco para que el entusiasmo y la expectativa cobraran factura desde temprano, y hasta el final durante los dos días de jornadas sonoras en el NRMAL.

Un clima insuperablemente rico, en comparación con los recibió a miles de asistentes que pasaron la primera prueba de resistencia, que implicaba llegar al lugar en medio de un calor canijo y un tránsito manchado sobre la avenida Constituyentes. La fauna era diversa, acorde con el cartel: tristes con onda, reggaetoneros con WiFi musculoso, ruidistas sin fe, curiosos con marco referencial, drags con pies inquietos, periodistas con mostacho retorcido, y unas hordas increíbles de gente deseosa de ver el mayor número de actos posibles.

Muchos aplaudieron que este año no hubiera una marca demasiado grande sponsoreando el fest. Otros no quedaron tan satisfechos con la artesanal que, según algunos asistentes, llegaba más rápido la cruda que la ebriedad. Ese detalle es propio de toda festividad que congrega a más de mil personas: unos prefieren otras cosas, algunos disfrutaron de ir a pasear a sus perritos, otros fajaban rico en el pasto, pero en buena medida podemos dar cuenta de que en el NRMAL, el atractivo principal sigue siendo el cartel. Sin duda.

Es curioso cómo pasan tantos días de ansiedad; meses de trabajo por parte del crew para que todo salga a pedir de boca, de aguantar a los fans cansadores en redes sociales con los horarios o la curaduría, y de preparar un sinfín de actividades previas para que de pronto, en punto de las 14:00 horas del sábado 12 de marzo, se soltara la marabunta en pos de una jornada en la que las sorpresas y certezas, conviven en una fiesta dramática, agridulce, en mancuerna con los imprevistos y los errores. A saber.

 

Sábado 12

 

Ver a Haciendo el Mal hubiera sido interesante, ya que era el nombre más pop y dulce en el contexto de la edición 2016 del NRMAL. Desfase leve en los horarios. Sick Morrison pareció  marcar la primera marca importante del día. El rap de Morrison ya se siente más trabajado, se le nota más seguro en la tarima y fue un gran tino que estuviera en el escenario amarillo (la carpa).

Parecía que el sábado iba caminando disperso y a paso lento. La brutalidad de (SIC) se sentía un tanto desgarbada en cuanto a la recepción del público, el cual siguió más bien tibio con Aloa Input y Coiffeur. Hasta que Los Wálters pusieron a desempolvar las caderas al público que parecía reaccionar a media jornada. Algo similar ocurría en la carpa con Bulbul, que para varios fue una revelación frenética y vertiginosa.

La primera tanda de certezas había llegado, aunque sí con algunas deficiencias en el sonido de los escenarios principales. Low tardó en arrancar pero amarró con tubo. Embrujan, hipnotizan y hacen que el corazón se vuelva un papel aluminio arrugado y vulnerable. La caída de la noche, sus letras dulces y la ejecución precisa hicieron de la llegada de la noche un remanso al cual entregarse de espaldas. Increíbles e inolvidables.

Lo que vendría inmediatamente después sería vértigo puro. Sin decir agua va, y con el alma aún sollozando arrancaron Los Piraña con esa cumbia torcida, roqueada y mugrosa que sólo Eblis Álvarez sabe comandar. Es inspirador ver que NRMAL entiende por dónde va la tirada musical, al tiempo que arriesga y propone, sin dejar de entender que un escucha puede disfrutar del garage y el ambient de forma simultánea. Así lo marca la era shuffle, y eso no implica una connotación negativa. Todo lo contrario: suma.

Un merecido escenario Rojo recibió el desparpajo de San Pedro El Cortez, que si bien machacaron las bocinas y castigaron el escenario como es su impronta, sí se percibió cierta tibieza por parte de la gente. Quizás el horario no fue el mejor para la banda, aunque el set estuvo contundente. Sobre todo tomando en cuenta que, conforme la noche se acercaba, los actos oscuros, viajados y espesos fueron increíbles. Föllakzoid no sólo son una banda que sabe calcar muy bien el krautrock, pero también coquetear con el space rock más tripeado. Sin duda la carpa se estaba perfilando para ser el local de mejor sonido y respuesta entre la gente.

Más contundencias: Deerhunter hizo llorar a más de uno, los vimos, su pop enrarecido y la personalidad desenfadada de Bradford Cox engancharon macizo al personal. Ya olía a cansancio y meter a A Place to Bury Strangers casi al cierre de la noche parecía un cinismo, pero la estrategia de levantar a los fans de la banda a punta de estrobos y violencia sonoroa, enchamarrada y roquerísima pareció dar resultado. Muchos sintieron una deuda saldada con infames toquines en tiempos pasados, y aunque el fantasma de las fallas de sonido también se presentaron, el trío neoyorquino sacó la cara con ruido a cascoporro.

¿Cansancio? Si Lao apenas preparaba la noche, con un set extendido, en el cual se dio chance de mostrar varias de sus aristas estilísticas. De inicio se puso atmosférico, acompasado, cortante. Invitó después a la tarima a Franca Polari y parte de la pandilla de House of Apocalipstick para poner el erotismo en la pista. La cosa iba subiendo, cuando el tribal, tantito reggaetón y la cumbia iban y venían a antojo de Lauro Robles, en una de sus presentaciones más completas. A todos nos dejó el rabo bien caliente para terminar la noche como se merecía, en manos del combo Future Brown.

Las cosas en el escenario Rojo no estaban más amables qué digamos. Health partió durísimo el queso con esa mezcla sonora difícil de tragar, pero que en términos de puesta resulta por demás contundente para cerrar el primer día: ruido, beats bailables y hasta reminiscencias metaleras decantaron en otra contundencia y deuda saldada. Mientras tanto, Future Brown le daba su merecido a los aferrados a la pista, que decidieron acabarse parte de su gasolina para el domingo bailando endemoniadamente como si no hubiera un mañana.

Domingo 13

 

El domingo se percibió menos caótico pero doblemente bueno, mejor curado y sin tregua. Imposible fue cuadrar la perfección horaria y los baches de la calidad del sonido en momentos clave (Slowdive, Jenny Hval), pero aún así, en definitiva el cierre del NRMAL fue para muchos una de las mejores jornadas musicales que ha tenido la ciudad en su historia.

Tan sólo acabamos de viajar en los sueños del jovensísimo Grenda, cuando ya estábamos en la hostilidad poderosa de Te Body, para luego caer de bruces encima del trasero sexy y divertido de la brutal inglesa Gnučči, quien no se achicopaló de la poca audiencia que iba llegando al calorón del domingo, y prendió la mecha macizo. Es increíble.

Cambio de switch, el británico Mark Fell traía en su laptop un set abigarrado y abstracto, pero no tanto como para no asimilarlo con un sentido pop accesible y refinado. Buen acto, aunque a varios les sacó de onda que no fuera más bailoso el asunto. Otra sorpresa que sonaba bien en la carpa, los locales de Baltazar, quienes amarraron bien con una propuesta en la que se percibe el cruzamiento de rock bien ejecutado, con un humor semioscuro. Pese a que no fue del gusto de muchos, varios se quedaron a escucharlos (qué bien que ya la gente no desacredita a gritos y proyectiles lo que no le gusta), y muchos más reconocieron su nivel en el escenario.

¿Y a qué hora comemos? ¿Y a qué hora vamos al baño? ¿Y en qué momento nos amamos? Un trago, un pitillo, un abrazo y a seguir. Es un agrado ver tantos rostros contentos, cuerpos bailando y miradas atentas a lo que pasa sólo en el escenario y en torno a la música. Sí, el agua a 30 pesos. Sí, el acceso, los horarios y el sonido. Sí, se está llenando cada vez más y hay filas poco funcionales en baños y zona de comidas. Sí. Pero cuando arriba pasa lo que sólo sucede en el NRMAL, llámese embrujo performático de Jenny Hval o elegancia sensual de Jaako Eino, por ejemplo, todo vale la pena. Se apuesta una vez más, sin dejar de señalar lo que aún puede mejorar muchísimo.

Cansancio de domingo por la tarde-noche es como la amiga que te trae peor que una novia, como una cena-baile en la que ya duelen pies y ya te llenaste. Pero lo mejor aún aguardaba. Ese mediador francés de la mecánica sonora y la melancolía pop llamado Pierre Bastien, se llevó sin duda una de las mayores ovaciones de todo el festival. Su presentación en el escenario Amarillo registró lágrimas, sonrisas, chiflidos y aplausos duros como ningún otro acto. Les dobló el corazón a varios.

Y al más puro estilacho NRMAL, con el pechito aún inflamado se dejó caer Battles, uno de los fuertes de la noche, en un desplante de acrobacia baterística, ruidos y texturas orquestadas y un sentido del ritmo bastante cuadrado, en el mejor (y matematirock) de los sentidos. Contundencias para los hambrientos de las progresiones roqueras.

Quien quisiera baile y aún tuviera pies podía reventarse con ese fenómeno llamado Fatima Al Qadiri, que hace rebotar traseros, piernas y cerebros al mismo tiempo. Brutal. Después hubo un impase medio raro en el que la pista se vació porque todos andaban en lo de Slowdive, pero ante el retraso de aquellos pudimos ver tantito del set análogo-sabroso de Mareaboba, talento local perrón, rugoso y pa maldosear.

Y de Slowdive, la experiencia pareció en forma y contenido igual a sus letras: agridulce, triste y feliz, mediano pero poderosos. Bien. El ingenierio de audio o alguien detrás de los controles parecía estarlos trolleando durante las tres primeras piezas. Luego, unos fans como de estadio bastante ebrios comenzaban a romper con la atmósfera dulce y de ensueño de los británicos reunidos hace dos años. Sin embargo, la banda sacó avante, incólumes ante la desventura, lo mejor de sí para cumplir los sueños shoegazeros de todos los que estábamos ahí, a punta de fría y dolor en la planta de los piés. Parecía que ahí podía acabar la noche. Pero no.

Otro levantón aguardaba el NRMAL para, ahora sí, cerrar un domingo que parecía irreal de bueno. De mentis. Por un lado, la carpa cerraba con una brutalidad de show a cargo de Cakes da Killah, en plan vengo a partir madres, rapear duro, darles un show muy perro, energético, marica, negrísimo, políticamente incorrecto y así de divertido… Y sí. Mucho.

Muchos ya no aguantaron y comenzaron a emprender la partida. Sin embargo, la cereza del pastel fue como otro pastel, directo y sin escalas desde Japón, en plan roquero brutal psicodélico, fue la recompensa de los pacientes y enterados. Acid Mothers Temple y toda su cosmogonía de cómo debe sonar una banda de rock llegó para deleitar a propios (quienes pensamos que ya no veríamos al combo nunca), y extraños a los que tuvieron que recogerles la mandíbula y recolectar sus pedacitos de neuronas fritas. Una pasada brutal de rock cósmico, improvisación roquera-noise, oscurantismo shamánico y humor japonés. ¿De dónde sacaron a Makoto Kawabata? ¿Qué les dieron de comer de pequeños? Dudo volvamos a ver algo así en un buen rato. Ojalá no.

Con los bolsillos vacíos, el cansancio en los piés, la pesadumbre del lunes en la espalda y los oídos violados regresamos a nuestras casas con, fácil, cinco o seis actos inolvidables para la posteridad, que seguramente serán de lo que mejor hayamos visto todos en el año…que apenas va agarrando sabor.

Una vez más, pese a crisis, embates, logísticas e imprevistos, el NRMAL sacó una edición más reinventándose, creciendo, cambiando la dinámica festivalera en la ciudad. Otro más, y otro y así, que no se acabe nunca. Este fin de semana, el deportivo del Estado Mayor Presidencial dejó colarse a una runfla de aNORMALes que aún creen en la música como alimento básico. Gracias NRMAL.  

 

Te compartimos el video del Festival. Cámara: Gerardo Ordoñez | Edición: Alberto Rodríguez