Entre los estertores del aferre y la siempre incómoda aunque inevitable duda que despiertan los ejercicios de nostalgia musical, una de las fechas más esperadas del calendario de conciertos de este farragoso 2019 por fin había llegado, y con ella Hipnosis -dentro de las actividades de su segunda edición- cumplía el sueño y anhelo de un fiel séquito de fans acérrimos, que en su extensa mayoría ha forjado su gusto y conocimiento sonoro en los estertores del sol recio y pernicioso de los sábados de intercambio en el tianguis del chopo durante los noventa y hasta la primera década de los dosmiles. Era verdad: Stereolab se había reunido y por fin llegaba a tocar a la Ciudad de México.
Desde horas muy tempranas, el ya odioso termómetro de las redes sociales daba su estado de las cosas: muy poca reventa, sold out inminente y la eterna zozobra de si Tim Gane, Laetitia Sadier y compañía estarían a la altura de una férrea expectativa de un público que había estado esperándolos por años. Y es que esos lugares comunes que endilgan títulos adolescentes sobre las bandas (genios, cultos, genuinos, discretos, sofisticados, legendarios, etc.), en una banda como Stereolab adquieren otra dimensión y cierta certeza.
La cosa no era para menos y el showcase previo al festival Hipnosis, más que un regalo para los fans era la reunión de una cofradía agradecida, entregada y eternamente nerd de la música (órale pues, geek). A los del Dots and Loops (1997) y el Sound-Dust (2001) no sólo se les admira y respeta por sus discos y su en vivo, se les quiere un montón: restauranteros locales los consintieron de forma especial, músicos reconocidos se declararon eternamente felices, escritores musicales salieron de su rancia catacumba para poder ver a una de sus bandas favoritas de todos los tiempos, y los organizadores se veían plenos y conmovidos al ver a más de 600 personas reunidas como una familia milenaria en torno a un mismo nombre. La frase unánime se repitió durante toda la noche e incluso días antes del concierto: por fin. Está pasando, “los estuve esperando 15 años”, por fin.
En el escenario, el asunto fue muy claro y honesto, y tras un ejercicio decoroso en su ejecución aunque ligeramente atropellado en temas de producción, Build a Vista y Kikagaku Moyo resultaron una ligera botana de un cremosísimo plato principal. Stereolab subió a la tarima alrededor de la medianoche, con ese halo de banda cercana, avezada, contenta y discreta, aterrizada y enfocada. Uno, dos, tres y vámonos. Odisea burbujas había comenzado.
Dieciséis puntos, todos conectados y knock out por unanimidad por parte de la banda franco-inglesa durante la noche del jueves 24 de octubre, en donde construyeron una foto casi completa y justa para la noche. Y aunque sí, ciertos fans no se cansaron de fustigar con su petición del calado antipático de “a mí me gustan las raras” o “sí, sí, muy rico pero faltó tal o cual que sí les vi en tal lado”, Stereolab repasó lo que había que repasar.
Dos bloques, un poderoso concierto de trece piezas que se fue como agua y un encore de tres más nos mostró por qué son una anomalía en la historia de la música, al encarnar uno de los últimos eslabones valiosos de cuando palabras y términos incómodos como “indie”, “alternativo”, “pop politizado”, “punk estilizado” tuvieron un significado sólido y vigente en su tiempo y espacio.
El bloque abridor con “Anamorphose”, seguida por “Ping Pong”, “Infinity Girl”, “Double Rocker”, “Crest” y “Need to Be” sirvieron para calentar cuerpos, componer detalles de sonido y acomodarse lo mejor posible en el abarrotado recinto (puntos para el Indie Rocks que ya toma cartas en el asunto para mejorar la calidad del audio y la experiencia dentro del lugar, aunque de nueva cuenta hayan existido sendos detalles incómodos en ambos).
Por su parte, “Lo Boob Oscillator”, “The Extension Trip”, “Brakhage”, “Miss Modular”, “Percolator” y “Metronomic Underground” traería la mejor parte de la noche y nos haría vivir -que sí wey, por fin- en carne viva lo que los ensayos periodísticos noventeros habían sugerido por años: Stereolab son una banda valiosa porque en su prominente discreción y madurez estilística dejan ver su vasto bagaje sin perder emotividad ni resultar antipáticos, impostados o sobrados; son la puerta de muchos a Moog, a Cage, a las vanguardias occidentales, pilar que nos acerca a bandas como Saint Ettiene, Tortoise, Yo La Tengo o Electrelane, pero también a la experimentación y a las melodías pop más dignas e inteligentes.
Te sabes sus canciones pero no las cantas, son digerible pero están cargadas de complejidad, repiten con matiz y, lo mejor de todo y pese a todo, siguen en plena forma, contundentes, dulces y suculentos en sus postrimerías sonoras. La noche llegaba a su fin con “French Disko” y un brevísimo respiro suficiente para retomar y rematar la noche: “Rainbow Conversation”, “Jenny Ondioline” y “Contronatura” cerrarían una velada entrañable, de justicia musical y de concesiones a tope: concesiones con la nostalgia, con las fotos imprecisas, con los viejos amigos y conocidos que sólo saludaste de lejos, con los fans que no dejaron de esparcir sus sonoras anécdotas más irrelevantes sobre la noche, con los detalle técnicos (el baterista de La Redada dijo previo al inicio, y dijo bien, que había bandas con las que estaba de más ponerse exigente, ya que era relativo pero sobre todo innecesario y que Stereolab era una de esas…una favorita entre las favoritas), sobre las altas o bajas expectativas de uno mismo sobre uno mismo. Una noche impecable por entrañable, por irremplazable, que podrá estar vigente entre los archivos y registros pero que vivirá lo que tenga que durar en la memoria de los presentes.
Y mientras se espera a ver cuáles serán los ánimos, matices y diferencias para su coronación en el festival Hipnosis el sábado 26 de octubre, algunos apenas estamos despertando del sueño, con unas ligeras y deliciosas notas de resaca alcalina en el organismo, sabor a chicle tutti-frutti en el paladar y el corazón aún levemente incendiado. ¿Y qué?, ¿ya te quedaste en el loop, maestro?