por Emmanuel Ramírez Zugaide
Al principio escuchamos el redoble de una batería; toms y tarolas revientan junto con unos guitarrazos, mucho distor, pedal y platillo, la música se antoja desvencijada como la misma cinta sugiriendo un tanto de hostilidad en el tono. “Rodrigo D no Futuro” es el título que arrojan los primeros segundos entre otros créditos, para aterrizar toda la secuencia en el contexto conductor de la obra: “Medellín 1988”.
El director colombiano Víctor Manuel Gaviria (La Vendedora de Rosas 1998, Sumas y Restas 2004) no busca contarnos una historia sobre el triunfo, o de cómo los personajes logran resolver ciertas adversidades, incluso los actores son jóvenes sin ninguna instrucción en la dramaturgia, que forman parte del vaivén cotidiano de las afueras de la ciudad colombiana, personas normales que cuentan una problemática única y que dictan gran parte de la estructura del guión.
La historia se centra en Rodrigo, un joven de las comunidades marginadas que atraviesa por un proceso de duelo ante la pérdida de su madre, y que se refugia en la música punk, así como el hardcore y el metal, que son los ritmos nuevos en esos años y que no son bien aceptados, así que se asocian con sentimientos de odio y rechazo. Las motos suben y bajan por los intrincados caminos de esa maravillosa región colombiana llevando a bordo una generación de jóvenes que busca alimentar más que transformar ese entorno donde rigen los ladrones, los vicios, el asesinato y las malas intenciones. El cigarrillo de marihuana se forja entre corte y corte, con la premura de su esencia al encenderse. El soundtrack advierte los pasajes mentales de Rodrigo pero también da cuenta de la desolación de una sociedad en la que es necesario desconfiar y mantenerse estoico ante conductas insanas. Rodrigo trata de entenderse y construirse una identidad de la cual pueda aprender a conducirse. Medellín, y sobre todo sus aledaños rurales resuenan con fuerza, al tiempo que observamos a sus actores buscarse la vida con el arrebato que caracteriza a uno de los lugares más violentos y surreales de las últimas décadas. Es aquí donde las letras y sonidos de corte punk encajan con las sensaciones que nos transmite Rodrigo, personaje apesadumbrado por el desconcierto, la falta de oportunidades, el entendimiento de estar a la deriva en todo momento, -la cuestión no es de ánimo- dice el protagónico.
Victor Gaviria ha sido un exponente sobresaliente del nuevo cine latinoamericano, aquel en donde se deja de lado la revolución y el discurso izquierdista, y que busca comprender una etapa excluida por los realizadores de la época tomando en cuenta a estas comunidades marginadas que llegaron a una ciudad que no estaba preparada para recibir a toda esa gente que venía huyendo de la guerra o la explotación, y que tienen miles de relatos llenos de sustancia vivencial con la cual dan veracidad y contundencia a los hechos que se suscitaron en determinado momento, pero que guardan en su memoria la frescura del presente. El propio Gaviria cuenta que no había un cine propio de la gente, y con la creación del FOCINE (Fomento Cinematográfico de Colombia) se le dio la oportunidad a él y otros realizadores, de difundir su trabajo, el cual primero tuvo que sortear la crítica de sus connacionales al cuestionarle por qué hablaba tan mal de Colombia? ¿Cómo presentaba en pantalla a
estos jóvenes sin futuro, perdidos en el vicio y los malos tratos?, etc. Con “Rodrigo D No Futuro” es invitado a la Selección Oficial del Festival de Cannes en 1986 después de haber exhibido el filme en diversos festivales latinos como el de Cartagena o la Havana, y posteriormente regresaría en 1998 con la película más premiada de todo el cine colombiano “La Vendedora de Rosas” en donde expone la situación de los niños de la calle filmada con auténticos infantes reclutados en programas públicos de readaptación social y con la cual también recibió severas críticas en cuanto a mostrar a niños drogandose y siendo participes de la crueldad que impera en las calles de Medellín, en ambas ediciones solo alcanzó la nominación a la palma de oro.
Filmada desde 1986 pero estrenada hasta 1990, “Rodrigo D No Futuro” lleva en su nombre un homenaje a la obra neorrealista italiana “Umberto D” de Vittorio de Sica 1952 (El Limpiabotas 1946, El ladrón de Bicicletas 1948), que en el proceso trasciende de un modo el género y lo lleva a consumarse en neoviolencia-realista, rosando el formato documental, rompiendo el silencio de una América Latina aletargada, y en ciertas ocasiones abrumada por los patrones conductuales o sociales aceptables impuestos por intereses ajenos a la riqueza cultural y costumbres propias de las personas del cono sur: voluntades que destellan a lo lejos con luz propia.
“Rodrigo D No Futuro” refleja una gran confusión política y social, consecuencia de un episodio brutal y determinante en la historia de la nación colombiana, los comienzos propios del narcotráfico, el ajuste de cuentas con un tono más directo y brutal. Es la cosmovisión de estas personas que al igual se refugian en la religión como en la música o en el sicariato como un método contra la incertidumbre. Cabe destacar el mensaje final que dicta: “Esta película está dedicada a la memoria de John Galvis, Jackson Gallego, Leonardo Sánchez y Francisco Marín, actores que sucumbieron sin cumplir los veinte años, a la absurda violencia de Medellín, para que sus imágenes vivan por lo menos el término normal de una persona”.
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