Prólogo
Placeres extraños, culpables, exóticos; placeres que nos da cierta sorna disfrutarlos, exponiéndolos sólo en sueños, en el más oscuro ostracismo o en momentos de alteración etílica.
Hace años, en Freim escribimos una novela colectiva que versa sobre los pedos, las flatulencias, aquel ruido orgánico oloroso del que todos renegamos y reprobamos en pos de las buenas maneras, pero que de algún modo a todos y cada uno de nosotros se nos escapa, sintiendo que el alma se nos regresa al cuerpo cuando se expulsa como se debe. A manera de metáfora y de asunto serio. Aquí se peca e incomoda con algo que en su génesis lleva la liberación.
Las seis voces que contribuyeron a esta novela corta hoy siguen en pleno ejercicio de sus pedos creativos: son burócratas con fax moderno, gutierritos de avanzada, y en el mejor de sus casos reputados escritores, periodistas financieros y docentes. Otros más dirigen un portal al que siempre le ha llamado la atención el trabajo colectivo, saber qué piensa y a qué huele el otro, el de enfrente, ese que sigue arrugando el semblante con lo que aún no le hace daño.
Para completar el ejercicio original, decidimos publicar esta novela de manera colectiva con medios amigos (Apolorama, S1ngular, Testigos Modestos, Marvin y Cultura Colectiva), en donde podrán leer un capítulo diferente cada semana saltando de web en web.
Disfruten.
Capítulo 01
Autor: Fabián Zugaide
Cada vez que me tiro un pedo siento un alivio placentero, casi maligno; es algo natural lo sé, pero para mí se ha convertido en una obsesión, y es que la sensación de aguantarte un pedo cuando estás en público es indeseable. No sé porqué las personas son tan recatadas al respecto, si todo el mundo se tira pedos, pero aún así sigue siendo discriminado y mal visto. Tal vez sea el momento de abandonar la hipocresía y admitir la resonancia de una palabra de cuatro letras y miles de implicaciones.
Cuando era niño recuerdo que a la hora del recreo organizábamos guerras flatulentas verdaderamente heroicas. Consistían en reunirnos en el baño de la escuela en el último retrete, ya que ahí la acústica era formidable para nuestro gran evento, y cada quien tiraba su mejor pedo. Jamás pudimos vencer al Ponce, el “Pedoroso”. O en la secundaria, cuando se hizo costumbre atrapar un pedo entre la palma de la mano para después soltárselo a tu compañero más cercano en plenas narices. También con mis hermanos pasaba ratos divertidos, cuando veíamos la tele juntos tirados en la cama y alguien se pedorreaba; fue entonces cuando inventamos el juego de las tortugas, que consistía en meternos debajo de las sábanas y soltar un airecillo, entonces todos teníamos que aspirar profundamente hasta que no pudieras más y el que asomara primero la cabeza para aspirar aire fresco perdía y automáticamente se convertía en la burla de los demás. Para algunos de ustedes esta acción puede parecer cochina pero la verdad es algo placentero y delicioso. Sabanear un pedo es algo que se tiene que disfrutar… Primero metes la nariz dentro de la sabana, después ventilas. Mientras más hediondo, mejor.
Ahora de grande puedo decir que he corrido con suerte, ya que conocí a Sylvia, una mujer regordeta y sensual que comparte mi afición. Mi mujer sabe tan bien como yo que, estando en la cama, antes de soltar un pedo debe advertírmelo para que yo lo huela, y también a la inversa. ¿Por qué? Se los voy a explicar, como se debe hacer cuando se comenta sobre la hermosura o la fealdad. El olor a mierda tiene connotaciones importantísimas, capaces, por estar situadas en el límite de las sensaciones —buenas o malas—, de doblegar toda conducta adquirida y, por ende, alcanzar el éxtasis en función de la novedad. Cuando se rompe un estereotipo y puedes saborear de un momento así con la persona amada, ¡qué placer! aunque cueste creerlo, nos puede llevar directamente al clímax sexual.
Recuerdo una vez que, llegando de una fiesta, Sylvia y yo nos metimos en la cama y comenzamos con nuestros juegos sexuales, esa noche, me dio por tomar un hielo de la cuba que aún me estaba tomando, lo sujeté fuertemente entre mis labios y me acerqué a las nalgas de Sylvia. El contraste entre el ano caliente de mi mujer y el hielo, me producía sensaciones placenteras indescriptibles. Ella se contorsionaba, gritaba blasfemias, echaba pedo tras pedo, y yo esperaba el momento culminante. Esa noche dormimos como unos ángeles.
El placer que compartimos Sylvia y yo puede parecerles extraño y a la vez enfermo, pero como ya lo dije, es algo tan natural y placentero, el no hacerlo podría provocar que en vez de expulsarlos por el culo lo hicieran por la boca y eso de eructar un pedo no debe de ser muy agradable, es algo tangible, están ahí, a diario entre nosotros, en casa, en el trabajo, nuestros sentidos lo captan así que porqué esconder este acto tan maravilloso.
Lee los demás capitulos:
Capítulo 01: Freim
Capítulo 02: Apolorama
Capítulo 03: S1ngular
Capítulo 04: Testigos Modestos
Capítulo 05: Marvin
Capítulo 06: Cultura Colectiva