Traducir en imágenes a Burroughs no es sencillo, pero Luca Guadagnino lo intenta y nos traslada a las calles polvorientas de Ciudad de México en los años 50 para reinterpretar una de las obras más “convencionales” de William S. Burroughs, Queer, escrita en un momento clave: mientras el Tío Bill esperaba su juicio por haber asesinado accidentalmente a su esposa Joan Vollmer. Este contexto, cargado de culpa, obsesión y soledad, impregna la película de un lirismo oscuro que se entrelaza con un despliegue visual sudoroso, provocador y, en ocasiones, barroco.
Luca Guadagnino lleva al cine la obra más íntima de William S. Burroughs, explorando el deseo, la soledad y la obsesión en el México de los años 50
Queer es la secuela espiritual de Junkie, donde Burroughs deja atrás la descripción clínica de la adicción para adentrarse en las profundidades del deseo queer y la alienación. La trama sigue a William Lee (Daniel Craig), un expatriado estadounidense atrapado en una rutina de soledad y apatía en Ciudad de México, hasta que conoce a Eugene Allerton, un joven cuya presencia despierta en él una mezcla de anhelo y desesperación. Pero, como ocurre con el universo de Burroughs, no se trata de una historia de amor, sino de una exploración febril de la obsesión y el rechazo, todo envuelto en un ambiente de decadencia existencial.
La Ciudad de México que Guadagnino retrata no es sólo un telón de fondo; es un personaje en sí misma. Las calles se tiñen de tonos ocres mientras Marigold de Nirvana choca con la melancolía de Sin ti de Los Panchos y Come as You Are o Leave Me Alone de New Order reverberan como un eco de anhelo queer en el aire pesado de las noches mexicanas llenas de borrachos, prostitutas y peleas de gallos. El Ship Ahoy (la mítica Cantina Tío Pepe del ahora Barrio Chino), se convierte en el bar de las memorias literarias de Burroughs, un espacio que oscila entre lo real y lo simbólico: punto de encuentro-arrabal para expatriados, parias, outsiders, freaks; un lugar de escape y escenario de tensiones contenidas y deseos reprimidos.
Daniel Craig consigue una interpretación visceral y magnética, encarnando a un Lee desgarrado entre sus adicciones, deseos y su incapacidad de conectar y/o aceptar su homosexualidad. Guadagnino se apoya en Craig para construir un personaje más frágil y tierno que el cínico y sardónico Lee de Burroughs, un cambio que aporta una dimensión más emocional a la narrativa. Burroughs, como ícono incómodo de la Generación Beat, queda retratado aquí en toda su crudeza, como alguien que observa el mundo desde los márgenes, con una mezcla de desprecio y anhelo.
La película es profundamente carnal, tanto en su estética como en su narrativa. Guadagnino no escatima en provocación, explorando la sexualidad de Lee con una honestidad que choca contra los códigos narrativos convencionales. Sin embargo, esta aproximación no es suficiente para trasladar la vehemente y delirante prosa de Burroughs. Además, mientras Burroughs lograba lo profundo en la brevedad de la novela, Guadagnino alarga los silencios y subraya los momentos de anhelo, construyendo un ritmo pausado. La suciedad y crudeza del texto original parecen diluidas en favor de una estética más “limpia” y sofisticada, lo que resta autenticidad emocional al filme.
Queer ofrece una fascinante en términos visuales, logrando secuencias hermosas, pero su su falta de cohesión narrativa y su exceso de estilo experiencia la convierten en una experiencia tibia y distante que no captura por completo la esencia del libro. Pero lo que es innegable es que Guadagnino se atreve a explorar lo incómodo: el deseo como obsesión, la soledad como condena y la alienación como estado permanente. Y, en ese espacio liminal, Queer encuentra su belleza incómoda y su lugar.
Y, en ese espacio liminal, Queer encuentra su belleza incómoda y su lugar.