Desde Estados Unidos, Osis emerge como una de esas rarezas que no intentan complacer, sino perturbar con estilo. Su música es una descarga cerebral, un viaje por los rincones más oscuros y brillantes del indie electrónico, donde la distorsión y la sutileza conviven sin pedir permiso.
En temas como “Spy”, “Flies” y “Ambition Inhibition”, Osis construye un universo sonoro que se siente como una ciudad en movimiento: luces, ruido, anonimato y emoción pura. Cada track es un experimento de texturas —sintetizadores que respiran, bajos que golpean como pensamientos reprimidos y voces que parecen flotar entre el sueño y la conciencia. Su sonido recuerda a un cruce entre la melancolía del trip-hop y la crudeza del rock alternativo, pero con un sello personal que desafía las etiquetas.
Osis no busca complacer al algoritmo: busca crear impacto. Hay una intención clara de provocar, de explorar lo incómodo, de capturar la ansiedad y la euforia de existir en un mundo sobrecargado de estímulos. En su música hay una especie de catarsis moderna: una reflexión disfrazada de beat.
Si escuchar a Osis fuera una escena, sería la de un atardecer visto desde una azotea mientras el tráfico ruge abajo. Caos, belleza y algo de peligro. Y justo ahí es donde su arte encuentra su hogar.








