Por Héctor Hernández
Paglia describe a Óscar Wilde como un “amo de los medios masivos”. A través de ellos, se proyectó como el “máximo esteta”.
Un elitista alimentado por una aristocracia jerárquica por naturaleza plagada de agresividad (no resulta extraña la fascinación de Morrissey con él), muy lejos del liberal que algunos críticos apologistas intentan retratar.
Un arrogante consagrado que intentan llevar el teatro a la vida real. La italoamericana critica la actitud sumisa, principalmente de críticos varones. Para ella, no es más que una adulación hipócrita.
No es necesario defender el genio homosexual a estas alturas, su trabajo habla por ellos mismos: Freddie Mercury, Little Richard, Basquiat, Elton John, Shakespeare, Da Vinci, Michelangelo, la lista no para.
Con la libertad que su lesbianismo le permite, Paglia se atreve a develar la inmoralidad y crueldad impresa en la obra de Wilde.
Conectando a Wilde con nuestro personaje anterior, Serge Gainsbourg, ambos son adoradores de la belleza, apolónicos, y maestros de la objetivación, la persona como objet d’art. “El Retrato de Dorian Grey” es la versión wildeana de este principio erótico.
Dorian Grey, un joven hermoso, es inmortalizado en un retrato. Una personalidad glamorosa atrapada, a través de la pintura como ritual de esclavización sadomasoquista. El romanticismo es el amor al arte hecho arte y la belleza, su estandarte.
Es el arte liberado de la sociedad y la religión, una pirámide jerárquica en cuya punta está el joven. Es un intento ─fallido─ por atrapar la adolescencia y exorcizar el demonio de la adultez.
Dorian Grey es un hombre hermoso, Wilde lo compara con Adonis, Narciso, Paris y Antínoo, el amante del emperador romano Adriano; “con labios muy rojos debidamente arqueados, ojos azules llenos de franqueza, rubios cabellos rizados” y “todo el candor de la juventud, así como toda su pureza”.
Lord Henry, un inteligente y sarcástico hombre de la nobleza, forma parte esencial en el desarrollo de Dorian. Es él quien recomienda al joven Dorian no exponerse al sol para no quemarse.
Es un intento por “encerrar la bella juventud en una glorieta urbana de rosas”. Hasta ese momento, Dorian era inconsciente de su atractivo y Lord Henry se convierte en la serpiente del Edén. Lord Henry es Balzac, Baudelaire y, una de sus últimas reencarnaciones, Serge Gainsbourg, una clase de vampiro que inyecta su personalidad en Dorian:
“La gente ordinaria esperaba a que la vida les develase sus secretos, pero para unos pocos, para los elegidos, la vida revelaba sus misterios antes de apartar el velo. Esto era a veces consecuencia del arte, y sobre todo del arte de la literatura, que se ocupa de manera inmediata de las pasiones y de la inteligencia. Pero de cuando en cuando una personalidad compleja ocupaba su sitio y asumía las funciones del arte, y era, de hecho, a su manera, una verdadera obra de arte, porque, al igual que la poesía, la escultura o la pintura, la vida cuenta con refinadas obras maestras”.
Wilde proyecta en Dorian Grey al primer hombre hermoso con voluntad propia. Según Paglia, las obras de arte son despojadas de la pesada carga de la responsabilidad personal y sus actos están fuera de la ley.
Dorian se convierte en un destructor de vidas. Como esteta implacable, Wilde veía la belleza como la cumbre del ser humano. En alguna ocasión llegó a decir que “consideraba la fealdad como una manera de padecimiento, y la enfermedad y el sufrimiento siempre me inspiran asco”. Una grotesca declaración, de la que posteriormente se arrepentiría. La estética precede a la ética.
La exquisitez de la que se rodea Dorian no es más que el camino de rosas que guía al altar del sacrificio del cual él es el invitado estelar.
Dorian es enseñado a “vestir bien, comportarse como un caballero de primera calidad, hablar correcta y elegantemente, fumar y resoplar flores con un aire engalanado”.
Privilegiado, pero maldito, caminando entre adulaciones baratas de la gente que caminaba por la calle, esperando a ser destazado por el cuchillo de los dioses. Dorian Grey vivía al servicio de su imagen.
La imagen es totémica, a través de ella Dorian es capaz de colocar su alma fuera de su persona. Los cambios en la imagen se vuelven cada vez más horrendos, “un insulto a la forma y la belleza”. Dorian los llama “la sombra deforme”, “esa horrenda pintura”, “esta monstruosa vida del alma”.
Tras matar a Basil, el autor del retrato, Dorian solamente tenía una manera de librarse del tormento. Tenía que destrozar el retrato, inconsciente de que eso representaría su propia muerte.
Aquel retrato que permanecería inmaculado y sublime, mientras él se desvanecería en su condición finita y mortal.
Britney se convirtió en la heredera de Madonna tras el inicio de la Era del Internet, aún en tiempos pre-selfie. El contacto entre personas de diferentes contextos culturales fue fragmentando ciertos comportamientos tradicionales, alimentado por una globalización cada vez más evidente.
La búsqueda de inundar el mercado musical con nuevos íconos y la búsqueda de nuevos sistemas de valores llevó a elevar a artistas y celebridades a la misma altura que los dioses.
El ascenso de Britney al estrellato no fue una casualidad, fue estratégicamente planeado. Su figura y presencia mediática, desde su incursión en el Club de Mickey Mouse hasta su crisis existencial, fueron milimétricamente delineados.
“Oops, you think I’m in love, that I’m sent from above… I’m not that innocent”
Britney Spears fue entrenada para ser Lolita, para hacer galanura de sus labios muy rojos debidamente arqueados, ojos castaños llenos de franqueza, rubios cabellos rizados” y “todo el candor de la juventud, así como toda su pureza”.
En este caso, no fue un Lord, sino la plasticidad mediática la que la hicieron autoconsciente del poder de ese aire de inocencia sexualizada. Unos retoques y, para Oops, I Did It Again, ya era una aprendiz de femme fatale.
Para su tercer disco, titulado simplemente Britney, con la contribución de The Neptunes, tomó un ritmo de R&B y con una avalancha de suspiros y murmuros intenta reflejar a una Britney más segura de sí misma, arriesgada y provocativa.
I’m a Slave 4 U es la cumbre de la estrella privilegiada y maldita, igual que Dorian Grey. En la presentación de los MTV Awards, Britney es representada como la Emperatriz Sadomasoquista, como Reina de las Amazonas. La letra es contradictoria. “Haré lo que yo quiera, pero no puedo dejar de ser tu esclava”.
Para entonces, Britney ya era una persona convertida en una obra de teatro, una escultura, una película, que no podía hacer nada más que romper el molde que le habían prefabricado.
Uno de los pocos comentarios que Camille Paglia ha hecho sobre Britney Spears fue justo antes de que se rapara. Según Paglia, los excesos publicados por los paparazzis “abarataba su propia imagen y destruía todo misterio sexual y glamour, que son el corazón del estrellato”.
Lo que creo que Paglia obvió es que todos, sin excepción, quieren jugar el mismo juego:
“Sonríe, no hables mucho. Sé amable, pero no tanto. Sé virginal, pero enseña. No tengas novio, pero cásate con tu amor de toda la vida. Ten una familia, pero sin perder la figura”.
Tanta contradicción condimentada con el aderezo de la hipocresía hollywoodense termina por volver loco a cualquiera.
Beautiful girl as a destroyer
Britney Spears vive de esa imagen infestada de sensualidad eterna: la colegiala que despierta su sexualidad, la aprendiz de femme fatale, la esclava sadomasoquista y destructora, rompiendo las cadenas con las que la fama le ata. Recordando que demasiada exposición mediática, mata.