¿Cuántos conciertos habrá dado Nick Cave en su carrera?, ¿más de mil? Casi 40 años de trayectoria. ¿Llevará la cuenta? Seguro sí, se nota que es un tipo meticuloso de cabo a rabo: letras, composiciones, selección de músicos, palabras con los medios… Un tipo con tablas, como dicen en el argot de la industria del espectáculo.
Qué término tan atravesado ese de la industria, cómo invade lo que muchos aman de la música, cómo se mete intempestivamente en lo más profundo de la vida íntima de los artistas. Sin embargo todos estamos ahí; un público que espera ser salvado por el predicador australiano, quien tras el fatídico suceso que marcó su vida hace poco más de tres años juró vengarse con una máxima: ser feliz.
Reconocido en el pasado como un vampiro desgarrador y desgraciado, un poeta maldito enfundado en un suculento traje Gucci de altura, o bien un exorcista vaquero de una pequeña iglesia del sur estadounidense, Nick Cave y sus Bad Seeds regresaron la noche del martes 2 de octubre para cosechar lo plantado hace poco más de cinco años en El Plaza Condesa, cuando la gira del Push The Sky Away (2012) llegó a nuestra ciudad.
No sólo la vida íntima de Cave se ha transformado dramáticamente, también su carrera artística y la recepción del público, una fibra evidente en el concierto épico de anoche. Desde hace poco más de dos décadas, en los años de The Boatman’s Call (1997), Cave y compañía despidieron la oscuridad alternativa para ser un referente de alcances mayores, modificando su sonido por uno si bien más diverso y agreste, sí mucho más accesible, estando más cercano (lo hemos dicho por acá varias veces) a los Tindersticks y a Leonard Cohen que al Congo Powers, las baladas asesinas o el rock gruñido.
A cambio, Cave se ha apoyado cada vez más en ese viejo increíble que es Warren Ellis, en quien delega la comanda del barco para enfrentar la tormenta. Tormenta de martes sería justo un término que se acercaría a lo vivido por cerca de 7 mil almas, ya que si de algo sabe el autor de “From her to eternity” es de los altibajos naturales, el mar, el oleaje calmo y turbio que salpica y revienta, desgarrando nuestro corazón como dagas y cicatrizando apacible la herida con la sal ya expuesta.
Un concierto de altos vuelos, con un Cave entregado a más no poder y un Pepsi Center albergando una calidad de sonido como pocas veces se le había presenciado. Casi tres horas de duración y una velada sin tregua. Los Bad Seeds son hombres experimentados, tipos duros de precisión, entes excelsamente sobrios; probados marineros que arremeten con violencia tanto en las canciones más recias (“Do you love me?”, “From her to eternity”, “Red right hand” y sobre todo “Loverman”), como en los remansos más sutiles (ese bloque compuesto por “Into my arms”, “Shoot me down”, “Girl in amber” y “Distant sky” dejó en silencio hasta al gritón más necio).
Entrega y conexión total, euforia y un carrusel cambiante de emociones. Se percibió a un Nick Cave más afable y cercano que nunca, cruzando entre la gente con el personalidad de seguridad a raya.
Días antes de la inolvidable jornada de 19 momentos y casi tres horas de duración, Nick Cave aterrizó en México, agarrando más el tren de qué iba el país y su gente, acercándose como tipo listo y sensible que es, para enfrentar con alto decoro a esa bestia de mil formas y decibelios que es el público mexicano. Cave ganó, obviamente; ganamos todos. ¿Querían más? Había más: el público arriba del escenario durante dos temas potentes (“Stagger Lee”, “Push the sky away”), momento perfecto para rematar la noche y dejar a todos en la lona, sin ganas de favoritas, sin duda alguna de que el predicador había exorcizado miles de almas previo a su partida.
Así fue como nos llegó cercana la media noche del martes, saboreando “The Mercy seat”, “City of refuge” y “Rings of Saturn” como colofón. Brutal, excelso y demás. El público mexicano, el que sabe escuchar y el que no deja de empujar, supo reconocer en Nick Cave lo que es: un artista de altísimos vuelos, importante para su tiempo, un ser humano excepcional de carne y hueso, o bien un ángel que sabe hablar el idioma de la tierra. Jamás se podrá superar lo de anoche. En definitiva, uno de los cinco mejores conciertos de 2018, fácil.
Fotos: César Vicuña/Cortesía OCESA