El trío británico visita piso chilango por enésima vez, en una de sus noches más caóticas, conectando una noche redonda, concisa y lograda.
En el principio fueron Los Solitarios, sus órganos escurridos y las baladas tristes que de forma inconsciente lacaron las noches bohemias de nuestros padres y abuelos. Un corazón roto, bañado en ron, pringoso y con una sofisticación proveniente de las ínfulas jazz y rock pero con un hambre mayor supeditada a las baladitas. En ese entonces no había crónicas precisas, improntas más fieles que la música, videos de youtube y libros de intelectualoides que lo atestiguan. Los Caminantes, Los Pasteles Verdes, Los Ángeles Negros. La repetición es mantra, trance y revelación. Ese México.
En el principio fueron Can y Neu! con sus órganos aguados, progresiones rock con un arcaísmo electrónico, un sentido nostálgico pero más tirado hacia la decadencia cínica de Occidente. En ese entonces ya habían reseñas de conciertos, menos aburguesadas, más trabajadas y que fungían como una memoria importante de su tiempo y espacio. Ahora ya existe krautrock chileno incluso, y mientras el Foro Indie Rocks se erige como el hogar más confiable del revival psych del mundo en la CDMX, nuevas bandas, públicos y maneras de apreciar el mundo se dejan aparecer ante los ojos cansados de nuestros abuelos, padres y hermanos.
En el principio fue la supervivencia, comer y crear públicos. Luego vino repetir fórmulas, probar caminos y construir a punta de pico y pala una industria más honesta a contracorriente, en un mundo vernáculo, popero y gritón. Ahí están los oscuros y nostálgicos dosmileros que rondan la veintena, treintena y temprana cuarentena, mismos que se desafanan del yugo rutinario para darse unos quiebres entre semana.
Después vino Portishead y BEAK>. El primero coronando toda una estética y forma de percibir el mundo, nunca alentadora pero sí con un signo musical imprescindible, preciso, elegante y con muchas ventanas cruzadas. BEAK> surgió como un supergrupo de élite casi sin saberlo, como un gesto cruzado entre esas postrimerías solitarias kraut, nostálgicas pero más tiradas hacia el rock instrumental, trippy y ligeramente lisérgicas. Muchas cosas de Portishead sonaban al principio, demostrando la elegancia, ritmo y acuciosidad de Geoff Barrow.
Sonido Bristol, decían las reseñas y crónicas de aquel entonces, las cuales comenzaban a apestar a signo rancio, burocrático y demodé. Eso tiene ya casi quince años y , en el paso, BEAK> ha dejado de ser un signo de música alt gourmet para dar cabida a una banda de y para el público, que suda y apesta igual que ellos. Los tres de Bristol son un súpergrupo ñero, pero chance pocos lo ven así. Y qué bueno.
En el principio fue la sorpresa de ver a BEAK> en un mítico NRMAL, luego la vaquera y atracción de traerlos a la CDMX a un shows solos. En el medio les llegó el aterrizaje a ras de piso, el respaldo de la masividad involuntaria vía Corona Capital y el reencuentro del amor con quien es, tal vez su público más apasionado y consentido, el chilango. Para entonces ya no existían las reseñas de conciertos, sólo tiktoks, cambio climático y una de las noches más logradas por la banda en nuestro país.
Al final estaba LCD Soundsystem con esa línea que decía “sí, perdí mi filo pero vi el primer show de CAN en Colonia, en 1968” de su primer disco. Muy filoso, pero no creas lo que leas, tampoco le creas a tus sentidos proyectados. Todo traiciona, especialmente la carrera de LCD y este mundo, las reseñas y los shows vistos como eso, espectáculos. Pero al menos puedes decir que estuviste en el show más logrado de BEAK> en la ciudad, ese del 15 de junio de 2023 en donde abrieron los jovencísimos Mirror Revelations, quienes han aprendido bien todos los trucos y caminos del ecosistema rock contempo.
Una noche que parecía regular pero que fue más allá del hype de las casacas de la selección mexicana (quien por cierto, irónicamente esa noche daba su peor actuación en la historia), una noche que dejó para el final el detallito del “se compran colchones…”, enmarcando un rock de psicotrópica hervida al natural cocinada por el Kemonito. Se trató de ver a una banda de señores que tocan cabrón y conciso, en poco más de una hora, a 27 grados y con un aroma agrio que sólo los reales conocen, un concierto en donde las ínfulas kraut y psicodélicas se transformaron en una suerte de ligero trance raver-roquer.
Repetición y progresión simple, psicodelia mexicana, peyotera y hedionda. Roquer pues, enamorada, nostálgica, golpeada y contenta, como los años que pesan encima de Billy Fuller, Matt Williams y Geoff Barrow sobre el escenario pero no en la magia que imprimen en su público; unos tipos que ya cuentan y caen mejor como banda local genuina que como los de “el wey que toca en Portis”. Más como estos por favor, conciertos y músicos, que saben que la simpleza repetitiva es revelación cuando se interpela de forma recia y seca. Porque, como dijo el sabio triste y sobreviviente, así son los amigos macizos.
Para cuando las reseñas de conciertos comenzaron a tener sentido, ya no había planeta. Al inicio estaban el calor y el aroma a muerto en una fiesta del fin del mundo. Al final del camino estaban el vacío y sus cadáveres. Y en medio, BEAK> coronaba la noche del jueves 15 de junio con un jab en la quijada. Ritmo y melodía. Fin.